3.5.12

LA AUDACIA DE SUSPENDERSE


Por ti mi soledad caza crepúsculos  
y les rompe las alas.
Hacia tus pies desnudos
va a morir el oleaje de mis días. 
Salvador REYES
Barco ebrio

Dentro de mí, todos los caminos conducen a una calma desdeñosa no por apática menos dichosa. El bostezo le proporciona la justa afinación al timbre de mi semiser, además de rellenar con la oquedad caprichosa de sus radiaciones las huellas hurtadas que le faltan a este mundo nuestro tan estudiado por los instigadores de loas, distracciones y vilipendios, como poco impugnado en sus cuantiosas regalías por el derecho a un soberano reposo.

Demasiado holgazán para aceptar las continuas servidumbres inherentes a las pasiones del poder y los mil oros sin brillo de la lucha por la prosperidad, soy aún más renuente a acatar como propios los compromisos a que obliga la obediencia a planes ajenos pese a lo acertadas que puedan llegar a parecerme sus disposiciones, así como atractivo el gulusmeo huraño alrededor de los cautiverios propuestos por el capital de sus ocurrencias. Por supuesto, me niego a ver en ello la debilidad de una falta de iniciativa o el síntoma de encogimiento por donde lanza sus equívocos un carácter arruinado; la ociosidad es un arte que se aprende despacio, y su obra magna, el no hacer de hacerse nada, un estado beatífico inmune a los remordimientos envenenados de una conciencia habituada a degradarse por la obligación autoimpuesta de ser útil, diligente y productivo, por el reflejo de ofrecerse servicial para ser sacrificado como una res, pues no cabe entender con claridad, sino en caricatura de pesadilla, el dogma que desde la corrupción rentable de las más luminosas edades y energías personales exige expulsar a uno de la persistencia de sí mismo.

Prevenido contra las muy cicateras latitudes del espíritu competitivo, me consta que, entre las evasiones estériles de Onán, «la pereza es goce de uno mismo o no es nada (...) una simpleza que la edad adulta se empeña en complicar», dicho con palabras de Vaneigem. Intérprete a tiempo parcial de los amables arpegios de la indolencia, sufro la laboriosidad como un quiste molesto hinchado de dinamismos que urge excretar. Habituado a la servil transacción de renovar mis treguas a cambio del lenocinio diario, pocos placeres superan en suntuosidad al lujo autárquico de quererse exiliado de cobertura, opulencia sin precio de la descontaminación social en un islote refractario al entrometimiento donde adquirir resiliencia. Haragán fallido de los instantes sueltos, me prometí no escribir sobre estas dulcísimas nulidades y heme aquí agitando mi pequeña venganza contra esa otra nulidad que es la construcción improvisada de una apología, no sé bien si para lasitud de mis oponentes o tortura de mis aficionados...

Un intrigante vergel de escenas, que presiento de una crueldad suntuaria, echa raíces en las sombras tras el Jarrón de flores sobre la ventana de un harén de Francesco Hayez, cuyo arte ya me sirvió de excusa hace algunos años.

4 comentarios:

  1. Jooo que bien te ha venido "intelnes" para despachar a gusto tu retoricucha de intelectufoide con migraña dominical. ¡Pesaoooooo!

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  2. Muy edificante no es tu crítica, pero se compensa con la espontaneidad que la anima y yo rara vez desdeño la oportunidad legítima de contraatacar.

    A la vista queda que no estoy a la altura del ingenio de un Quevedo o de un Gracián, y en la búsqueda del concepto exacto a menudo me embarroco complicando la nervadura de una expresión que, probablemente, me hubiera salido más afortunada sin tanta abundancia de capa y merodeo.

    Ah, Karpin, podrías haber firmado con tu nombre cibermundano habitual, no hubiera pasado nada: además de distorsionar con frecuencia el conocimiento y de facilitar plataformas gratuitas de despegue a las frustraciones, la intelnés sirve para averiguar otros datos menos obvios...

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  3. ¡Válgame el cielo como engola el discurso Vuesa Merced! Ahora que nombras a Quevedo, y por asociación de ideas, te cuento que yo solía pedir a los amigos que se las sabían todas que me leyeran el principio de un soneto de Quevedo (para mí uno de los más bellos de la literatura española), y en los primeros versos ya me demostraban su incapacidad, confundiendo tiempo y modo verbal. Creo que tú igual caerías en la trampa también. ¿Te gustan los acertijos? A ver si me dices de qué soneto se trata, Pequeño Saltamontes.

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  4. Las máscaras de vuestra envidia lo delatan, Pequeña Karpa, seguidas muy de cerca por las vaharadas de una presencia que se ha vuelto insoportable en estas aguas. No morderé el anzuelo presentado con el cebo quevediano que con tanta amabilidad me ofrecéis (quien se pica...), pero he sentido curiosidad por el soneto aludido. Supongo que os referís al conocidísimo «Amor constante más allá de la muerte»:

    Cerrar podrá mis ojos la postrera
    sombra que me llevare el blanco día,
    y podrá desatar esta alma mía
    hora a su afán ansioso lisonjera;

    mas no, de esotra parte, en la ribera,
    dejará la memoria, en donde ardía:
    nadar sabe mi llama la agua fría,
    y perder el respeto a ley severa.

    Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
    venas que humor a tanto fuego han dado,
    medulas que han gloriosamente ardido,

    su cuerpo dejará, no su cuidado;
    serán ceniza, mas tendrá sentido;
    polvo serán, mas polvo enamorado.

    (Que por cierto, he tomado no de la intelnés, sino de la edición de poemas de nuestro autor que José Manuel Blecua hiciera para Castalia. En cursiva he destacado el futuro de subjuntivo que pretendíais colarnos como acertijo, ¡válgame Dios!)

    De esta sazón, os hubiera dedico de buen grado estos otros versos del poeta:

    ¿Miras este gigante corpulento
    que con soberbia y gravedad camina?
    Pues por de dentro es trapos y fajina,
    y un ganapán le sirve de cimiento.

    Y con el mismo celo didáctico que por las malas habéis exhibido sin rubor, os recomiendo la lectura o relectura de Villamediana, en cuya obra encontréis numerosas trampas culteranas que padecer antes de hacerlas tragar a vuestros amigos, quienes doy por seguro se reservan en su deslumbrante proximidad la grata opinión que les inspira el humor del que tan torpemente os jactáis.

    A modo de despedida, me tomo la licencia de apuntar que si os creéis en ventaja por ocultar vuestra identidad quizá hayáis cometido el error de ignorar que os confiáis a un arma de doble filo...

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