5.1.17

ANOTACIONES DE UN CAVERNÍCOLA (selección)

Adriaen Coorte, Naturaleza muerta con espárragos
En cualquier siglo en el que vivan, los hombres son incapaces de extender su mirada más allá del decorado cambiante que constituye el horizonte de su existencia y percibir finalmente el fondo desnudo del teatro, por una razón muy simple: no hay tal fondo.
Paul VEYNE
Séneca

Vuelvo a viajar en el tiempo hacia un 1999 que fue prolífico para mí en los arriates literarios, o dicho una octava más alta, un año en que anduve jodido según la menos mezquina de las acepciones para un puritano, la misma que contraviene la acción verbal que corresponde a un filósofo con aptitudes de hetairo —a un falósofo, pues—. Libertinajes teóricos y estrechamientos benedictinos aparte, a borbotones bullían en mí las vehemencias de un temperamento dado al brío de probarse a contracorriente y al que, no obstante, todos los caudales se le agriaban. Más pudoroso que ahora —las nuevas tecnolatrías, recuérdese, llegaban muy embrionarias al gran público—, quise envasar el documento al vacío por cuanto en él había de un mundo pintado con pormenores demasiado fieles al espejo del amanuense. Violando el mandato expreso de la advertencia que más abajo proclama sus reservas, rescato las piezas —como hice con Ignominias— que mi sentido actual, más curtido aunque no necesariamente más agudo, encuentra presentables, o menos atrabiliarias en sus licencias, de una obra tan heterogénea como cualquiera donde haya puesto mi genio. He omitido de la antología, empero, los episodios donde mi desnudez en el espanto reclamaba un compasivo abrigo de silencio. Tanta era mi voluntad de purgar la etapa de anteriores devaneos, tanto el salto de punto final sobre mis pasadas truculencias y temeridades, que firmé el escrito con los cuatro seudónimos que había calzado hasta la fecha, cortésmente arreglados para la cita epilogal con el prefijo ex-. Con el primer nombre de la lista, David Mordisco, me estrené como fanzinero cuando nadie que pudiera permitirse un computador valoraba esas manualidades vírgenes de las cuatricomías y escalas de grises que delatan el chapuzón en la imprenta.

Escrito tengo en la peña de alguna miranda que poco resistiría como contemplador sin contemplaciones si no procurase combinar el tenebrismo existencial con un risueño desenfado, y algo de la templanza necesaria para no perder el equilibrio frente al vacío se insinúa ya en estas Anotaciones, que desafían por cada costado a ser olvidadas no sin haber trascendido las esperanzas y ambiciones acumuladas bajo el tampón de los miedos comunes. No fallará quien trasluzca en ellas los años de resaca marcados por el gnomon del genuino éxtasis donde a punto estuve de desgranarme sin retorno. Uno siente asomar tímidamente el soplo de la frescura recuperada en los aforismos que de aquella cueva salieron en busca de un horizonte más estable que las visiones rupestres. Entre los amplios espacios mentales que un trabajo a trompicones no me invadía, alternaba por entonces las meditaciones al arbitrio de la gruta con las efectuadas en pleno vuelo como aprendiz al mando de una avioneta, pero a fuer de cabal no sabría concretar en qué invertía mayores despliegues de atención, si en la disciplina de pilotaje o en la espeleología de interiores; lo que de ambas puedo resumir es que no tardé en abandonarlas debido a la extenuación económica de mis circunstancias. Las alas con motor son caras y el tiempo dedicado a las musas carísimo se lo cobran quienes no las cultivan.

Del estilo agradecerán la sencillez quienes más padecen el manierismo que serpentea por estos riscos cuando mejor contención no lo remedia; un estilo donde a veces se presiente cierta propensión ática, no me compete a mí asegurar si cumplida en alguna parte o frustrada sin excepción. Examinado el contenido en retrospectiva, admito —sottovoce— que me resulta cualquier cosa menos fácil sustraerme a la impresión de que mi devenir como letrarra —sí, dinamitero verbal— ha evidenciado antes cambios formales que una evolución sustancial hacia el letrarca que quisiera ser de continuo, de solo a solo y no sólo a ratos de mí a mí:

Mis letras son mis pistolas,
pistolas de santo son
con balas que hieren solas.

¿Qué otro denuedo puedo aducir sin embarrarme en excusas tan manidas como inútiles son las barrenas de una mosca atrapada en un vaso? Ganivet, a quien frecuento últimamente, me ha convencido de que «la lengua castellana es una capa, y la mayoría de los escritores españoles la llevamos arrastrando». Capa caediza, como movedizas son las arenas donde uno echa a andar las ideas. Sirva el trampantojo de su autoridad, la de las ideas y la de Ganivet, a la inconcusa bizarría de hacer de esa capa mi sayo. 

Háganme caso y no me hagan caso...


ADVERTENCIA 

Estimo demasiado toscos los textos aquí reunidos. No son escasos los pasajes autobiográficos extraños a la incumbencia de un lector ordenado y abundan en franco desaliño las ideas que no me he permitido rectificar con trazos de otro gusto. Mi deseo es que el documento no sea divulgado mientras permanezca despierto entre los hombres o expuesto al hipnal de sus aversiones.

Karl Wilhelm Diefenbach, Matermania

La única verdad es una mentira que valga la verdad.

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Al levitar no nos elevamos, sino que el mundo cae más deprisa que nosotros. 


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Cuánta superioridad intelectual denota reírse de la risa. Y cuánto dolor inasible en esa carcajada opaca y solitaria que se alza como un monumento al orgullo abierto en canal. 

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La locura es el acoso perpetuo de uno mismo —el avance de lo más hondo que no cesa de zapar hacia lo infinitesimal aprovechando el escondrijo de las dendritas. 

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Entiendo la filosofía como el arte de descifrar la apariencia e ir desenrollando entrañas sobre el aspecto. Lo demás, lo que con tanto empeño y seriedad han incubado los filósofos académicos como déspotas en su sistema de pensamientos, sólo se entiende como el producto catabólico de un cerebro pesado: la cabeza hinchada del ahogado, el excremento atascado en la sien. 

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Cuando un ser radiante no es capaz de actuar como una bestia, se condena a llevar una jungla chamuscada dentro de sí. 

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Lo desconocido, soledad ignota que nos rodea, es por definición lo que escapa del comercio lingüístico. ¿Cómo interpretar entonces que la auténtica poesía sea expresión y síntesis de lo ignorado reconocido? ¿Acaso la experiencia mejor transmutada del lenguaje se reduce a una aberración semántica ensimismada? 

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Pensaba que la violencia aleja de la conciencia tanto como la amplitud espiritual impide el frenesí agresivo pero acabo de descubrir la temible y fascinante verdad, insostenible por las palabras, en el señorío de otra dimensión desenvuelta con la profanación atenta, escrutadora, cariñosa… Gracias, amable jilguerillo, por tu dulce agonía. 

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Sólo a los individuos poderosos les está permitido una muerte transparente. El resto se quedará eclipsado en el anónimo colchón de un hospital, en el nunca poco odiado centro donde trabaja, de camino a casa en un vulgar accidente de tráfico o en un váter amenizado por los efluvios de las heces. La rareza y densidad de la muerte subraya el valor de la vida que se disipa. 

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La naturaleza o algo que se disfraza con el vertiginoso juego de los fenómenos creó al hombre, quien, en una época venidera cuyas virtudes solo atisbamos en nuestros más viciosos dolores, pensando en superarse creará al superesclavo. Es lo que podríamos interpretar como un concerto fallito para Suprahomo sapiens.

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¿Qué es el conocimiento? La superación de toda moral, incluida la moral de la superación. ¿Y la moral? El miedo al conocimiento presentado como herramienta de la verdad. 

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Soy hábil y curioso, podría haber destacado en aquello que me hubiera propuesto, pero mi flexibilidad sin bitácora sólo me ha proporcionado el espectáculo metafísico del desencanto y el hábito recalcitrante de la inutilidad. Analizo cada aspecto de mi vida con el deseo de salvarla de su catástrofe reiterativa; la indago vorazmente para darle el sentido que no tiene —que no puede tenerse—. Me doy forma y me deformo, improviso continuamente y termino por deshacerme en actos idénticos a sí mismos. O el mundo no está preparado para recibirme, o soy demasiado frágil para soportarlo. De seguir así, más me valdría fenecer, sería el único acontecimiento tempestivo en mi tempestuosa historia. Sin embargo, no me fío del diseño universal: ¿moriría realmente si quisiera morir?... Lo tengo bien oscuro: será preferible acostarse y dejar que las pesadillas trabajen mis ya desacomplejadas complejidades. Un par de pastillas de magnesio, autosexo centrífugo, grillería estival de fondo y a dormir no sin cierta alquimia, pues mis pesares acaban licuándose como charquitos de baba en el colchón. Al final, todo queda en silencio y los fines vuelven a ser medios. La vida se burla de sí misma a cada momento ofreciéndose el deleite rutinario de cada uno de nosotros. Por eso necesitamos soñar, nos purgamos en sus focos de la presión escénica. 

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Un amigo me ha reprochado que mis lecturas son fuentes infectas que contaminan de desesperación, pero le he replicado que precisamente la desesperación es el torrente salvaje que me incita a leer obras donde mi mundo encuentre aliados. Para sincerarme, diré que estoy harto de sentirme acabado y creeré por un instante que en ese extremado hastío del hastío puedo situar el emblema de mi fuerza, pero lo cierto es que mientras mis células perduren seguiré padeciendo el dolor abstracto y circular de una lucidez desmembradora. Para mayor desgracia, se trata de un síndrome esencialmente incurable: el remedio consiste en afirmar la enfermedad que lo provoca remachando a base de escrúpulos la descomposición. Por si este fuera poco aderezo, le añado mi incertidumbre vocacional: mientras al existencialista ortodoxo aún le queda el magnánimo consuelo de suicidar la realidad sacrificando su cuerpo concreto, a mí sólo me queda un delirio pasajero donde imagino que sacrificando la realidad lograré suicidarme. 

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Desconfío de quien aspira a seguir convirtiendo la lectura en una ocupación principal —y pongo el acento en mí, que ya me empiezan a crecer pastas—. Uno se inicia nutriendo el espíritu de libros y acaba por servir de postre a la veleidad de las palabras. 

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El origen de la higiene física no es el interés por la salud, sino el horror. Nos lavamos porque de lo contrario oleríamos terriblemente mal: apestaríamos a muerto viviente

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Quien juzga, incomprende y blasfema contra la transparencia del saber. Para una mente clara, imponer un criterio es tan absurdo como vituperar una estrella; lo que no impide que una mente veterana en la claridad contemple la suspensión del juicio como una pretensión doblemente absurda. 

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No tengo ideas; creo ideas que incendio después para sentirme iluminado. 

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¿Cuál es la raíz de un hombre especial? Su poder para especializarse en la falta de especialización, es decir, su facultad para desplazarse al margen de las órbitas comunes adquiriendo una panorámica tentacularidad. 

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Es probable que algún día, cuyo malentendido intento sugerir, mis cuadernos valgan su peso en oro. Hasta entonces, mi cerebro con su lujoso cúmulo de excrecencias sólo vale su peso en aire —aire puro, eso sí. 

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Declararse a la cajera de un supermercado formando un mensaje tridimensional con los productos colocados en la cinta transportadora. 

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Sublimación de la vanidad: hacerse el despistado para no pasar desapercibido. 

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El mamíferoz. ¿Cómo me cuido? Es obvio, mis llagas no mienten: poniéndome en peligro. 

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Donde tú ves una persona notable, yo advierto un mono rebosado por alguna extremidad. 

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Poder es, ante todo, poder matarse. El resto de manifestaciones que pasan por poderosas, incluso cuando interviene un esfuerzo de naturaleza superior, solo son simulacros de derroche. 

Denis ForkasAllegory of Martyrdom

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Arrebato panfletario. En la génesis del Estado se concentran el deseo y la voluntad de normalizar un tipo de violencia contra las violencias discordantes; el fuego y la sangre son sus genuinos, constantes apellidos. Pero no es menos cierto que un Estado bien construido, ágil en la estabilidad, tan flexible como eficiente, astuto sin caer en la demencia, es un aparato demasiado valioso para ser despreciado por un análisis de crítica recalcitrante o, por el contrario, saqueado indecorosamente por grupos de rapiña que carecen del necesario conocimiento y calidad anímica para administrarlo sin hacerlo estallar. Lo ideal es que los individuos sean suficientemente conscientes de su fuerza y sensibles al desafío para prescindir del Estado en las zonas de actividad vital donde sobra su intervención y obra bien reducido a su mínima expresión y máxima funcionalidad —no funcionaridad—. La noción política que debe prevalecer en una sociedad apta para este tonificante proyecto es que el equilibrio sólo es atractivo en el caos —del mismo modo que el caos resulta tentador cuando el orden aprieta—, observación que traducida a una orientación gestora aconsejaría aligerar la presión estatal sobre lo particular y desmantelar otros componentes de verticalismo abismal al tiempo que se potencian los recursos que permiten ampliar el juego que cada individuo puede ejercer en función de sus méritos y talentos. El Estado debe cumplir la exigencia de reciprocidad con el pueblo que aspira a vertebrar y, de igual modo, las diversas personas implicadas en la dinámica social tendrán que estar a la altura de los hechos afrontando la complejidad mutante del destino colectivo. Puede que resulte obvio —lo que sería un síntoma esperanzador—, pero la espontaneidad bien entendida no es más que la cosecha del poder correctamente distribuido. 

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Actuar es resignarse a seguir. Morir es cuanto podemos ser. 

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El origen de la tragedia radica en nuestras limitaciones para comprender sin espanto la existencia ilimitada donde nos movemos. 

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La especie humana merece ser conservada solo en tanto que proyecto de enmienda. Nuestra única perfección es nuestro afán de perfección. 

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No habría ciencia sin los caprichos de la ficción. La ciencia es precedida por los inventores, pero estos solo llegan cuando se ha hecho fábula con factores imposibles

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De la ciencia estimo sus fines: esencialmente, comprender el organismo del universo para poder recrearlo. Sin embargo, sus medios resultan pobres, a veces incluso ridículos por el reduccionismo con que manejan sus pretensiones de veracidad: el método científico se me antoja anacronismo incapaz de renovarse abriendo puntos de conexión con otros sistemas de penetración en la realidad; diría que es el estertor de un dinosaurio petrificado en dogmático fetiche, beata categoría de única e irreparable dirección... pero yo de esto, por supuesto, no sé nada —aunque mis nervios, sumergidos en los extraños cultivos del tiempo, no hayan dejado de ser un laboratorio elocuente

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Quizá estemos locos de manera tácita y lo hemos olvidado a base de respirar una y otra vez un psiquismo viciado. Quizá el núcleo de la distorsión sea que la vida nos fuerza a ser en relación a ella misma, convirtiéndonos en putas perpetuadoras que carecen de objetividad para interpretarse sin renunciar al cambio y fluctuación de los aconteceres. Somos inaccesibles para nosotros mismos y esta nocturna verdad, que adquiere furia de vacío en la intimidad sin rostro, se compensa en la práctica diaria con la levedad de la apariencia que otorga a cada humano la mascarada precisa para perderse en la textura de las impresiones. 

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Atribuirse el rango de carecer de complejos demuestra lo clandestinamente acomplejado que se está. 

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La palabra debe apuntar a lo que no se dice; es necesaria justo porque es prescindible. 

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Ustedes pueden deshacerse de mí haciéndose una idea equívoca sobre mi carácter al tacharlo de pesimista cuando soy exactamente lo contrario: trágico. La tragedia es una constante que rige la inconstancia de las criaturas, el contorno fiel de los efímeros perfiles del mundo. Lo pésimo, sin embargo, es carecer de la inmortal sensibilidad muriente; pésimo es estar en la vida sin ser la vida ni atreverse al contraste y la elevación de una perspectiva fatal que, pese al primer sufrimiento, establece un atributo redentor frente a la maniática acumulación de actos. Redentor porque en la tragedia todo muere por ser imprescindible, todo duele porque exige ser gozado y todo asusta para ocasionar valentía, mientras que el pesimismo es la estrechez del desatino en una historia sin mito ni destino. 

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Tengo ideas, pero las comprendo tan intensamente que no puedo creer en ellas. He muerto innumerables veces, pero en cada intento me he alejado más de la muerte. La enfermedad me ha sido fiel, la enfermedad sin título del último hombre que sueña con ser el primero, pero en su clima hediondo no he aprendido a ser fuerte, sino a tener un fuerte

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Podría ser nazi si el racismo belicoso tuviera como fin eliminar las razas pueriles que aún creen en el orgullo racial. Gustosamente me apodaría nazi si no despreciara solemnemente los conceptos nada respetables de nación y socialismo, verdaderos baluartes de una filosofía digna de subhombres. Adoptaría, en fin, la identidad nazi si con ello multiplicara las potencias de mi ser, pero lo único que aumentaría sería el volumen de mi estupidez. Aparte de «la banalidad del mal» tan bien descrita por Hannah Arendt en referencia a los crímenes imperdonables que cometieron, de los nazis no soporto: 
— Que hayan monopolizado la esvástica sin el mínimo interés por comprender su profundo y nada gregario significado simbólico —jainistas, tomen la palabra.
— El haber denigrado, desde la mediocridad uniformada de un establo furioso, el concepto de eugenesia atribuyéndose el falso mérito de estar en la vanguardia del ennoblecimiento de la especie. 
— La arrogante cobardía de masacrar personas de manera industrial y de haberlas asesinado, además, no por el gusto de comérselas, sino movidos por una aspiración supremacista, movidos por asco. 

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Convencida está la luciérnaga de que cuanto la rodea es refulgente sin sospechar que la sombra que persigue su chispazo amenaza con disolverlo. 

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Lo que hace tan atractivas las aventuras fugaces, especialmente las sexuales, es su brevedad: la carencia de futuro se traslada a los hechos estimulando la intensidad del presente, de la presencia. Al acceder a la tentación de una experiencia semejante buscamos, sin saberlo quizá, la muerte del tiempo, un sucumbir al instante. Por eso no hay nada más detestable que la fuerza gravitatoria de las consecuencias cuando lo deseable era el crepitar de una secuencia en un recuerdo sin materia. 

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El contacto prolongado con la verdad embrutece o asesina... ¿Futilidad? Puede, pero fulminar las cuestiones vitales con un arranque de trivialidad es también un gesto rebosante de vida; es justamente vivir. 

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La inocencia no consiste en estar libre de culpa, sino en gozar del poder de negarse todo. 

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¿El peor de los errores imputables? El disparate de no cometerlos. No quien se esfuerza por obrar bien, que responde a una preocupación que denota ser saludable en su origen, sino quien procura no equivocarse jamás sigue una pretensión que revela en sus últimas consecuencias cuánto ignora de lo que la vida debe a los fallos y, aún más retorcido, cuánto quiere hacernos creer que no ignora cuando acierta sin saber. 

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Si no nos ocupamos de lo imposible, bien merecemos no entender lo posible. 

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En el cosmos todo tiene su razón de ser; lo cual no implica que todo ser tenga razón. 

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No se trata de entrar en el juego del mundo, sino de abrirse a él sin reticencias, selectiva pero gratuitamente, actuando como una concubina en una postura cósmica. Y si el deseo de dominio —ese hollar compulsivo— nos agita más que la libertad de percepción —que limita, en realidad, con la percepción de la falta de libertad—, la fórmula propuesta también sirve porque no hay rastro más hondo que el efectuado hacia dentro: esa impronta jamás se borra ni viento alguno la erosiona. Para desplegar el ser, comprendido el ser como se quiera, no basta con que el ser esté ahí; se requiere que el ahí esté en el ser.

Jean Delville, Le crime

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La necesidad masculina es un querer exteriorizar, fecundar, verterse hacia fuera. La femenina, en cambio, se basa en un movimiento centrípeto para interiorizar, concebir, recoger. Por eso el hombre eyacula, crea arte y guerrea, mientras que la mujer consta de vagina (túnel dispuesto para acercar la tierra al cielo), se permite el lujo de prescindir del arte y lleva la guerra consigo allá donde esté. La estructura psíquica del hombre prefiere pensar el mundo para tomarlo; la mujer toma el mundo sin necesidad de recurrir al pensamiento. 

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Hombre y mujer como ninguno, el escritor notable une a su deseo de precisión la inseguridad vocacional, pues está obligado a penetrar en territorios del alma donde falla la vista y sobran las manos no obstante a conseguir expresar lo máximo con recursos mínimos poniendo el acento en el potencial humano sin extraer e iluminando aquello que, de no ser por su habilidad subterránea, permanecería olvidado en la inmediatez de la conciencia. 

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Tanto en la literatura como en la vida —esa otra novela escrita en la carne con caracteres enfermizos—, la razón debe limitarse a coordinar y desinfectar, a precisar y ordenar, pues aun siendo herramienta útil, tiende a amputar la mano que la maneja.

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Es obvio que cada suceso tiene unas causas; tan obvio, como que cada causa pertenece a un destino. 

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Si pudiéramos establecer un balance exacto e inmediato de los procesos que ocurren en el cosmos, seríamos conscientes de que el espacio está indisolublemente unido a la materia y de que el cambio, aunque adopte formas antagónicas para nuestro humano criterio, no deja de ser una ilusión provocada por la simultaneidad. El universo, abarcado con una sola mirada, presentaría el aspecto de un hermético mosaico de mosaicos donde el tiempo sería el intervalo empleado en ajustar el zoom para navegar a través de su fatigosa densidad. 

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El teólogo habla de Dios con rebuscada ligereza; el científico lo hace con acomplejada esperanza; el místico con prodigioso entusiasmo; el ateo con fanático encono; de Dios sólo habla con propiedad quien oculta su apostasía tras el renovado maleficio de la duda, pues Lo conoce bien y, pese a ello, se abandona a una soledad digna de diablo donde se mantiene próximo y distante de Él. 

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RICO: Aquel que no tiene nada que perder.
 POBRE: Aquel que no tiene nada que ganar. 
FILÓSOFO: Aquel que comienza a saber que no sabe lo que tiene que perder o ganar. SABIO: Aquel que sabe que ganar o perder da igual cuando se sabe ser.

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La tesis que asegura la invalidez de lo infinitamente pequeño acusando contradicción conceptual supone erróneamente que la infinitud es una proporción cuantitativa y, por ende, de aberrante asociación con lo pequeño. Sin embargo, el infinito no es una magnitud, sino una cualidad que se define por su siempre remota posibilidad; no se trata de un atributo de volumen, sino de una jerarquía estructural ilimitada. Cuando me refiero a lo infinitamente pequeño, lo que postulo es la divisibilidad absoluta de la realidad positiva, su continua dispersión en el vacío. Para mí, el infinito es una idea reversible que concuerda tanto con la función multiplicadora como con la reductora; diferencias puramente teóricas de denominador común sin el cual sería inconcebible lo inconcebible: la esfericidad del espacio-tiempo o, para ser más acertados, su extensión en n dimensiones. 

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Entre la sensación y la demostración media un abismo de fe; de ahí que la ciencia se desvirtúe a sí misma mediante la presunción de objetividad. Os contaré una parábola que no recuerdo haber leído nunca pero que acude a mi memoria como si así fuera: «Un sabio, cuyo conocimiento atravesaba una fase de escrúpulos hacia los sentidos, concibió un dispositivo para reconocer el espectro de los colores con la intención de mitigar su creciente desesperación. Cuando lo puso en funcionamiento, enfocó hacia él un haz de luz y el aparato dictaminó: ROJO. Satisfecho por la coincidencia con la información que sus ojos le brindaban, el sabio suspiró aliviado: “Así es, ¡qué sabio soy!”». 

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Quisiera a partir de ahora sustituir uno mismo por la locución menos impropia pluro mismo; claro, que también podría manejar idéntico significado escribiendo uno disímil, multiuno o ningunalguien... 

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Se puede tener la razón a favor y equivocarse rotundamente. Por eso desconfío de los economistas, pedagogos, fiscales, sociólogos y demás calaña tecnoburocrática en materia de vida: ponen tanto celo en su ecuánime raciocinio que se olvidan del fin primordial del intelecto: resolver problemas, no dilatarlos. 

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Desopinando. Durante estas últimas semanas —que ya empiezan a ser demasiado últimas— se pretende juzgar al chabacano golpista Pinochet por tribunales ajenos a su país. Mientras las víctimas de su régimen exigen carnaza para saciar su comprensible vindicación, los mamarrachos encopetados que rigen el proceso no se atreven a tomar una decisión. Es debido a este antagonismo imperante, y no a inquietudes humanitarias, que voy a mezclarme con el ruido de fondo proponiendo una aventura jurídica: que al ya tembloroso tirano, junto con algunos de sus secuaces más selectos, se les condene a gobernar un pequeño Estado del modo más liberal y democrático posible. Estrictamente vigilados por comisiones internacionales y por el propio pueblo elegido a tal fin, la mínima desviación de las leyes o el abuso más ridículo por parte de los gobernantes se castigarían con el linchamiento inmediato a manos de quienes deseen participar en la tortura. ¿Existe pena más salvaje para un dictador que investirlo de poder a condición de no usarlo? De reyezuelo bananero a títere amenazado de muerte, la experiencia bien vale su riesgo. Menos leyes de juristas, más espadas de Damocles.

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En el jovial Bakunin encontré la primera espuela sincera para erguir el pensamiento —contaba dieciséis veranitos— y hoy sería capaz de asesorar a un aciago ser como Hitler si una suerte de trastorno espaciotemporal lo hiciera posible. Conservo mi mente abierta y una sensibilidad viva, pero a estas cualidades preciosas he incorporado el interés por el poder concebido como un inmenso laboratorio, el desprecio por los amasijos sociales y una transparente atracción por poner la vida en jaque. Soy claramente consciente de que en estos apetitos insatisfechos subyace la necesidad de compensación y una acicalada pasión de muerte, de muerte grandiosa quizá, pero a mi edad no estoy dispuesto a retractarme (y no es cuestión de orgullo, sino de lasitud): prefiero estar desvergonzadamente loco a padecer una ordinaria neurosis. 

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Sólo durante el periodo de transición que va desde el final de la adolescencia a la primera juventud, quise adoptar el papel de artista maldito; si lo que he hecho y escrito después posee rasgos calificables de malditos, se trata de un vulgar malentendido: desde hace unos años soy demasiado siniestro para ser maldito. 

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¿Y quién me asegura que las estrellas no puedan ser opacas ni blancos los agujeros siderales? 

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En puridad, el amor y el deseo se excluyen. No pudiendo equilibrarse el uno en el otro ni crear una amalgama emocional, terminan por enfrentarse tortuosamente. Al final, según las cualidades que nos inspire la persona involucrada, la degradaremos al rango de mero objeto carnal o la idealizaremos hasta convertirla en un tótem intocable por incestuoso.


Los legisladores proceden con una lógica inversa: parten de la idea abstracta hacia el hecho concreto; primero elaboran un esbozo de lo que el hombre debe ser y después extraen las consecuencias irrefutables de sus geniales espectros. Habría que tener presente que la naturaleza —y con ella, la humana verdad— es cruelmente ilógica y que toda presunción de equilibrio trasciende nuestras facultades cognoscitivas. Por tanto, sería más que deseable —sería realista— diseñar el cuerpo legislativo desde la relatividad para atender, en cada momento, a lo que los hombres son en cada lugar. 

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Cada cual sufre individualmente los complejos y carencias de la especie. Que la frustración es esencial al humano se hace palmario porque disuelve gradualmente la existencia que la padece. En el paroxismo del sufrimiento y de la extrema necesidad, ya no somos nosotros: somos una delegación de la pesadilla global. 

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Pocas cosas tan intempestivas como una eyaculación en un mundo superpoblado. Nada tan superfluo como una erupción seminal en el instante de anticiparse al menudo cielo de la carne. Mientras el placer erótico sea indisociable de la fuga de materia, no tendremos derecho a considerarnos sapientes

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Algunos literatos, sin duda sagaces, han aprehendido en el semen un simbolismo sacrificial; también la historia biológica, sin duda ladina, se permite la elegancia de la excusa. 

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Hay circunstancias en que la generosidad no consiste en dar, sino en evitar, en ahorrar lo duro. No se diga que fui avaro: los últimos pensamientos siempre los reservé para mí —para mi deuda de olvidos. 

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¿Seré miedoso por querer ocultarme la luz? ¿No es ya un gesto de valentía declarar el miedo? ¿Acaso el valiente, en vez de ajeno al miedo, no ha hecho sino concentrar la fuerza motriz de sus energías en el miedo al propio miedo? 

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Sobre el sentido aristocrático de «cuidarse». Frecuente es el error de confundir el cuidado personal con la abstención de placeres intensos. Nada más extraño al concepto elevado que palpita en la protección de uno mismo, pues no difiere de la necesidad de exponerse al peligro con el honesto objetivo de fortalecer las partes implicadas de nuestro ser. Cuidarse no es un simple huir tras el caparazón, sino un querer encontrarse seguro en las situaciones más inhóspitas y arriesgadas. Se cuida quien por preservar lo mejor cultiva géneros de desafío a efectos de adquirir inmunidad y atletizar la independencia. En el cuidarse tampoco consta un rechazo al deleite de los sentidos, sino exactamente lo contrario: la salud es entendida como una armonía de opuestos donde la riqueza de sensaciones se traduce en estímulo orgánico. No se pretende la acumulación rutinaria de longevidad, que es un anhelo mórbido y sospechoso de agotamiento, sino la calidad plena. Cuidarse exige, frente a la común opinión, sazonar y saborear la existencia, no exprimirla.

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El tributo que se paga por el pecado es la soledad. La intensidad de los goces y pasiones nos aleja de la vida tras una eventual atracción, nadie escapa de sí mismo por más que se procuren éxtasis y desenfrenos. Puede que con algún que otro traspiés afortunado el camino del exceso conduzca al palacio de la sabiduría, pero quien allí entra no vuelve a salir íntegro y todo lo que atesora en su memoria se resume en una mazmorra de ecos. 

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Me siento como un sátiro en paro, soy un león abocado a la santidad. Más que heterosexual mi condición erótica es etereosexual

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Círculo viscoso. Cuando pienso en todo lo que me queda por hacer, me dan ganas de retirarme; si pienso en retirarme, deseo hacer sin demora todo lo que dejé pendiente. 

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Hasta que la citología y la astrofísica no se integren en una disciplina sin lagunas, no debería hablarse de ciencia, sino de protociencia. 

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En este mundo hiperdeterminado por la totalidad de las partículas existentes, de lo único que somos culpables es de creernos culpables. 

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La belleza erótica es para mí un acontecimiento pírrico; cada vez que una mujer con encantos desfila ante mis sentidos, subraya lo absurdo de mi animalidad. 

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Rizas el rizo y empieza la calvicie. 

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Nada consuela tanto como la falta de consuelo: es la riqueza abrupta del cansancio en el llano límite del fin. 

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Grito de guerra. ¡Quizá-pero-también-sino! 

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Axioma. Lo que es válido para todos es lo que menos vale. 

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Lo llamaban sofista porque su hábitat predilecto era el sofá —y como ustedes sabrán, tumbado se piensa mejor. 

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Ecologistas, ¿desesperáis por descontaminar el mundo? Muy bien, respaldo vuestra iniciativa: quien lo quiera libre de impureza, que sea el primero en suicidarse.

Mariano Barbasán Lagueruela, La noche de Walpurgis

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En la máscara reside un poder que excede lo humano y un horror que retrata nuestros orígenes monstruosos. No hace falta ser antropólogo para percibirlo; los bebés, a su manera, también lo saben.



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Si la naturaleza se autoorganiza sin prescindir de la exuberancia, del delirante derroche, de la predación, ¿dónde hallar el motivo para justificar el no menos atroz apetito humano de moderación, ahorro, limitación, previsibilidad y quietud? ¿Qué fuerza, salvo el respeto a un juego de artificio, pueden invocar esas correctas tentativas de programación si en sí mismas constituyen un soterrado crimen contra su condición natural? 

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La antihistoria, o mejor expresado, la retrocausalidad es un atributo que hilvana los acontecimientos por el envés. Ejemplificaré. No es falso afirmar que la revolución bolchevique se debió en gran medida a la influencia de Marx en el descontento pueblo ruso, como también es cierto asegurar que sin la revolución comunista el amondongado salvador de la era industrial nunca hubiera existido…

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Copulópolis. Sin ánimo de cortar el hilo de lujurias que se ovilla en la fiesta urbana nocturna, a poco sensible que uno sea le resultará inapropiado asumir un encuentro sexual en esas circunstancias. Al contrario de lo que suele ser creído, el sexo nunca es libre en esos ambientes; pueden surgir arrebatos de pasión mutua y un ávido desenfreno genital, pero están sujetos a la más estricta normalización ritual. Para que el sexo sea liberador, debería realizarse con un sentido más catártico de descarga espiritual y en condiciones menos fortuitas para lograrlo. Preferiría visitar, con la regularidad que mis hormonas precisen, lugares específicamente habilitados para la gimnasia sexual compartida que tener que acceder al patético juego de comerle la oreja a mi presa durante media noche para comerle después la flor durante medio minuto. Propongo la creación de termas sexuales —no lupanares—, centros centrados en el placer carnal con instalaciones semejantes a saunas y balnearios donde cada uno acuda a ejercitar sin ambages ni estrategias de hampón lo que ni sus manos ni cualquier otro deporte pueden proporcionarle a su cuerpo en tensión: un harén sin esclavos donde buscar el sosiego del jeque. 

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Entre la anestesia y la crucifixión. Impasible y, no obstante, hiperexcitable. Mi cerebro no se inmuta, acompasado por un corazón que late despacio mientras mis glándulas estallan frente a la más ínfima vibración ambiental. Hay algo macabro en esta disposición, un debate permanente y sigiloso entre querer matar la vida o dejar que la vida me mate. Siempre con rumbo pero sin ruta; victorioso a costa de vesanias; congelado en los suburbios de la normalidad. Todo me interesa a condición de no interesarme seriamente. Y dudo si el problema reside en el seriamente o en el interés. La muerte, me dice, tampoco resolverá nada... 

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A todo laberinto le precede un calculado diseño. Se debe ser estrictamente lógico para poder permitirse los fastos del caos. 

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La fuerza es un don que no puede resistirse a los hechizos del laberinto. A la fuerza le encanta extraviarse confiada a la magia del reencuentro. El fuerte se concentra y se dispersa, se concentra y se dispersa, se concentra y... miro atentamente el espejo, el espejo me mira y me vuelco: hay nada detrás de mis ojos. 

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El nihilismo incapaz de devorarse a sí mismo sigue manteniendo vigente la fe en el mundo que pretende derrumbar; no destruye dejando campo abierto al torbellino de la acción ni crea destruyendo las cobardías aceptadas: sólo perpetúa la transición, el interregno agotador, la vulgaridad bastarda de las inercias. Es un nihilismo necio y accesorio como lo sería una tienda de forúnculos a medida. 

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Dueño de mi pedestal y mi condena, despierto sueño que sigo soñando, soñando sueño que sigo despierto. 

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Palabra de caído en combate. Sin mujer no habría descanso. La mala mujer es aquella que contraviene este enunciado y, en lugar de apaciguar los ánimos exaltados de su amante, los envenena prolongando con medios de ofuscación biológica otra clase de guerra... 

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A propósito del próximo siglo, veintiuno desde el ucase de Herodes. Algunos voceros de la Nueva Era elogian el advenimiento de una mística de impresionante capacidad adhesiva que transformará la concepción humana del cosmos dando origen a un orden social más sabio y armónico; otros, apólogos del capitalismo radical, tecnofanáticos y optimistas ansiosos, aseguran que el mundo por venir será cualitativamente superior al actual en conocimientos y, por supuesto, mucho más rico en su aprovechamiento del ocio. Creo que ambos se equivocan; quizá su error se produzca debido a un acuerdo esencial que ninguno ha sabido aprehender sin tergiversar: el milenio que viene padecerá de hastío, confusión y sufrimiento tanto o más que el pasado, porque las épocas cambian, pero las carencias humanas permanecen… multiplicándose entre sí. La tendencia actual hacia la abstracción progresiva —o dicho de otro modo, la inercia del abismo— se perfeccionará en un sistema de locuras democratizadas, asépticas, refinadas y clínicamente testadas que plantearán nuevas relaciones de miedo y sumisión. La realidad espesará sus nieblas y llegará a desbordarse de los cerebros distribuyendo a cada individuo su ración regular de esquizofrenias normalizadas. Nuestra peor pesadilla será la cotidiana angustia de comprobar en cada detalle la incertidumbre de no saber si estamos delirando o despertando. 

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Invitación a todos, absolutamente a todos quienes aman el trabajo: ¡limpiadme las botas! 

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Para no enturbiarme. Que me incline a modelar mi discurso interior de forma incisiva y condensada, aforística y taxativa, no implica que mis pensamientos sean ráfagas de frasecitas descosidas. Tampoco puedo presumir sin faltar a la honestidad de un pensamiento coherente y homogéneo, pues el día que adquiera esa aparente solidez dejaré realmente de pensar. Perdigonadas mentales no escasean en mi repertorio habitual, pero procuro guiar el impacto en vez de abandonarlo a su ciega inercia. A menor escala y salvando las diferencias que nos acercan, me ocurre lo que a Wilde, de quien algún crítico resentido llegó a decir (intentando hacerse el Wilde) que su talento era como una máquina ruidosa de fabricar frases. Un lector a ratos de mi obra, que quizá no desconoce esta acusación contra el artista irlandés, me soltó una admonoción de idéntica ralea y no es otro el detonante de esta aclaración. Si fuera una máquina de frasear, no echaría tanto humo sin estar enchufado…

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Hubo un tiempo de pubertad en que creí convencerme de ser un robot camuflado. En la actualidad, me conformaría con seguir siendo humano... para seguir creyendo que lo inhumano sólo es un sueño.

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Pequeños peligros de cada día. En el mostrador de la sala de información, al entregarle a la linda recepcionista el correo certificado, no pude reprimir un discreto comentario que sólo pretendía transmitirle el placer que me causaba su demora en los trámites, ya que así podía contemplar con impunidad el aleteo de sus libidinosos dedos: «Es un lujo que existan personas con calma». Mientras lo pronunciaba, fui consciente del potencial irónico que una mente suspicaz, mal desayunada o fatigada por un trabajo aburrido podría desprender de mis palabras, lo que no me impidió seguir adelante, aunque modificando oportunamente el tono de voz para soslayar malentendidos. Sin embargo, la apuesta por la neutralidad, eludido todo entusiasmo gratuito, favoreció la ambigüedad expresiva de mis intenciones originales que, después de la fulgurante reflexión comprimida entre sílaba y sílaba, yo mismo empecé a sentir irreales hasta que comencé a tartamudear.

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Compensación. Tan natural, riguroso, como el constante pulso entre la noche y el día, la pasión por ocultar sucede (o precede, según se mire) a la voluntad de desvelar. Tras los brujos, el turno de los inquisidores. 

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Fieles a la verdad. Flotando sobre las testas del populacho gracias a dos imperturbables parejas de clavos, Cristo se confesó con la mirada puesta en el cielo: «No los perdones, saben como nunca lo que hacen». Del azote que vino después, conocemos bien el nombre.

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La consecuencia palmaria de tener un Padre Único no es la hermandad de los humanos, sino estar espantosamente encadenados unos con otros por medio de una Tara hereditaria.

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Sospecho que no seré un diestro novelista, que quizá no me convenga redactar mis ensoñados Desiertos Invisibles, pues adolezco de un exceso de ideación que infla el encadenamiento de situaciones y estados en detrimento de los caracteres de los personajes. Para escribir una buena trama que se dilate hasta producir una novela es preciso que la acción, los diálogos, las reflexiones y el universo de matices reflejados giren entorno a los personajes, que son quienes deben justificar la historia narrada. Mi temperamento literario funciona exactamente al contrario: primero parto de una escena o serie de acontecimientos que considero dotados de plasticidad psicológica y después le añado los protagonistas que su desarrollo exija. La imagen argumental siempre ha tenido más valor en mi afecto que su encarnación en un determinado tipo; no puedo evitar la relevancia del concepto frente a la densidad circunstancial de un ser determinado, así que tampoco estimo la fijación de los hechos como un factor predominante sobre sus inevitables actores. La personalidad es, en esencia, accesoria al papel representado y, desde una comprensión profunda, fatalmente indefinida contra el relieve de la ficción… o de la vida. Por otro lado, leo demasiado como para permitirme conservar intacto, siquiera parcialmente, la coordinación imprescindible de un estilo: estoy infectado de literatura.

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La originalidad creativa se comprueba cuando un autor, más que estimular sucesores (toda divulgación es sintomática patología de vulgaridad) se proyecta hacia el pasado indicando tácita pero elocuentemente sus precursores con una perspectiva que reinventa lo creado por éstos. 

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En este mundo nada se descubre; nos descubrimos en el mundo; descubrimos que no hay mundo. 

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Epicentro de esos vértigos casi letales en los que no sé si soy un hombre que sueña ser Dios, o un Dios que sueña ser un hombre. Ahora lo entiendo: soy ambos porque soy ninguno. 

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La fecundidad de la imaginación es finita, pero su sabor está destinado a saciar el infinito anhelo de los hombres. 

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Lenguaje. Un leve indicio de irrealidad convierte nuestros vibrantes gruñidos en sonidos articulados a los que posteriormente atribuimos significados por falta de pruebas. 

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Al Diablo no se le puede imputar falsedad; el Diablo es oscuro porque nos refleja. 

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ÉL: Tengo la sensación de que no te conozco de nada... y eso me excita. 
ELLA: Qué curioso, yo tengo la sensación de que te conozco desde siempre... y eso me repugna.

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La timidez del salvaje. Señores, ya que me obligan a decirles tanto con su capcioso silencio... así es, me deleito con el vino porque todavía no me atrevo a sorber vuestra sangre. 

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A Dios le toca ser mula en otra parte…

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Cada individuo tiene que llegar a ser todos los otros para ser él, ello mismo. 

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Por más que mires, sólo te verás a ti mismo; por más que hagas, no cesarás de ser tu invención. 

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«Creced y multiplicaos» ¿por qué? Tal vez ese Dios quiere llenar la despensa…

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Algún día, cuya prosperidad ya me ilumina, incluso los niños se reirán del pringoso concepto de Dios, el Único al que vale la pena burlar.

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Mientras unos van al desierto para encontrar a Dios, otros lo hacen en busca de sí mismos y todos, Dios mismo, se esfuerzan por evitarse.

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¡Qué fantástica aventura revolcarse en un oasis de ordinariez cuando tu espíritu merodea continuamente entre desiertos de marfil y torres de arena! 

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Precisamente por disponer de una sensibilidad bien afinada, repudio cualquier indicio de sensiblería. La dramatización no sólo insulta la tragedia inherente a la vida, sino que impide el flamante sosiego de la risa. 

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Justo al contrario de lo que sospechaban los ideólogos anarquistas y otros revolucionarios decimonónicos en relación al panteísmo, es más fácil hacer que Dios sea Todo tras haberse convencido de que fue Nada. 

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Anti-Tao. Ni hay Camino, ni perdura el Camino hecho al andar. Nunca somos los mismos ni el producto de lo que hemos sido por más que no dejemos de ser lo que seremos. Nuestra senda, al igual que el incansable río de Heráclito (cuyas aguas se paralizaron desde que invocó su prisa), fluye y existe en tanto que ilusión: la vida ha transcurrido ya, el tiempo es ajeno a la conciencia y nada puede evitar que sigamos siendo misteriosamente nuestro no ser, siendo. 

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Es propio de la mentalidad beata pensar (por increíble que parezca a veces los meapilas también piensan) que si a pesar de la suma de nuestros esfuerzos seguimos sin creer en Dios se debe a que no lo comprendemos, cuando la verdad es que no creemos en Él porque hacerlo sería una blasfemia una vez hemos comprendido que posee más caracteres humanos que nosotros divinos. 

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Después de releer a Sebastián Fauré a uno le entran ganas no de afirmar a Dios —lo que sería un gesto de previsible mal gusto—, sino de renunciar a la razón para olvidarse de sus pedorros empachos retóricos. 

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La cuestión no es averiguar si existe o inexiste Dios, sino saber si puedes vivir y morir por encima de Él. 

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Si para Dios la historia del cosmos no es más que un suspiro, el místico revitaliza en cada inspiración una historia eterna. 

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Hay tantos criterios a favor de una cosa como en su contra; el problema es arduo, pero aún cabe la posibilidad de decidirse. La verdadera dificultad surge cuando queremos saber qué es la cosa y por toda respuesta no deja de interrogarse acerca de lo que es qué

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Nada puede arbolarse más allá del deseo, e incluso ésta es una tarea compleja y delicada que a menudo carece de solución. Si sólo deseas bienes de este mundo, sólo puedes conocer este mundo. Para abrir las puertas del conocimiento sin limitaciones mundanas hay que forzar el deseo sobre sí mismo: es necesario desear dejar de desear y desearlo como si dejarlo fuera innecesario. 

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El mundo de la creación artística es tan imprevisible como cualquier otro mundo. Mientras hay autores que sólo merecen recordarse como atributos secundarios de una obra, existen obras cuya única importancia se debe a la fuerza particular que irradia su responsable. 

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Una chica desconocida me ha preguntado con arrogancia estudiantil qué era un exordium tras un leve tanteo semifilosófico a las tres de la noche en un bareto atestado de coños y escrotos sudorosos. Naturalmente, yo le he respondido que me llamo Corpus y he presentado a mi amigo (cuya presencia también ha excitado el interés eroetílico de la conejilla) con el título de Hermeticum. 

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Quien sabe la verdad sabe también que no puede creer en ella. La verdad, ese tónico de la ignorancia. 

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Cuando se tiene la facilidad de buscar, encontrarse adquiere la pesantez de la costumbre. Lo difícil es perder, porque no se pierde nada; y conviene recordar, porque se olvida todo. 

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¡Cuánta lujuria invertida en mi angosta decisión de ser un santo, de santificar un ser lúcidamente despojado sin tomar nada de nadie! ¡La puta abierta e inaccesible, la puta sin salida, la puta absoluta de una relativa alteryoidad!

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La sociedad apresurada que nos ha tocado sufrir valora el espacio como simple distancia entre dos puntos, un recorrido vacío que implica y se traduce en pérdida de tiempo. Pero si perdemos el tiempo con el espacio es porque previamente hemos perdido el espacio con el tiempo. 

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Y Uroboros susurró al Coronado de Espinas: «¿Comprendes ahora, Desecho? La crucifixión es el círculo».

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Los pensamientos más nítidos son los que más confusamente se expresan. Por eso en las vidas demasiado claras existe el riesgo de que las palabras estén jugando a redimirse bajo la apariencia menos convincente. 

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San Nadie. Nunca apelo a la Humanidad —ni a sus rebaños ni a sus pastores— porque sobradamente sé que es el más tonto vicio de los tontos. En la Justicia acierto a ver un antojo agresivo de los débiles o, quizá, el camuflaje superlativo de sus atrofias. Y tampoco recurro a los ordenados delirios de la Ley, que confunde los deseos estatales con derechos humanos. Menos humilla mi estupidez desnuda que llevarla mal vestida con los harapos morales de la Razón. 

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No pudiendo participar en las penas y alegrías de lo humano, me contentaré siendo una bruma de Dios. 

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Uno de los mayores incentivos para querer tener amigos es poder tratarlos como fieles enemigos. 

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A poeta que habla de poesía, más le vale ahogarse en su ambrosía. 

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Listo es quien consigue beneficios de la ignorancia ajena; el sabio tiene la virtud de obtenerlos de la suya propia. 

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Cada punto pasa por los demás puntos: a esta intersección constante la bautizamos movimiento. Cada punto prologa, porque la prolonga, una geometría interminable de abismos aleatorios: a este verso suelto lo llamamos universo

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0-360º. Aunque el mundo pueda ser una pesadilla, comportémonos por amor de lo Alto como si estuviéramos soñando. 

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Esto no es un sueño (tampoco una pipa). Sueño que mi sueño no es ya sueño, es ni un dormir ni un despertar. Sueño que me levanto y piso sueño y el paso sigue yaciendo sin permitirme avanzar. Sueño que me digo «esto no es un sueño» y que sin decir nada del sueño lo cuento porque lo sueño.

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Lo nunca visto. Si los déjà vu fueran revelaciones o fisuras en el eterno retorno de los seres, bastaría experimentar uno para quedar permanentemente absorto en los infinitos reflejos de cada acontecimiento sucesivo. Sin dejar de postular la hipótesis del perpetuo regreso, intuyo en cada déjà vu una equivalencia más profunda, casi impronunciable, que nos advierte de lo que nunca ha sucedido hasta ese preciso instante y centra el foco de la pesquisas en una variación mínima respecto al ciclo anterior que se siente como una fuga de la conciencia por el embrujo de lo inédito. 

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No se puede hablar de pensamiento libre sin cometer piratería intelectual. Si se piensa es por carencia de libertad, no a causa de sus propiedades. La liberación, cirugía del espíritu a partir del engelamiento de las pasiones, comienza a medida que se aprende a desprenderse de todo y, en primer lugar, de la carcoma que nos rumia con el pensamiento. 

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Ninguna planta florece en movimiento. Pero la flor sería un prodigio absurdo sin el polen que viaja mareado por el viento. 

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Se me hace extraño y metafísico que los espejos antiguos puedan reflejar caras, cuerpos y artefactos que no existían cuando fueron creados... 

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Dios no ha muerto, insensatos; el drama de Dios es que aún no ha nacido, que le cuesta horrores engendrarse, pues tal acto comete sabotaje contra la tiránica dispersión de la materia. Mientras los epígonos del intelecto enmohecido se empeñan en catalogar los espasmos parturientos del cosmos dentro de los alegatos dinámicos de la Creación, los espíritus más atrevidos, ansiosos de un orgasmo apocalíptico en sintonía con el estertor de las creencias, han llegado a confundir el progreso de los conocimientos empíricos con un funeral precipitado del Absoluto. Pero a pesar de las tentaciones de ocaso colectivo y de otros brillantes equívocos que aguijonean en los límites de lo concreto, mucho me temo que la inminencia del Ser Supremo es tan exacta como fatua o inalcanzable… 

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Estable inestabilidad, cuanto más me entrego a la acción, más inseguros se vuelven mis pensamientos. Y al contrario, la parálisis atenaza mi voluntad y mis sentidos cuanto mejor afinados están mis pensamientos.
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No hay tragedia donde nada se espera, sino donde todo desespera. «Volverás —reza la materia—, volverás a ser efímero y a desear no saber que lo efímero permanece».

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Dislate de muchos, éxito terco. En un futuro hipotético que me ha visitado despierto el abastecimiento de alimentos escaseará para la mayoría de la población, también la de los países más ricos. Como el canibalismo seguirá estando universalmente reprobado pero el sacrificio personal en aras de un ideal se considerará elogiable, los gobiernos establecerán un acuerdo: subvencionar un tipo de quimioterapia para producir tumores controlados de crecimiento muy veloz que, una vez extirpados, sirvan de alimento al canceroso anfitrión. Con la imparable demanda, las instituciones no podrán costear por sí solas los gastos del tratamiento y se establecerán una serie de tasas y severas condiciones de acceso al mismo. Al final, la autofagia se convierte en un nuevo privilegio, la carne humana es objeto de trata ilegal y el hambre vuelve a expandirse.

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Compulsión. Realizar la morfología de uno mismo registrando todas las huellas detectables de la existencia en su devenir y sus posibles afinidades combinatorias: trayectorias de las corrientes de aire inspiradas y expelidas por los pulmones, sonidos emitidos por los diversos calzados que se han utilizado, vueltas que se dieron en la cama dormido después de haber cenado huevos fritos, masticaciones realizadas con los molares izquierdos en tardes soleadas llevando calcetines negros... pienso incluso en establecer disciplinas profesionales que permitan evaluar y ordenar adecuadamente los materiales recopilados: caspólogos que se encargarían de confeccionar colajes con los residuos de los múltiples pellejillos del cuerpo, servilletólogos para analizar el régimen alimentario del protagonista, flatulentólogos aplicados a la tarea de recuperar ventosidades anales y estomacales con el fin de fundar una pedoteca, etc.

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Los dioses me encomendaron la incalificable tarea de trazar los cielos cuando apenas sabía alzar la vista. En ese afán invertí la totalidad del tiempo que me fue asignado, cada matiz de mi caduca energía, y con los primeros ataques de la vejez quise detenerme a meditar sobre lo que había hecho. Los dioses no se opusieron. En la distancia, mimetizándose con estrellas inalcanzables, las líneas discretas que hube desenrollado durante el decurso de mi abnegada existencia dibujaban una formidable proyección de mi cara en ese preciso instante de perplejidad.

2 comentarios:

  1. Generoso derroche de acicates y anatemas para un nuevo y prometedor año. Tú tampoco puedes evitar regalar un libro cada vez que cosechas un ramillete de sentencias. Sorprende que sean de hace años: su similitud en lo apaciguado y lo satánico con las que te prodigas últimamente invita a reflexionar. Por lo común -si hay algo común en la exactitud-, detecto la mayor de las grandezas en las oraciones lapidarias y ambiguas con las que resumes muchos aspectos del ser, captando la

    naturaleza vertiginosa de lo sublime y entroncando con enigmáticos oráculos gnósticos:

    "Al levitar no nos elevamos, sino que el mundo cae más deprisa que nosotros."

    "No tengo ideas; creo ideas que incendio después para sentirme iluminado."

    "Rizas el rizo y empieza la calvicie."

    Solamente esos ejemplos dan para inspeccionar significados durante horas y meditaciones de meses. Algunas otras son sugerentemente literarias, mundanas pero entrañables, como la de la cajera del supermercado.

    Definiciones propias de la "Ética" de Spinoza, como remaches lacónicos del pensamiento: "La locura es el acoso perpetuo de uno mismo"

    En cuanto a que "la inocencia no consiste en estar libre de culpa, sino en gozar del poder de negarse todo", es una gran frase. La imagino en boca de Goethe o de algún romántico que otro. Podría estar de acuerdo con ella con

    matices. En algún sentido, es también cierto lo contrario, a saber, que es "gozar del poder afirmarlo todo", y a la sazón podría ser suscrita por San Pablo (Tito 1:15) o por el Vedanta Advaita.

    Cuando extiendes las oraciones, las pueblas de imágenes poderosas y de conceptos opulentos, de gran penetración, como cuando diferencias tragedia de pesimismo.

    El anti-tao me evoca una actualización estilística del conocido "Sutra del Corazón".

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    1. ¿Quién si no el caballero de conocimiento que recorre con majestad los caminos misteriosos de Oriente y Occidente podría haberme traído en este día de ofrendas palabras tan singulares, obsequios que refulgen bajo la armadura como verdades áureas, perfuman con gentileza de olíbano el sudor hilado durante largas travesías y despejan los humores descompuestos con mirra, sustancia bien apreciada por galenos que la actualidad menosprecia no siempre para bien de sus pacientes?

      Sería ingrato no hacer mención del comedimiento con que mi estado de ánimo acomoda tu visita: sea por gracia tuya o cortedad mía, ante glosas de este calibre me veo privado de mejor respuesta que un bendito y acogedor silencio junto al sol liberado del árbol en la chimenea. Apuros son de puro asombro que quisiera transfigurar en una melodía de laúd donde mis diminutos pensamientos, anécdotas y veleidades fueran tañidos con un arte más próximo y a la vez más delicado.

      Feliz 1717 también para ti, Perpetrador, aunque ese salto en el tiempo me suponga avanzar muchos siglos.

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