21.8.14

LOS CAPILLITAS

El pensamiento y la verdad de los jueces acaban convirtiéndose en el pensamiento y en la verdad del torturado.
Valentín GONZÁLEZ
Yo escogí la esclavitud

Revolviendo la cetárea de mis escritos en busca de una frase lapidaria cuyos retales bombean vaporosos en mi recuerdo, he reído en jocosa soledad al encontrarme con esta filípica fechada a principios de 2005:

«Puede ser por los delfines que probaron en masa la intimidad del acero o por el pulso contra el yermo en que se hallan los bosques amazónicos; por las mujeres ornadas de apasionados amapolos o por los críos hambrientos que conservan su podio de honor repartido entre el magacín concienciado y la hoja parroquial: los temas para el We are the world se multiplican como la especie que lo corea y mucho han de lamentarlo los leprosos de Calcuta a los que solían acudir, eran otros tiempos, abnegadas amiguitas de pubis espinoso y bamboleo de cruz sobre los pectorales. El caso es que con el aura de las tragedias colectivas irresistibles para cebar el estremecimiento barato, al espectador emotivo, por anélida que sea su existencia, no le faltarán motivos para celebrar la bendita suerte de no ser uno de los damnificados por tamañas catástrofes. Habrá también quien deba callar la disparatada presunción de que las peores desgracias evitables obtienen el visado de realidad para que los atribulados más insignes puedan mostrarnos por la ejemplar su adobo lacrimógeno tal como mandan los cánones mediáticos en la parrilla de sobremesa. Y es que no hay nada como aparecer envuelto en el incienso de una causa perdida o bajo el celofán de la sensibilidad lastimada si gracias a ellas puede ganarse la clientela impúdica de la opinión pública. ¡Alabados sean los héroes de mampostería! A la quejumbrosa procesión de candidatos a la decencia escénica asistirán, en primer plano, la élite gagá de intelectuales irritables, los artistas cazaprebendas, los políticos enrollaos y el perejil salsero de esos deportistas ansiosos de sumarse atléticamente la ola sublime en su caché. Una actitud muy solidaria, nadie lo duda, sobre todo con el imperialismo cursi de la pena soez, que ellos consideran preferible a la claustrofobia de permanecer dentro de una respetuosa neutralidad ante el infortunio ajeno, pues cuando se carece de las cualidades necesarias para ser digno por méritos propios sólo queda en pie el descaro de mostrarse moralmente indignado».

El texto podría emparejarse sin problemas con la nota suelta que he tomado hoy mismo, por pura manía de reverberación, tras publicar un comentario análogo en un diario amigo:

«No me repugna menos la pose de los izquierdistas habituados a atribuirse el patrimonio de la pulcritud moral que la del facherío compuesto por casposos de oratorio y montería. Por más que lo callen, ni unos ni otros toleran a los individuos que rehúsan la mortaja de una bandera y se atreven a pensar por sí mismos. Ya está bien de obturarnos el presente con cuentos históricos para mayores que empequeñecen en honradez cuando su aliento evoca exhalaciones de fosa común. Nunca existieron ángeles de alas rojas, como tampoco hubo santos falangistas en el ruedo sanguinolento de nuestra Hezpaña».

La naturaleza mortífera procede del archivo de Geliografic.

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