1.4.21

VINDICACIÓN DE LA INSOLENCIA

Pierre Amédée Marcel-Béronneau, Orphée dans l'Hadés

Las personas sanas son enfermos que se ignoran a sí mismos.
Jules ROMAINS
Knock o el triunfo de la medicina

El individuo «cree todavía estar seguro de su autonomía, pero la nulidad que les demostró a los sujetos el campo de concentración define ya la forma de la subjetividad misma», escribió Adorno, autor que me acompaña, junto a otros ilustres de la triste ciencia del desengaño, en la vocación de enclaustramiento que, como es de rigor, tengo más abierta a los muertos que a mis no tan vivos coevos. Y aunque ese pensamiento entrecomillado que rebota de un exiliado a otro ensombrece un poco el ánimo, la inteligencia que no es amiga de componendas está siempre dispuesta a coger las aberraciones psicopolíticas por los cuernos sabiendo que esa bestia tiende a embestir cuando las emociones que fomenta la opresión nos perturban el juicio. 

El poder se viste ora con la izquierda, ora con la derecha, según la imagen que le conviene representar, pero ni en los medios ni en los fines difieren sustancialmente las ideologías que lo cubren de pretextos como el sastre que conoce el paño de la moda y lo trabaja a la medida de la circunstancia. El único tipo de sociedad compatible con el individualismo que las corrientes históricas han objetivado no es el del libre juego entre sujetos soberanos que añoran los libertarios, sino el de la identificación unilateral de las personas con un grupo de pertenencia y el estilo de docilidad vinculado a este, al que se llega tras un tenaz tratamiento de atomización de los involucrados en el afán de producir y consumir sociabilidades. De un modo solo paradójico en apariencia, el culmen de la exaltación clientelar del ego acontece en los sistemas totalitarios que logran, maximizando el proceso civilizador mediante la técnica, que dos más dos sean cinco y uno por uno cero. De nuevo entrego la palabra a Adorno: «A la vista de la conformidad totalitaria que proclama directamente la eliminación de la diferencia como razón, es posible que hasta una parte de la fuerza social liberadora se haya contraído temporalmente a la esfera de lo individual. En ella permanece la teoría crítica, pero no con mala conciencia».

Suponiendo que aún no esté todo perdido a nivel de relaciones humanas para la conciencia que se reconoce responsable ante la eternidad, la evolución en un contexto social climatérico como el actual ha de empezar por la reconquista de la interioridad y, desde ahí, irradiar campos de influencia alternativos al orden cobayista que odiosa y atropelladamente ha magnificado el primado falaz de la dominación de un modo que recuerda demasiado, en sus pregones arteros y en sus efectos nocivos, a la campaña de medicalización efectuada por el falso doctor Knock, ese profeta de la iatrogenia que imaginó Jules Romains en 1923 y encarnó magistralmente el actor Louis Jouvet en la versión que Guy Lefranc llevó a la gran pantalla en 1951. Mientras la gente no quiera discernir conocimiento de manipulación; mientras delegue en otros la tarea de formarse e informarse, la defensa de la dignidad no será más que una pose activista, un pesebre para intelectuales aquejados de vicios protagónicos y, en el fondo, un planteamiento cómplice del mismo paradigma cosificador que se desea ver superado. 

En modo alguno debemos desistir de minar las categorías ilusorias y las alucinaciones colectivas que pretenden afirmarse como realidades incuestionables contra la validez de la experiencia individual que atestigua el triunfo infeccioso del charlatanismo y la credulidad, verdadera peste de nuestros días. No hemos de claudicar a la hora del inaplazable conflicto ontológico con el desalmamiento masivo porque, sencillamente, no podemos dejar de lado, sin inmolarnos al azote de sus sofismas, la gravedad de los hechos que incumben a cada ser atrapado en la ratonera donde la mente resistente a la monolatría de la necedad se esfuerza por abrir un espiráculo que alivie las incontables agresiones sufridas.

La más plausible forma de enderezar a los torcidos es que uno lleve recta su propia vida. Concedámonos esa insolencia porque la bochornosa ocasión no merece menos intrepidez de nosotros, los vitandos.

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