21.7.07

A TODO TRANCE (selección)

Antonio Ambrogio Alciati, Espasmo
La realidad objetiva de las partículas elementales se ha evaporado.
Werner HEISENBERG
La imagen de la naturaleza en la física actual

Otro título ha captado mi atención cuando he vuelto a husmear en el cofre digital de mis inéditos: A todo trance. Propuestas para salvar la divagación pura y dura, del que para la inmersión actual he preparado una antología, sin apenas enmiendas, de los textos que a pesar del desconcierto canicular he juzgado recuperables, bien por la intensidad semántica de las especulaciones inducidas, bien por lo ilustrativo de una manera de ser que no esquiva, sino que amplía, la guerra revisada contra sí misma que es característica primordial de la bestia parlera.

Datado en 2004 y dividido en cuatro capítulos —«La casquería de señería», «El trono de mi retrete», «Sinfonía de insomnios» y «¡Desperta, ferro, desperta!», más dos anexos de los cuales publiqué uno aquí—, recuerdo perfectamente las circunstancias en que fue secretada esta sincopada noesis y la nervadura con que sostuve cada palabra. A una edad en la casi todos quieren ya cambiar de vida sin haber cambiado de visión, a mí no me hubiera importado devolver la primera a cambio de completar la segunda. Tenía el romanticismo por militancia implícita, no por plumaje sentimental, la mente ampliada químicamente por disciplina, no por divertimento, y al igual que quien asume por condición natural la desmesura respecto al equilibrio de sus facultades deviene cada día más tragicómico que tragicósmico, me debatía en la alboronía del esperpento existencial más chamuscado que rutilante. Menos autarca que necesitado de tregua social, retorcía por entonces un considerable tramo de mi tiempo mestenco en la preparación de unas oposiciones a un empleo de ínfima categoría —era más probable entrar por ahí a la estabilidad salarial— cuyo premio, como había profetizado, me depara la presente penitencia en un purgatorio reservado a las momias ambulantes que no tuvieron la suerte de recibir el golpe de gracia fisiológico antes de que la senilidad se les fuera de las manos o los servicios sociales les echasen el guante. Y aunque conocía por aproximaciones previas las tribulaciones de esas naturalezas que marchítanse gemebundas entre toneladas de pañales y trincheras de medicación, pronto vi sacudida mi tranquilidad por otros guiones, pues a lo largo de aquel verano que precedió al descenso a las fosas de la decrepitud hube de llenarme de polución los pulmones y dar maltrato de madrugón a mis sentidos arreglando rotondas al servicio de la municipalidad, a la que agradezco que tuviera por preeminencia entrenar la fuerza de mis brazos y la ductilidad de mi cerviz lejos de otros confortables entumecimientos racionados por la oficina de empleo según la ciencia oculta, por todos conocida, del tuntún. 



El pensamiento no es un proceso lógico, sólo la fracción aromática de la materia.

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Desconocen por defecto los humanos que la esperanza es un mal porque de cuantos nos afligen fue el único que quedó atrapado en el fondo de la crátera que Pandora destapó. Sirve desde entonces de lastimoso consuelo en la adversidad a los cadáveres incipientes que sufren el descalabro de haber venido al mundo.

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No sería imposible que el hombre llegara a coincidir con Dios... como epílogo del espectáculo que representa para otros dioses.

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Quien acepta ser estimado según su rango social y fortuna económica demuestra cuán poco vale sin ellos.

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Existe una notable diferencia entre un esclavo y un obrero. Mientras aquél era consciente al menos del infortunio que implicaba su indigna condición, éste ha llegado a convertirse en un ciudadano virtuoso asimilando sin necesidad de látigo no solo la conformidad, sino la identificación con su papel. El antiguo siervo tenía que ser reprimido de forma contundente a fin de recortar su conducta sin que ello significara el vencimiento inmediato de su oposición interna; el currante, empero, se siente orgulloso de poder hacer por propia iniciativa lo que el esclavo nunca haría. Tal es una de las diferencias más sustanciales que adjetivas traídas por el progreso respecto al mundo antiguo que tiene por premisa triturar.

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Cualquier forma de vida es moralmente inválida porque ninguna puede salvarte de tu inseparable soledad ni preservarla de la corrupción ajena. Si bien «el infierno son los demás», uno no deja de ser por ello menos diablo.

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Cada acto es relevante en la misma medida que se acepta como válida la hipótesis de que la realidad es un libro abierto en el que cada vida supone un capítulo que puede ser leído infinidad de veces. Si así fuera, lo escrito permanecería para volver con cada lectura, maguer quizá sea menos fallido regirse como si a las palabras se las llevara el viento o durasen no más que una erupción de aire cuya sintaxis perezca en el paréntesis de un ya.

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Examinando con un mínimo rigor el malestar particular siempre se encuentra el rastro de un abuso cometido por el sistema social. Los trastornos individuales no están exentos de errores generales ni pueden evitar ser la expresión concreta de patologías comunes, pero la cultura del pensamiento único e inocuo prefiere centrar la culpa en el individuo como un fenómeno aislado de conducta enfermiza sin cuestionar la grave responsabilidad que encubre la sociedad de masas, ya que merced a esta evanescencia etiológica los administradores del poder perpetúan los beneficios del crédito que aporta una falsa inocencia institucional.

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Cuanto más consumible se hace el mundo, menos deseable me parece. Nunca se ha gobernado tanto y con tanta confusión. La situación global es insostenible, por eso el mercado apura el tiempo con fanática ambición. Ellos, los arquitectos del capitalismo vigoréxico, lo saben. Junto a las gangas, las rebajas humanas; tras los excedentes, los excluidos. El rendimiento y la eficiencia no son valores ricos ni suficientemente fiables para estructurar sociedades complejas sin reventarlas desde dentro. Bajo dopantes apariencias de libertad en un régimen de vida cuyas pautas son la sobreinformación, la sobrealimentación y la sobredistracción, el control social se ha filtrado al estrato de la conciencia individual en forma de autoexplotación, aunque sus afectados, a imitación de sus promotores, lo llamen «superación personal». Si en mitad de sus delirios de hiperactividad tuvieran la decencia de pararse a escuchar con atención, sentirían el tictac regresivo de cada cosa transmitiéndose desde cada rincón del orbe hacia las ya trémulas envolturas civilizadas que lo contienen. Que nadie esté preparado para la hecatombe es uno de los mejores indicadores de lo que sucederá…

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En una cultura que fuera calibrada en su integridad por mujeres, los hombres estaríamos abocados a desempeñar en exclusiva los trabajos sucios, además de servir como una distracción desechable al capricho hegemónico de cada coño: aproximadamente lo mismo que han hecho los machos de la especie con ellas durante demasiado tiempo y con el agravante de dejarlas preñadas para rentabilizar el patrimonio familiar.

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Ni bienes ni males merecen ser encurtidos con el mejunje de la avaricia; tan sólo el tiempo, que nada dura aun estando presente de continuo, es digno de tal operación por más que a cada instante proclame la derrota de nuestro celo en conservarlo.

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Quien conoce bien a los humanos no puede renunciar a ser, por probidad, más inhumano.

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El adagio «en la variedad está el gusto» (o la salud del gusto) encierra una verdad ordinaria de raigambre trágica: que en el sexo la extrañeza abierta a la novedad sirve de estímulo, mientras que la frecuencia del mismo cuerpo ocasiona un desgaste del deseo que termina por evocar una repulsa demasiado parecida al incesto como para que la atracción permanezca.

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A los 20, conflicto entre lo que uno cree ser y lo que realmente se es, generalmente muy poco y muy verde. A los 25, conflicto entre lo que uno es y lo que está dispuesto a ser, que empieza por el compromiso social de ser menos cada vez más. A los 30, ¿qué sé yo? Otra vuelta de tuerca.

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Cada uno se defiende del acoso del mundo como puede, pero ya que el común de los mortales se limita a comprar parcelas de ese mundo a costa de tributar su vida personal, sólo quien posee una mina de talento puede alternar un mundo enajenado con un mundo intransferible.

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Todos estamos mortalmente solos, pero solo aquéllos que han muerto previamente dentro de sí mismos se confortan con la dictadura de otros.

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La miseria impronunciable del civilizado reside en haber delegado al Estado el uso del dolor sobre los demás con la previsión de parapetar su cobardía en la excusa del contrato social.

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El saber sin sabor es ignorancia henchida de sí, lo cual no es argumento para creer que el sabor auténtico del saber sea más dulce que amargo.

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La metafísica es el intento de llegar a comprender el mundo más allá del mundo pero en coalición con sus descubrimientos, y como todo empeño pertinaz, tampoco es ajena al ámbito de la historia por más que no deje de anunciar la clara insuficiencia de la experiencia, a la cual responde con el ancestral y quizá caduco anhelo de hallar una visión universal donde el pensamiento pueda conocer con garantías de coherencia lo que sólo puede ser corroborado por los hechos sin ninguna garantía de que los hechos corroborantes puedan ser conocidos.

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Los sistemas de creencias, urdidos mediante una trama de valores con el hilo de la costumbre, constituyen organismos que van cobrando vida en igual medida que su poder va mermando la espíritu.

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Prueba fehaciente de que no se puede huir del futuro es que no se puede escapar del presente.

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Es absurdo pedirle al Estado que salve al individuo de sí mismo; tan absurdo, al menos, como pedirle al individuo que se salve del Estado. Y en este coto de calma fingida tras una simiesca expectación es donde encajo día a día mis descascarillados arrebatos de nihilismo.

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Piensa el sapiens que la sapiencia está de más cuando se está seguro de ser homo.

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El afán crítico que hace una excepción con su trabajo muere en el intento.

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Los hombres belicosos buscan chicas dóciles en las que introducirse con la ilusión de encontrar la paz. Por eso tal vez yo, que soy un pacífico incorregible, no puedo contemplar la elegancia de una mujer bravía sin que me entren ganas de entrar en batalla.

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Soy un autor benévolo: sólo escribo la mitad de lo que se me ocurre y ocurre que no publico nada de cuanto escribo.

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Existe una ley no escrita y poco pensada que resuelve el énfasis de ser libre en la incurable úlcera del ostracismo interior.

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Me ocurre con la realidad exactamente lo que a Umbral le sugieren las vanguardias estéticas del siglo XX: «Si vuelven insólito lo cotidiano, también cotidianizan lo insólito». Podría presenciar el derrumbe de un rascacielos profiriendo un bostezo, pero el furtivo vuelo de una mosca no me deja indiferente con su estela de acrobacias alegóricas.

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Por paradójico que parezca, es un hecho positivamente bueno para el conocimiento de los hechos reconocer el hecho de que los hechos no pueden ser conocidos de hecho, dado que el conocimiento es un hecho que no es intrínseco a los hechos.

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La única misión esencialmente revolucionaria es hacerse a uno mismo. Lo demás, tanto la consolación religiosa como las golosinas del capital, o las no menos estimulantes aventuras políticas que pretenden aliviar los adversidades que afectan a colectividades enteras amparándose en la enmienda por decreto de la condición humana, no son sino rudas esquematizaciones de la personalidad que comportan una petrificación de las fuerzas vivas. Para el espíritu radiante todo está por descubrir, la vida le estalla como un huevo en permanente eclosión, mientras que para el aspirante a regio inspector de la industria social la realidad solo es tolerable como un muermo encriptado en intrigas de gabinete.

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De un lado la burocracia, el consumo masivo, la producción en cadena, el ocio subordinado y el temor supersticioso a ser idéntico a cualquier otro en la red de las ostentaciones admisibles. Del otro, el individuo con sus dudas que, sin saber muy bien cómo, debe dejar todo a un lado para estar de frente, para no situarse de espaldas a sí mismo.

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No se puede ser culpable cuando no se sabe hasta qué grado se sigue siendo inocente.

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Del cristianismo me seduce la historia silenciada en la cual el Nazareno, zarandeado por la lucha interior entre el delirio de grandeza y el reconocimiento humillante de la cruda realidad, decidió librarse del divino peso de su megalomanía con una jugada que coordina airosamente su salida de la escena y la continuidad del espectáculo mediante un suicidio asistido por terceros en discordia. Cristo, Divino Actor, representó una dramatización que ha resistido casi dos milenios hasta que ha podido ser analizada sin censura; Cristo, Rey de los Colgados, logró con su patetismo que su Papaíto trasnochado tuviera futuro, aunque las hormigas siguieran realizando su oscuras tareas a ras de suelo sin ser perturbadas por las divagaciones de aquel mono flipado.

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Tan natural y espontáneo me muevo en la danza de la contradicción, que no contradecirme sería un tropiezo.

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Si me preocupo de escribir medianamente bien los no tan esmerados recursos de mi divagatoria reflexión, no lo hago movido por vanidad o por el pretencioso deseo de imponer al mundo mi perspectiva, sino por registrar la ebullición verbal de las perlas que pesqué a pulmón en las profundidades del silencio.

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Tan importante como lo que me ocurre es lo que se me ocurre en la espiral que voy trazando alrededor de mis alientos y desbarajustes.

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Oclocracia, el poder en manos de la plebe; lo que viene a significar en la práctica que la plebe sigue en manos del poder.

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Sigo buscando mi cara en el espejo.

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No hay nada que sosiegue tanto como saberse fuerte en el riesgo. De ahí que la falta de peligro nos vuelva tan peligrosos.

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Puedo perdonarlo todo, salvo la debilidad proclive a perdonarlo todo.

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«Todo está permitido, pero no a todos»: palabra de Dios.

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El empirismo metodológico nos enseñó a corroborar el origen físico de las percepciones con minuciosidad detectivesca, pero por increíble que parezca, no está lejos la brecha histórica en que la ciencia acate el fundamento alucinógeno, onírico e imaginario del mundo objetivo. Para entonces, magia y tecnología se habrán fundido en un vasto cuerpo de conocimientos cuya comprensión tornará ridículos los excesivamente complicados, por rudimentarios, instrumentos y procedimientos que procuran los avances tecnocientíficos de nuestros días. El reino físico y el psíquico se reunirán en una construcción desafiante para cuantos aún ansían salvar las apariencias.

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Cuerpo en movimiento, mente parada: esto lo sabe a la perfección el alto mando de cualquier ejército. Y viceversa, en cuerpo aquietado, pensamientos al acecho: esto lo conocen bien los guiñoles mediáticos.

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Estómago saciado y trabajo prolongado hacen del más osado un veterano enclenque.

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Existe un factor de oportunidades tan prolíficas como arriesgadas que sólo puede producirse en la guerra desatada, cuando el poder es encarnizada pugna, la sociedad entra en un proceso de veloz corrupción y el individuo debe aprender por necesidad a valerse sin fetiches morales ni enchufes salariales. En este sentido, la guerra, que es un campo de cultivo óptimo para toda clase de rencores, también puede servir para sacar lo mejor de cada uno al destruir el velo del bienestar y devolver a la realidad su esencia brusca, su animalidad violenta, desprovista de dilaciones y edulcorantes. Por esta misma razón, la paz, o su mercantil fingimiento, es a veces tan repugnante, ya que no permite vislumbrar bajo la gruesa capa de narcosis social quiénes son los auténticos héroes y quiénes han sido aclamados sin ser otra cosa que mezquinos villanos.

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Se ha insistido mucho en que la naturaleza es pródiga con los ejemplares muy diferenciados dentro de una misma especie, pero se olvida que lo es para reforzar los vínculos entre los más vulgares ofreciéndoles un objeto de sacrificio, un chivo expiatorio. Por supuesto, las sociedades humanas no son una excepción: de ordinario son los más débiles quienes se alían con el fin de reproducirse, mientras que los emancipados, especialmente cuando son solitarios, escrupulosos y sensibles, no necesitan plantearse su perpetuación porque viven haciendo gala de una confianza en sí mismos sin necesidad de comprometerse con la movilización de los instintos gregarios. A larga, y en cada generación, los fuertes, los que no temen a la libertad, sucumben traicionados por una mayoría ruidosa que los teme porque, en el fondo, los envidia.

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Del látigo, como del insulto, lo que más duele no es la rúbrica que hiere la carne, sino el golpe que fustiga el orgullo.

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Nada de gestos gratuitos, que cada palabra sea un canal que conecte el último cielo y con el primer infierno sin pasar por el purgatorio.

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Hay libros (o más exactamente autores) de los que no se puede salir; obras que te atrapan tras imprimir su estilo en la estructura mental con el clima de sus aires, en ocasiones torbellinos, que no llevan a ningún destino ni proveen de otra sabiduría que la crepitación incombustible del ánimo.

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Para un espíritu que vive al desgaire en su fértil desarraigo, lo cercano es también lo más lejano.

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Aparte del hecho obvio de que las religiones pueden ser útiles para simplificar la interpretación de los más incomprensibles conflictos, el fundamento pragmático que permite su éxito psicológico es que para un amplio sector de la población pueden reconciliar la esperanza en la salvación personal con el deseo de acusación y venganza públicas, lo que en última instancia revela que el oficio de mediador místico sólo es un eficiente alarde de mediocridad, de bajeza.

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Fuerte es quien puede vivir soportando el peso de su culpa con la responsabilidad plena de todo lo indeseable que le ha sucedido; pero libre sólo es quien puede reírse de la culpa sin reventar con ella.

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Un árbol necesita suelo en reposo para germinar, pero tendrá más vigor si la semilla ha viajado con el viento sobre otros suelos.

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Cuando escribe, un autor es el sumatorio de todo cuanto ha leído más todas las obsesiones de su época más algo incógnito de su propia reserva, que en su mayor parte no consta sino de paráfrasis, lamentos y escombros de alguna que otra fantasía desfigurada por la realidad.

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Se comienza perdiendo la fe en el tótem humanidad y se prosigue, como una maldición, olvidando la confianza en uno mismo. Puestos a extraviar la fe, lo mejor sería perder la fe en la posibilidad de que se pueda perder la fe en la suficiencia para vivir sin fe.

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¡Oh, maravillosa cosificación! Prometemos estar tan contentos como los objetos que compramos en la publicidad que se hace de ellos.

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Un minuto escaso de atención a las noticias diarias basta para que una sonrisilla sardónica subraye en la jeta de este menda una insinuación castiza de tedio con ojos a media asta. Ante el colapso global, otros divertimentos nos esperan. Propongo una paz suicidaria en consonancia con la lógica del bostecismo ilustrado que alivie la desesperanza sin fronteras por mor del sarcasmo metódico aliado a una carcajolatría que no deje de propiciar la hurañocracia de una moral megatónica.

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Hubo un tiempo en que me preocupé de cultivarme como un jardín selecto que hoy contemplo con esmero en su declive a medida que va siendo tomado por malas yerbas. Soy, qué duda cabe, un degradado.

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Romperse de tanto en tanto para conservar viva la entereza.

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Querer y no poder, campo del ansia. Se puede querer no querer, que a la postre sigue siendo un poder y queriendo se pasa la vida haciendo. Pero sin poder no se quiere nada y queriendo nada, sin nada se vive. Poder y no querer, ansia sin campo.

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El anarquista también busca el poder, pero como un homosexual en una cultura patriarcal. La anarquía quiere todo el poder para combatir el poder sin darse cuenta de que ella misma tendría que ser la primera en caer si fuera —si fiera— realmente tan poderosa.

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Cuando el dominio es verdadero, su diversificación no merma la corriente principal, sino que incrementa su caudal. Mando no es capacidad para ser obedecido, sino para crear conformidad.

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El verdadero poder no lo ostenta quien controla a los demás, sino quien no es controlado por el poder de otros. El poder no se tiene; se es poderoso frente al poder del tener.

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Siempre seré viejo porque siempre estaré muriendo; mas en esta constante agonía, mi juventud perdura porque me indulta.

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Pensar con fuerza es proceder con una lógica que pueda asumir la certeza de un concepto sin excluir la certeza de su opuesto.

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Si escribo a ráfagas es porque a destellos pienso y pensando me arranco la desgana a dentelladas.

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El romance con las cosas redime al catador de su estrechez. Otro episodio donde Logos interviene como un juguete de Eros.

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Lo más importante no es alcanzar el fin, sino librarse de él.

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Mayor mérito hay en tratar a los demás según la escala de nuestros méritos que según el tamaño de los suyos, pues dando a cada cual lo que pide pronto no quedaría otro mérito que repartir desprecios cuando no materia para el epitafio.

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Los estados de felicidad no dependen tanto del lugar donde se vive ni de la época en que se ha nacido como del goce de un matiz inesperado que nos eleva con un cosquilleo sobre la pesantez habitual.

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Pasear con el aliento de la noche en una ciudad de la que se conoce poco más que el nombre y buscar la complicidad de los pasos solitarios en la vigilia de las paredes viejas. Esta actividad es suficiente para resucitarme con un amago de optimismo por el vacío de un planeta sin humanos.

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Entre los obreros soy señor desorbitado, hidalgo inactual y burgués sin crédito, lo que no me libra de pasar al estatuto de paria fracasado y burdo fingidor cuando estoy entre los que viven del trabajo ajeno. Es improbable que pueda hacer valer mi exclusión de toda clase social, oficio y credo; puede incluso que la deuda externa me limite a desempeñar los más borrosos afanes para sobrevivir, pero estoy lo bastante loco para no dejar de ser una nación despellejada, un viajero cautivo en tierra extraña, el bicho que inadvertidamente cayó en el ojo del hormiguero.

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Para muchos hombres, el coito no se completa hasta que se transforma en objeto de jactancia ante terceros. Tan lerdas como ellos, muchas mujeres prefieren subrayar las virtudes de su amante como si necesitaran justificar o demostrarse a sí mismas que sus coños no han sido usados en vano.

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Si hubiera justicia, no habría abogados.

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Lo utópico no es retirarse en lo posible de una sociedad que exige lo imposible, sino permanecer sano en un mundo que vive por y para su fiebre de los actos relacionados con producir y consumir, gastar y reponer, reproducirse y dejar huella.

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Se empieza a ser humano con el sentimiento de estar encerrado en la humanidad. Mas no tarde se deja de serlo efectivamente con la presunción de que gracias al Estado se está a salvo del prójimo.

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La tragedia de los buenos medios es que pueden servir eficientemente a pésimos fines.

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A pesar de la relatividad general de los valores, el hecho que distingue al mejor es que conoce bien lo peor.

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Ni siquiera el revolucionario más radical ni el estadista más sanguinario se plantean seriamente como objetivo la destrucción plena de la sociedad; no la exterminación de una sociedad para darle prevalencia a otro modelo, sino cualquier germen humano de vida social. En el fondo, son unos blandos: necesitan a la humanidad más que la humanidad a ellos.

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Cuanto más te enriquece la vida, menos la necesitas.

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La insurgencia también puede ser un recurso táctico de la tecnocracia. No hay que olvidar que en el caos racionalizado del mundo actual detrás del rey de la selva se oculta el fulminante disparo de una videocámara o la valla de la reserva natural entre otras formas de ganadería.

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Lo importante no es ganar, sino poder prescindir de participar. Y si no puedes superar al oponente, ten al menos la decencia de no continuar su labor. No hay mayor éxito que vivir con la quietud de no perseguir éxito alguno.

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Sólo quien se ha descolgado de la cruz puede apreciar lo que cuesta mirar al cielo sin sentir vértigo.

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Aún hay demasiado cristianismo activo circulando por las castigadas venas del mundo. El prejuicio de la conservación de la vida y el tabú contra la ingenesia son elementos que acabarán por poner en peligro la oportunidad de concederle un mínimo valor a la misma vida que pretenden sostener. En un planeta limitado en sus recursos y en los plazos de sus procesos regenerativos, en este campo de concentración para la biomasa que es la Tierra, la superpoblación está convirtiendo al hombre en una plaga para el hombre. Lo que anda en juego no es la supervivencia de nuestra especie, sino su dignidad.

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La verdad no es el bien, pero todo bien es verdadero mientras puede conservarse independiente de la verdad o falsedad del bien.

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Si huele a mierda y sudor, la verdad anda cerca.

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Ignoro si constituye un propósito mórbido, pero mi interés por mis escritos después de concluirlos es puramente arqueológico. Así pues, soy un autor prepóstumo exorcizado por continuos arrebatos de presencia tipográfica.

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CAVE CANEM. Si he de prolongar la oxidación de mis células durante otra ristra de décadas en la prosaica inadaptación a un mundo que se construye sobre el sepulcro de su dimensión lírica, prefiero soñar a producir, saborear a gastar, dormir a madrugar, reflexionar a repetir, dudar a delegar, equivocarme a sacrificarme. Si tengo que achatarme con la erosión permanente de una vida enferma de sumisión, que me quede al menos la conciencia de saber morir con una sobredosis de melancolía digna de ganar una última batalla contra mí, no contra cualquiera.

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Solo mi ignorancia iguala mi inutilidad; solo a ambas las supera mi pálida reina ojerosa, mi odalisca flaca y legañosa, mi delicada y cruel desidia. No es que carezca de interés por nada, sino que me intereso demasiado por hacer nada. Quizá el suicidio sea el golpe de gracia predilecto de una introversión mantenida entre el jamacuco y la adicción al ir tirando, quizá; cuando las propias gónadas se mastican con una guarnición diaria de inoperancia fáctica, el suicidio puede ser un derroche de elegancia sobre la culpabilidad indigesta de ser una víctima de lo peor que hay en uno por haber dejado que el mundo despistase para siempre lo mejor que hubo o pudo haber en uno.

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LUCIDEDRO. Objeto de geometría indescriptible que posee la poderosa facultad de ocasionar en la mente de quien lo contempla un intenso y prolongado estado de lucidez.

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El sadomasoquismo es una travestización del cristianismo que ha conseguido extirpar de los altares refulgentes a Dios Todopoderoso para rendirle culto en la mazmorra más tenebrosa.

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Lo más animal en el humano no es el instinto, sino las razones engañosas que lo predisponen a hacer por hacer ante la imposibilidad de liberarse de los actos.

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Sin la dimensión erótica de la vida sería posible que todo tuviera orden, pero nada merecería el sentido, escaso, que a veces le otorgamos entre cada orgasmo.

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Saber discernir entre anticipación y maduración es uno de los privilegios que concede la experiencia, si bien desmentido quizá como un espejismo de una experiencia mayor que llega siempre demasiado tarde.

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Lo que más pesa en la historia son los olvidos que pasan.

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La vida es tan vulnerable a la infección de los hechos desagradables, que rechazar una oportunidad de gozo es hacer apología de la mezquindad.

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Solo los verdaderamente despreciables hacen de tripas corazón con el fango de las empresas monumentales.

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La astuta victoria del asalto democrático del Estado sobre el individuo es haber despojado a la necesidad de placer de sus contenidos reivindicativos mediante la dirección comercial de la libido donde deseo y mercancía son refundidos. Cuando el dinero parece poder comprar la satisfacción y todas las satisfacciones legales deben ser satisfacciones visibles, lo urgente no es la apertura de la mente a la liberación sensorial de las fuerzas personales, sino su desviación hacia una lucha por el mayor gasto, por el consumo más fastuoso. Los intransferibles problemas de la conciencia quedan así reducidos a la simplicidad calculada de una transacción segura.

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La política siempre se ha hecho partiendo de una sospecha esencial hacia las potencialidades ocultas del individuo. Sería oportuno invertir los términos e inaugurar una subversión silenciosa que se dedicase a proporcionar los medios propicios para que los individuos pudieran crear la artesanía de una sospecha defensiva que ilumine las maquinaciones que el poder mantiene en la invisibilidad mientras actualiza su empresa panóptica.

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Si persistes en buscar lo real en lo racional, la realidad acabará perdiendo todas sus razones.

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No pocas de mis más felicitadas ocurrencias han salido mientras hallábame sentado sin protocolos —excusado sea— en el trono de mi retrete. Con dificultad puede el pensamiento ordenarse en posición erguida y aún menos caminando o al trote, como bien saben todos los que manejan tropas de asalariados a los que ordenan estar en movimiento para que produzcan lo que sean, menos cavilaciones.

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El pensamiento inducido (o dirigido) parte de lo general para estrechar el mundo real de lo concreto, mientras que el pensamiento autoinducido (crítico e independiente) surge de la experiencia concreta para sondear la realidad general. El lenguaje utilizado por el pensamiento inducido es deliberadamente descriptivo y superficial, leal a la literalidad, pues trata de excluir o presurizar los significados latentes, lo que no sucede con el lenguaje del pensamiento autoinducido, que es profundamente explicativo y desenvuelve para ello un tono inquisitivo que pone a prueba las realidades que toca desde múltiples ángulos.

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El fenómeno concreto es útil para el pensamiento sin mordazas como peldaño integrado en la escalera de los hechos que conducen hasta alguna clave de comprensión abstracta, libre de imperativos verbales. Aunque las palabras ayudan a manejar conceptos como si fueran hechos, la comprensión de los conceptos es un acontecimiento que se desarrolla más allá de las palabras.

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Existe un medio de victoria por condescendencia que consiste en atenuar el prestigio y poder de perturbación del enemigo tolerándolo, dentro de unos límites predefinidos, para propagar el hábito de su depreciación como pieza obsoleta de la historia, como reliquia carente de relevancia ofensiva.

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De la soledad mana un venero apenas intuido en cuyos susurros de pus todos los miedos parecen reales, pero también todas las bondades.

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La sobriedad deja una tupida resaca magnetizada por la imperativa necesidad de embriagarse que ninguna sustancia puede disolver.

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Recelosa no menos que celosa de su poder, la bestia humana lleva consigo lo mejor de lo peor y lo peor de lo mejor; su mayor don es la incertidumbre de su naturaleza, la condición proteica de la criatura que no sabe quién es ni para qué existe.

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La verdad solo existe para los crédulos, pero únicamente la encuentran los hipócritas.

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Ladrar conviene para que no se olvide que la lengua que lame con suavidad viene amparada noche y día por dos guarniciones de dientes.

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El grado de atontamiento sensorial mantiene un reglaje proporcional a la adquisición de experiencia, lo que no libra al novato de su torpeza mientras pretende parecer más listo de lo que es, ni evita al escarmentado ser más listo de lo que parece.

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Debería premiarse a los zoófilos con ilustres galardones a tenor de la esterilidad de sus juegos eróticos para la fauna.

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El fin de una teología comprometida con un mínimo de calidad reflexiva es mantener la pulcritud indispensable para no involucrar a Dios con el asunto central de sus pesquisas, debe conocer el reino de este mundo desde los ojos de un hipotético creador de naderías. Los teólogos son pioneros del ateísmo.

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El elogio más completo que una mujer puede dirigirle a su amante es que con él ha aprendido a gozar sin su presencia.

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Mi obligación como soñador es vivir intensamente despierto.

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Los estados de inspiración más fructífera para un escritor que piensa (o para un pensador que escribe) son la furia frustrada, la excitación sexual y el sueño crepuscular, pero bajo el auspicio de ninguno de ellos logran obtenerse resultados más brillantes que con una cultivada y bien dosificada paranoia.

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Nunca se sabe cuándo te va a asaltar la inspiración, probablemente te sorprenda cuando menos preparado te encuentras para pilotarla. A fin de cuentas, el plectro campa cual mascota de laberinto por las regiones fronterizas de la realidad, cuando no es el hijo pródigo de una casual sintonización entre el caos universal y la enmarañada red neural.

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Sobre la aplicación progresiva de las nuevas técnicas de control mental se mece la impensada espada de Damocles, pues si estuviéramos forzados a expresar públicamente lo que pensamos a cada momento, el mundo que tanto interesa manipular acabaría pronto, y de forma poco amistosa, con un babilónico desmoronamiento de la arquitectura de domesticación civil apañada durante siglos.

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Tanto vale señalar que la ética es una prioridad estética del espíritu como ver en la estética un ejercicio de adulteración moral de la materia.

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El destino es el molde y la existencia el relleno, pero una vez adquirida la forma, la vida reemplaza al continente y el sino se convierte en el núcleo de relaciones que ocurren en el seno del contenido.

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Cada uno es, más que artífice, artificiero de su estupidez. Pero estupidez ¿en relación a qué? ¿Al universo entero, que tal vez deba su perdurabilidad y mantenimiento a la propagación sutil, y sin embargo obscena, de la sandez?

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Si la sabiduría en cuanto comprensión excelente de la vida y dicha recogida en sí misma es una virtud alcanzable y exenta de cualquier similitud con la vanagloria, ¿cómo puedo estar uno seguro de no ser todo lo sabio que puede ser?

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Admito la necesidad apremiante de ser incisivo, burlón y despiadado, mas no me concedo la licencia de faltar a la cortesía. Uno puede recibir con aprecio la estampa ignominiosa del malvado sin menoscabo de poder sentirse sinceramente herido al ser considerado un mal educado por aquellos a quienes, con toda razón, ofende.

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Es tan urgente ser actual, hay que deificar tantos esfuerzos para mantener el ritmo con el acelerado estilo de la comedia humana, que lucir un crítico desdén hacia las ansiedades que exige el futuro realza la personalidad como un signo de distinción cultural y nobleza anímica. Muy en contra de la opinión generalizada, la capacidad para mantenerse en la onda no es un mérito digno de respeto, sino el precio que se ha de pagar a la vulgaridad para no sentirse fuera de lugar.

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Ser brujo es poder mirar al abismo sin ser visto por el abismo.

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Contra el arisco hastío que dispensa el funcionario encaramado en la tronera de su despacho soberano, componed una sonrisilla con acentos de ternura, después amablemente un «hasta luego» y, manteniendo tenso el hilo de la más sublime dulzura, deslizad entre los dientes, sin que terceros lo escuchen, el grácil silabeo de un mensaje proverbial: «Busque la documentación que me pide debajo de su coche».

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Por fortuna para todos, todavía hay mujeres que saben hacer uso de su intelecto antes que de sus ovarios.

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Muertos, todo queda al alcance mental de lo factible, incluso la vana creencia de estar vivos. Quizá la salvación se reduzca a la ironía de haber olvidado nuestra genuina condición de fantasmas.

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El cristianismo, como buena religión paternalista, no hubiera podido ejercer su habilidad de malversación moral sin la premisa de un error imperdonable: su insistencia en que Dios muere por el hombre exige como diezmo que el hombre muera por Dios. Si los pobres de espíritu han escogido la cruz como símbolo redentor de la unión entre el cielo y la tierra, es una cuestión de altura moral denunciar el instrumento de tortura que representa y en el aire dejo evaluar si sería un gesto de generosidad permitirles demostrar las ventajas de su fe frente a la oratoria de un coro de leones hambrientos.

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Nada que objetar a la opinión que sostiene que el mundo es un lugar horrible, salvo que podría ser peor aún: podría ser inmejorable.

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No se aprecia el sentido de la hermosura hasta que no se percibe la magnitud de lo abominable.

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¿Sostener una apología de la vida en nombre de la dignidad? ¿Acaso existir no es ya una sofocante traición? ¿Se puede aplaudir su dinamismo sin insultar el agotamiento y la ruina orgánica que nos reserva? ¿Por qué no inventar estrategias de defensa contra los excesos cometidos en nombre de la vida?

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La locura es el peligroso acceso a otro mundo donde a pesar del impacto de la visión contra los cimientos de las apariencias la razón persiste, pero solo como un artefacto irrisorio y aislado, destinado a padecer el escarnio de sus propias supercherías. La locura mide desde dentro la razón y esa es la razón de que no parezca razonable, sino desmedida, cuando descubre por sí sola cuál es la talla interna de la normalidad.

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¿Estoy dentro de mí o sufro el espejismo desde fuera? ¿Con qué grado de certeza puedo asegurar que me pertenezco cuando las circunstancias se conjuran para indicar que soy un envase desechable de genes y pantomimas culturales procedentes de la periferia de la realidad? ¿Por qué el conocimiento deja de ser inocuo y razonable al querer discernir los límites de lo humano? Creo que si cada persona auscultara con penetración y detenimiento su propio ser, acabaría descubriéndose irremisiblemente unida a la demencia, perdida entre pegajosas manchas de irracionalidad y constantes disturbios de insensatez. Hemos despeñado en diversas formas del olvido una naturaleza que nos asusta, un rostro descompuesto que no reconocemos porque acaso retrata con demasiada exactitud nuestras maniobras delirantes, los empeños de ilusión con toda la razón a nuestro favor, enloquecidos por necesidad.

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Hay demasiadas razones para volverse loco y la mayor de ellas infunde la convicción cerrada de estar cuerdo.

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Con la seguridad a tu favor de que no todo es para todos, resulta previsible, e incluso necesario, que la ceguera mayoritaria acuse el vértigo de la locura ante el poder ascendente de tus alas.

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Los problemas que hieren y no achican, son el latido ígneo que aquilata el pulso de la vida.

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En el crisol de la serenidad hasta el caos más turbulento contribuye al orden del entendimiento.

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Nada mejor que la sabiduría para no enfermar de conocimiento.

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PSICOTRAMPA. Haz caso de las primeras impresiones y serás el último en enterarte.

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Nunca subestimes a una mujer por boba que sea: hasta la más necia y apocada tiene por armamento natural la facultad de multiplicar la vida.

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Cuando se ha querido manejar a los demás sin conseguirlo, la vocación dominadora sufre un retroceso y el ardor de las tretas políticas se acaba disipando en el monasterio del autogobierno, no sin antes haber denunciado en todas direcciones el sacrilegio cometido por quienes rehusaron consentir la abortada empresa dictatorial.

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¡Qué deslumbrante sería prever la magnitud del cataclismo que inunde con nuestra avalancha de envoltorios los yacimientos arqueológicos de un lejano futuro en el que quizá existan eminentes cerebros empeñados en reconstruir todas las piezas con minuciosidad asiática! ¡Qué chabacana manera de influencia a largo plazo por obra y gracia de la insigne basura que será custodiada como un tesoro de incalculable valor!

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FE RELEVADA. En contra de los ilusos críticos que en tiempos no muy remotos a fuerza de buscar los signos vitales de un nuevo hombre hubieron de aplazar su necesidad de purga cultural en el indiscernible porvenir —nuestro presente—, quiero alegar que la domesticación religiosa no ha sido vencida, más bien permanece oculta como un estrato subterráneo, pero históricamente activo, que cual costra en herida abierta solo se desprende cuando la secunda otra capa de tejido necrosado. La sociedad postmoderna no atenta a ningún nivel contra la tiranía secular de los valores morales, sino que adapta los viejos ídolos a un rentable patrón de creencias tecnocráticas que suman al dogma de la supervisión científica, de la transparencia individual y de la sistematización estadística una dosis masiva de liturgia mercantil destinada a subordinar pensamiento y acción al santísimo paradigma del crecimiento económico; una alucinación colectiva donde el paraíso terrenal de la prosperidad nos espera ampliamente asegurado por atractivos policías y comprensivos psiquiatras.

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EL EGOÍSMO ACOMPLEJADO DE LOS ALTRUISTAS. Menos mal que cuanto más se ensalza la necesidad de fomentar los valores piadosos, menor es su poder de engaño y escasa su operatividad coercitiva. Aunque empalagosos hasta resultar eméticos, celebro los frecuentes discursos dedicados a loar la filantropía porque son un indicio de que la moral cristiana es cada vez más un complemento de moda que encaja con el estilo emotivo de un mundo que llora, y cada vez menos un vicio secular de las costumbres a pesar del aliento fétido que le proporcionan las subvenciones. ¿No se tiene bastante trabajo con cuidar de uno mismo y soportarse a diario para añadir, contra toda noción de equilibrio afectivo, la abnegada preocupación por acomodar los problemas del prójimo a una misma moral? ¿Tan importante es salvar a los demás cuando se está condenado a la insignificancia? ¿Cuáles son las carencias que mantienen la actualidad de esta inoportuna manera de sacrificar la vida privada para conceder una prioridad omnímoda a poner en orden de los asuntos ajenos? Sospecho que muchos individuos siguen encontrando más fácil y entretenido ayudar a los demás que ocuparse de su persona, una nimiedad que se suma a la extensa serie de debilidades que tras el prestigio de las acciones desinteresadas son el aguijón de una nueva inquisición cuya cruzada contra las injusticias y el abuso de los fuertes es, vaya coincidencia, socialmente muy útil para vernos reducidos a suplicantes marionetas. Realmente la maestría de la compasión en el arte del disimulo constituye su mayor triunfo y resulta innegable su habilidad para mimetizarse según el gusto dominante de cada época, pero sus móviles nunca habían quedado tan expuestos a una mirada fría e indiscreta como al hacer campaña por la militancia «solidaria, no gubernamental y sin ánimo de lucro» que llega a la conciencia de los «ciudadanos comprometidos» mediante la provocación directa del «está pasando, ¡tú puedes evitarlo!» Gracias a la organización mundial de la pena, el que sufre seguirá ejerciendo los derechos de su pequeña venganza pidiendo que nos pongamos en su pellejo sólo por caridad. De este modo, quienes no puedan soportar el denigrante espectáculo del dolor, tendrán ocasión de aliviar sus propios remordimientos contribuyendo a una causa digna. No faltará en el séquito de acongojados quien se apiade con espléndidas muestras de generosidad por el sentimiento de superioridad que produce estar por encima de la víctima en calidad de benefactor. También prestará auxilio quien se avergüence de quedar deshonrado por cobardía cuando una situación de peligro apele a su coraje. Y, en primera línea, los morbosos sensibleros, sujetos impresionables que por no haber salido jamás del miedo juzgan intolerables las experiencias que no provengan de mojigatas caricias y mansas alegrías, estupendos precedentes de repulsión a la violencia que no les impiden guiñar el ojo a los patéticos reclamos de la miseria. ¿Verdad que está claro cómo los remedios del altruismo han logrado neutralizar las oscuras potencias el egoísmo?

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EL ENZARZAMIENTO TEOLÓGICO. Ahora que nos hemos liberado de la maleza moral que impedía contemplar con claridad el bosque de los hechos, conocemos demasiado bien a los creyentes para saber que los caminos del Señor no son inescrutables, tan solo un poquito aviesos. A Dios se puede llegar siguiendo la autopista gratuita de la ignorancia, también por el atajo del pretexto que se exhibe como marca de buena conducta y, por supuesto, a través de una ruta especial, dedicada a espíritus de inquietudes racionalistas, que no reserva más misterio que el cansancio producido por haber querido avanzar indemne entre las zarzas en llamas del error.

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BOTÍN DEL AMOR. ¿Por qué lamentable ironía las religiones divulgadoras del amor son históricamente las más agresivas durante su fase expansiva y no cesan de proyectar pánico homicida en la victoria? ¿Por qué el auge de los sentimientos humanitarios segrega un efusivo rastro de venganza? Tras un examen somero podría deducirse que el amor brinda una estratagema perfecta para penetrar en la mente humana y doblegarla desde las flaquezas del corazón, pero dudo que este ardid pueda saciar la fanática carrera por el poder sobre las almas, de ahí que se prolongue con la intervención de una voluptuosidad hipnótica obtenida con la técnica del dolor piadoso. Al inquisidor de turno, campeón del reino de los fangos por oficio, ya no le basta la degustación y cacareo público del sufrimiento ajeno: él mismo debe participar en la orgía luctuosa de la compasión desvirgando el trofeo de la culpabilidad, de ese modo el ansia de dominio no se detiene en la piel del otro, sino que multiplica sus posibilidades de regocijo mediante la glorificación del padecimiento en calidad de indiscutible protagonista.

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UN DILEMA ARBORESCENTE. No hay pruebas fehacientes que avalen la creencia en la libertad de la volición, sólo el orgullo ciego de querer apadrinar los actos aunque a consecuencia de ellos se pague el tributo de ser culpable. ¿Queréis sentiros libres? Si ser libre significa algo, habría que empezar por verse libre de tener voluntad; habría que retornarla a su lugar de origen, la fantasía, escrupulosamente precintada con un sello que advirtiera «edema del juicio», pues solo a una tumefacción del ego puede imputarse la ilusión del libre albedrío. No me canso de repetir que ante la imposibilidad de adquirir un conocimiento exacto de la realidad, lo más valiente para el raciocinio es asumir la proporción de sus limitaciones sin renunciar a un coqueteo activo con la intuición. Soy libre cuando puedo estar en los hechos sin enturbiarlos moralmente al inventarme un parentesco con ellos; dejo de serlo al cargarme con el peso fantasmático de mis acciones ignorando que soy una excepción relativa dentro de la abundancia de posibilidades rivales que aguardan la ocasión propicia para manifestarse. Si tuviéramos que aceptar la noción de responsabilidad individual, también deberíamos responder por todas las ramificaciones estocásticas de los actos que podríamos haber protagonizado, porque al tomar una decisión no se deja atrás la contingencia de un sendero, sino que se pone en movimiento la revancha de las rutas ocluidas con tal frondosidad de pliegues y encrucijadas que uno es quien es más todas las versiones de quien hubiera podido ser. No niego que lo que ocurre pueda ser fortuito, caprichoso y original, pero nada ocurre fuera de lo necesario, que es el aspecto que presenta el rompecabezas imaginario de la materia al cambiar de posiciones hasta el infinito. La libertad está fraccionada en una fatalidad que cumple en la eternidad del tiempo su epopeya combinatoria de átomos, de acontecimientos, de mundos. Suceder es accidentarse en un ensayo continuo donde el azar forma un instante y cada instante un destino, sueño de sueños perdidos cuya responsabilidad seguirá estando completamente dormida.

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Si has podido llegar hasta aquí, desvelado peregrino, mereces ser honrado con una bendición escogida entre los elixires que reservo a mis mejores aliados:

Que los dioses al reírse
de nosotros, los mortales,
te transmitan sin pesar
su elevada gracia.

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