21.4.16

DUELOS Y QUEBRANTOS

Dani Olivier, Corps célestes 1/9
Con la catástrofe que le sale a uno de dentro hay modo de arreglárselas, por supuesto dejando el pellejo a tiras en la empresa: es una tormenta pero que no infrecuentemente recibe el nombre de «alegría». Pero la catástrofe que nos asalta desde el exterior, la catástrofe que otro me quiere meter dentro a martillazos, ya no es una tormenta sino un tormento. No sólo nos posee, sino que nos viola: se suma a nuestra catástrofe propia y la potencia, la precipita, la refuerza, la multiplica, la corrompe...
Fernando SAVATER
Contra la inmaculada concepción

Productores de esperanza y carneadores de posteridad, convergentes ambos en el neonato —«Yo era insignificante hasta que tuve un hijo»—, cuando al fin se percatan de no tener tan buenas vidas como fantaseaban, dedícanse sin complejos a trasvasar su cargamento de taras y sesgos a la fauna que deciden engendrar un poco por inercia mimética y otro mucho por aburrimiento de sí mismos, aunque motivos exóticos jamás faltarán para corporeizar los escupideros ónticos, desde la búsqueda de brazos auxiliares a la satisfacción de curiosidades eventuales, gobernados por el común afán de dar cumplimiento a una avidez por el homúnculo cocido en la redoma materna. Ya que no pueden ser eternamente jóvenes para reinventarse o rectificar con otros incentivos los paradigmas preexistentes, y toda vez que el triunfo que anhelan obtener de la sociedad no basta, se marchita o se demora, los progenitores escogen crear comunidades en miniatura donde ser, si no loados por los miembros de su séquito doméstico, reconocidos al menos como propietarios de un patrimonio biótico aun al precio de convertirse en promotores del dolor, de la aflicción, de la vejez y de la muerte que, amén de otros pesares innegociables, venir al mundo conlleva.

Por próspera que haya sido una vida, nada hay tan gozoso en ella que anime a repetir el nacimiento. Una vez superado cierto umbral de sufrimiento, ninguna experiencia constructiva puede compensarlo, a no ser que uno se abrace al clavo incandescente de creerse en el deber de soportar cuantos golpes y agravios reciba con la autoinculpación necesaria para purgar su alma de algún pecado innato o adquirido. 

Por lo que me atañe, manteniendo la actitud de franqueza en el decir que Foucault describe como parresía, contemplo mi trayectoria biográfica como un conjunto de recursos destinados a eludir destrozos mayores tras el trauma ocasionado por el accidente inicial. No por capricho melancólico, alodinia filosófica o arrogancia de señero comparto una sensibilidad elemental con el antinatalista David Benatar, quien entre otras prudencias recalca que «como todos los que existen padecen males, la procreación los causa siempre». Con el así pues del así es, mis criterios éticos pueden prosperar o decaer como lo hace la constitución orgánica a medida que se consuma la espiral cíclica de años climatéricos, pero la abstención de provocar el perjuicio de la existencia será siempre, a mi entender, un valor añadido a la persona, de la misma manera que siempre obrará moralmente en su detrimento la determinación que la sitúa en el redil de multiplicar marionetas. ¿Qué sucede con el aprecio no instrumental y la responsable prevención de adversidades, con el respeto hacia el descendiente, en suma, desde que un padre se alumbra con el elevado sentimiento de imponerle la vida? Sin lugar a dudas, se lo pasa por el dolmen. El respeto puede plantearse de formas dispares, el disparate está en las formas supuestamente respetables de excusar que un ser sea presa de un mal seguro hasta el deceso por el deseo de concederle un hipotético bien.

No más cansado de las factorías de seres precarios en sí mismos que de la misma precariedad de mi ser; menos dispuesto, por arraigo de afición, a comerme niños que a desayunar diariamente la hendidura mística que les ciñe la salida, hoy me he levantado provisto de una idea benefactora, o lo que es igual, armado de un burbujeo interior que combina en potencia medios tiránicos con metas risueñas, cosa inusual en el antropoide de calibre escéptico que suelo tratar de yo a yo: restringir la concesión del Nobel de la Paz al investigador capaz de diseñar y difundir una sustancia (llamémosla Partícula I, por ingenésica) cuya única, instantánea, indolora e irrevocable consecuencia sea la infertilidad de la especie humana...

Entre la aplastante herencia de la historia civilizada y el chantaje ejercido por mor de las generaciones futuras, no es extraño que la vigilancia se haya instalado por doquiera se halle uno más para criminalizar la iniciativa de sustraerse del movimiento generalizado que para controlar el caudal creciente de destajeros. De los deportes a la guerra, sin excluir en el recorrido las tentaciones que reproducen lo existente a fuerza de volver a sus actores apasionados, todo lo que soliviante en demasía el corazón, todo lo que empuje el ánimo hacia un nivel mental inferior con el correspondiente ascenso de la brutalidad por encima del rango que ocupaba, merece ser olfateado con radical desapego. Y es que por amables que sean sus delegaciones y persuasivos parezcan sus portavoces, el infierno funciona con una sola divisa en todos sus frentes: «Quiero más».

2 comentarios:

  1. David, me siento interpelado, como padre por partida doble -¡ojalá hubiera sido por parida doble, pero no he tenido la fortuna de gozar de ese privilegio!-, y no acudo a justificarme ni a dar razones de ello, porque la vida, como vida, es, y santas pascuas, y los genes empujan a reproducirse, porque somos las carcasas con que se recubren para asegurarse la reproducción sobre el mundo, en el universo, porque "fueron programados" así desde la arquea ancestral que permitió la aparición de la célula eucariota, etc. En este cuarto centenario de la muerte de don Miguel, hago mía su despedida (ahora que ha de entrar ya en mis "cálculos" -no renales ni hepáticos, por suerte- la posibilidad cierta de la misma): "El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de de vivir". Otro don Miguel, Unamuno, tenía tal pasión de vida que se dio a la procreación para inmortalizarse a través de las generaciones. De mí sé decir que sin tenerme en gran estima ni estar encantado de conocerme, sí que tengo un amor infinito al conocimiento y a las experiencias. Siempre he dicho que no me importaría ser clonado, porque ese clon estaría más cerca de mí mismo que mis propios hijos... Es toda una amenaza, lo admito, y un retroceso evolutivo, porque las mezclas aseguran la viabilidad de la vida en todo su esplendor, pero siempre tengo la sensación de que mi "doble" podría enmendar el original. En fin, y lamento ser tan pedestre. Si para Boskov, el gran teórico, "fútbol es fútbol"; para un diletante como yo, "vida es vida" es algo más que lo que pase con la vida. Y aquí estamos, tú y yo, perdidos en la rueda de las generaciones que tanto se parece a la de la Fortuna.

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    1. Por no dilatar la réplica debida, aprovecho el filo de unos minutos robados a un compromiso para agradecerte el ejercicio intelectual de no enconar como una recriminación la emoción de sentirte interpelado. Aunque aquí hago campaña con mi a veces sarcástico y otras muchas irrisorio armamento —¿qué diría de mí don Miguel?—, y aunque suba con frecuencia el tono estilístico algunas octavas que me acercan peligrosamente al género panfletario, nada es más incompatible con mi actitud hacia los demás que el gusto de proclamarme juez o verdugo de sus vidas; lo mío, que también procede de los otros, es examinar los pecios del naufragio y traducirlos a conclusiones.

      Respecto a tu clonación, de algún modo es una operación que has efectuado por otros medios... Yo te conozco, si mal no recuerdo, tres personalidades literarias, cada una con sus vástagos de ingenio, todos ellos dignos generadores de disfrute para un lector despierto.

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