16.10.18

ABORÍGENES DE LA CLAUDICACIÓN

Fay Helfer, Nepenthes
Para sentir que estoy vivo
yo dejo morir las horas
de un tiempo que no es el mío.
José BERGAMÍN
Canto rodado

Dicho sea en menoscabo de la pesantez que a todos nos colma por desigual en el nicho de nuestra varia fortuna y condición, para los mentecatos y en no menor medida para los atolondrados que se desloman por adaptarse a un contexto intolerable antes que exponerse al riesgo de disidir, así como para los forofos de un absoluto protegidos por la fe de las dimensiones menos graciosas de la naturaleza humana, siempre ha sido más fácil resistir el acoso de la adversidad que para los proclives a percibir los actos rutinarios de la lucha por la vida en la inhóspita y afligida resaca de cada instante transcurrido en la tragedia de persistir entre demasiados enemigos, a la vanguardia de ellos el siglo que acelera la marcha hacia el declive apretando el nudo de la innovación.

«Coja es la pena, mas aunque tarda, llega», subraya el refranero, y tan escabrosas pueden llegar a ser las condiciones reales de existencia al vaivén de las vicisitudes, que sobreponerse a la supremacía de la degradación solo es posible en esos casos recurriendo a la misma actitud espectral usada en defensa de su interioridad por muchas sensibilidades que cayeron prisioneras en campos de concentración o sufrieron cautiverio en villas sitiadas durante largo tiempo, por entresacar dos ejemplos clásicos de la maraña de indecencias que recorren el hundimiento gradual de nuestra especie en el devenir histórico: me estoy refiriendo a la apatía, esa especie de invisibilidad bartlebyana que forma la negativa a tomar parte en el comercio de identidades con el mundo circundante; una implosiva pero firme conquista de la renuncia a la obligación de representar papel alguno cuyo poder de preservación del juicio en mitad del yermo, mientras el enclaustramiento afectivo sepa deslindarse de la enajenación, no es muy distinto en su capacidad poliorcética de los remedios desarrollados por los estoicos, de las técnicas quietistas de desapego o de la vía nivrtti de reposo por desistimiento que se halla contenida en la tradición sapiencial de la India. 

Que nadie con un germen de empatía bajo su cráneo vitupere, por tanto, la dejadez impasible de los espíritus que se han visto abandonados por el último amago de presencia indispensable a la hora de cometer la heroicidad de desaparecer de sí. «Si levanto los ojos desde mi pensamiento, arden en mí con el espectáculo del mundo», se hizo escribir Pessoa en la santidad de su desasosiego. Respetemos, porque tiene además un sentido ausente en la afirmación de lo contrario, que haya quien conciba, como un requisito de aptitud aplicable a la creación, que ningún dolor es superior a la nada.

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