5.12.19

ADIOSES SUPREMOS

Ilustración de Charles Errard para Anatomia per uso et intelligenza del disegno... 
No es solo la huella de carbono la que daña la Tierra; la huella de la gente es mayor y más letal.
James LOVELOCK
La cara evanescente de Gaia (título mal traducido como La Tierra se agota por una editorial más fiel a las ventas que al autor)

Aún es demasiado pronto para que el veto a la natalidad pueda ser justificado como una medida de urgencia global, mas ya es demasiado tarde para confiar en el efecto mitigador de campañas públicas de sensibilización contra la plaga demográfica. La coyuntura no parece inapropiada, sin embargo, para emprender medidas incentivadoras de la ingenesia, como la asignación de una renta básica vitalicia a los ciudadanos nulíparos que, en vez de hacer un uso nocivo del aparato reproductor durante la edad fértil, asumieran la madurez de esterilizarse con carácter irreversible: ellos, no los irresponsables que infligen progenie a un mundo hiperpoblado, serían los héroes silenciosos de siempre reconocidos al fin en las postrimerías del Antropoceno.

El coste de sus salarios podría ser sufragado, en virtud de una merecida compensación histórica que hoy por hoy ninguna autoridad competente se atreve a exigir ni siquiera a beneficio de inventario, con la desamortización paulatina de los bienes inmuebles que el emporio eclesiástico ha amasado, entre otras gravosas prebendas, allí donde ha dado pábulo a la multiplicación de los miserables en cumplimiento del mandato bíblico que ordena: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra».

Avanzamos presto en la dirección equivocada, como si tuviésemos siete biosferas de repuesto y toda la eternidad para recomponer los jirones renqueantes de una humanidad que se alarga más allá de los amenes. Ninguna obligación tenemos de sobrevivir como individuos ni de perdurar como caciques de la cadena trófica, al igual que tampoco debemos gratitud por haber sido concebidos sin pedirlo ni hemos de callar la franqueza cuando sigue a la percepción del desastre colectivo.

«Querer es tener el valor de chocar con los obstáculos», escribió Stendhal. Querer descendencia es, si se me permite parafrasearlo, tener la desfachatez de engendrar obstáculos. Nuestra especie debe al relevo en la adversidad su encarnación, y si fecundarla no fuese hacer pavoneo de la indigencia, de cualquier manera sería un acto ofensivo por partida doble: contra el nuevo rehén del tiempo que es violentado a existir en un atolladero y contra los que ya estamos en él bregando por un balance más inteligente de los recursos.

Hay demasiado dolor en esta conmoción planetaria de la salpicadura universal como para fomentarlo cuando ni comprendido lo tenemos. Puesto que solo el presente capcioso de haber nacido nos concede el derecho premeditado de no hacer sufrir padecimientos innecesarios a otros seres, antes que fantasear con salvarnos de la catástrofe venidera hemos de aprender a identificar, eludir y denunciar los señuelos de aquellos que pretenden fiscalizar nuestra salvación...

Greta, querida, go home.

4 comentarios:

  1. Esta valoración, a medias acertada en su oscuridad y brillantemente bruñida en verbo culteranista, pasatiempo legítimo de seres como uno mismo, encierra una renuncia que la naturaleza animal es incapaz de superar (salvo honrosas excepciones)… camina pues, dulce borrego, junto al resto de abominables criaturas desahuciadas hacia la inmensidad de la nada, esa nada en la que ya habitamos enfangando nuestras pezuñas y que nos disuelve, inexorablemente, gota a gota, en un cenagal salutífero que se postra ante nuestra llegada: o crees que Caronte espera tu moneda?

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    1. Si la intención que cierra el comentario es la de poner en duda mi solvencia para pagar el óbolo exigido por el barquero, de buen sentir confieso, sin que valga la ruptura de mi silencio de precedente, que sería un honor saludarte en Cocito descarnados de máscaras al fin. Y si por el contrario mi juicio ha errado al emprender esa lectura taimada del colofón interrogativo, confiado estoy de resolverlo cuando me acierte la Cierta, que no me pillará con lo puesto sino sólo con lo desprendido... si no malentendí al de Priene.

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  2. Nada más lejos que recelar de tu liquidez para abonar el peaje al afanoso y aburrido Caronte. Yo ni un calco tendría para poder sufragar ese viaje, por lo que, sin duda, deambularía por las márgenes del Cocito con igual fluidez que lo hago por estas riberas, no menos hostiles…al menos, enternece constatar esa fe atávica que depositas en no sé qué destino ulterior a la visita de Doña Cierta, y ratifica la afirmación que exponía en la segunda línea de mi primer comentario. Pero tranquilo, bastante tenemos con nuestros menesteres cotidianos: ni tan serio es el asunto, ni tan grave nuestra existencia. Los juegos del lenguaje siempre son bienvenidos, despiertan nuestro caletre y nuestra petulancia, que nunca viene mal…ad libitum (a demanda, que diría yo)

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    1. Frente al incógnito desenlace de la conciencia y la disgregación de las partículas donde su malaventura halló acaso un trasunto de raíz, todo se postula como un acto de fe: fe en la revelación o autoapocalipsis de la agonía, fe en el acceso a otro nivel de ensoñación, fe en la reformulación kármica de no sé qué teleologías, fe en la fusión con la matriz metafísica de la materia, fe en el eterno retorcimiento de lo mismo y otras muchas, que no menciono por no hastiar, hasta llegar al que tengo por más exótico y desesperado de cuantos novísimos ha imaginado el humano discurrir: la fe en la nada de la implosión neta.

      «A demanda», como bien dices.

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