El sistema hunde al sistema.
Sugerencia del Esnucao, costra callejero adicto a la diacetilmorfina y a otros guisos de chabola.
La oferta de derechos inútiles que promueven falsas libertades disimula, de hecho, la regresión hacia modos de vida más precarios. Esas nociones excluyentes que con un ahínco más próximo a la maldición que a la fortuna las democracias han pretendido erradicar —raza, género, xenofobia, marginación— se ven afianzadas, precisamente, por las políticas de inclusión social que hacen más incómoda la presencia del extranjero, más incomprensibles las diferencias de los grupos étnicos minoritarios, más tensas las relaciones entre los sexos, mayor el número de familias dependientes, y, como efecto culminante del proceso, más desfavorecido frente a la tiranía de la homologación al que no tiene la suerte de haber sido premiado con alguna de las dádivas dispensadas a través de los tentáculos de un Estado asistencial cuya blandura sebácea, por otra parte, se muestra al desnudo en su escandalosa incapacidad para resistir al atraco a morro descubierto con que los sanguijuelos, apuntándose también al socorro público, logran saldar exitosamente el mausoleo de sus negocios antes de que el correlato de sus acciones suponga un corralito donde los demás incubarán tormentos privados, privaciones atormentadas, en un largo presente deportado de sí mismo. Con la tema, el tema es recurrente y cansa porque no admite enmiendas; es el veneno mediático favorito de la predicación encaminada a la vacunación mental de la derrota que cada cual adapta a su estilo particular, ese previsible ademán que nos hace creer el «no podrán conmigo, a mí no me engañan» al que casi todos nos vamos uniendo para que todo, mal que nos pese, siga igual. Es el peaje para circular por el frangente según el dechado de la integración forzosa igualitaria, la más eficiente trituradora de individualidades a merced de los trampantojos de un catecismo, en este caso el de la resignación colectiva, que se imparte a diestra y siniestra cuando el miedo se vuelve visible como una realidad todopoderosa en el régimen que explota la granja de muñecos humanos, pues ni animal puede nombrarse a quien le han quitado hasta la rabia arcaica de la bestia. Mucha teta y poca fiesta. En mi tierra, que es dada a la hipérbole, a esto lo llaman «tener que comulgar con ruedas de molino». ¿Alguien se acuerda del llanero que con algo de ingenio y mucho coraje mantuvo en guardia al domador durante años, tanto fuera como dentro de la jaula?
Aunque el giro ha sido brusco, vuelvo a situarme en la encrucijada silogística de la que salí. ¿Puedo decirlo ya? No sólo es negativa por inoportuna la igualdad de resultados impuesta, sino que con el pretexto de alcanzarla se sobrepuja al que no ha hecho méritos para ser elevado —el contrasentido de la discriminación positiva—, pero consiente la humillación de perpetuar su debilidad a expensas del que es rebajado sin causa y desplazado para que otros, gracias al aval de su victimismo, ocupen su lugar o lo desvalijen.
«Expecto donec veniat inmutatio mea», espero que llegue mi transformación, cruda exhibición de humor gótico que a la usanza de un rito de paso nos lleva simbólicamente del reino de la muerte al reino de los cielos que se halla en el Monasterio de San Juan de los Reyes.
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