13.5.17

DESDE LA VIGA DE MI OJO

Xue Jiye
Es propio de ignorantes culpar al prójimo cuando algo les va mal; en cambio, culparse uno mismo es propio de quien comienza a aprender. Y no culpar ni a los demás ni a sí mismo es lo que hace quien ya ha acabado de formarse.
EPICTETO
Enquiridión

A los cuarenta y tres anillos cumplidos desde que fui sacado a las tablas de la farsantería, el periódico paso por este aniversario me ubica en la tensión moral de tener que celebrar el haber venido al mundo, un acontecimiento que a terapársecs estoy de tomar como un regalo, aunque, a fuer de alquimias y bufonadas, todavía encuentre motivos de dicha para festejar mi caída en el embudo del tiempo, cada día más estrecho para el difícil arte de parirse a sí mismo sin partirse en el intento. Vuestra incógnita presencia como lectores, con independencia del despropósito que coarte o inspire, se suma a esos motivos.

Apaños pasajeros son los años junto a los escasos pero imperecederos amaños que no caben en la crónica de una semblanza mortal. Por lo demás, trucado con las genuinas pociones de mis alambiques, persevero en escribir porque carezco de patria y no poseo más cara que la casa del pensamiento, indómito y peregrino, que como viene se va. Duro lo traigo a la atención fiada a este lugar que se arriesga en lo apartado al pleonasmo de lo proteico, no sé si tan tentador en la distancia evanescente del auspicio como para dar pábulo a la reacción que Ramón Andrés contribuye a escrutar, bajo la lente de aumento de un análisis aquilatado, entre las dobleces y otras encorvaduras de los que se declaran prójimos: «Causa disgusto que los demás vivan despreocupados, sin dar cuenta de sus actos a nadie. Se envidian demasiado las casas solitarias, las que están en la colina».

(-(-_(-_-)_-)-)

Tanto ve el moralista la paja en el ojo ajeno que bien podría hacerse un pajar donde sestear y dar descanso a los demás de la viga que lleva en el suyo. Por desgracia, raro es el moralista que no tenga por virtud el desprecio del reposo. 

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La mirada del polizón desnuda al pasajero y lo que vislumbra bajo su atuendo de normalidad es la efigie de otro polizón al que le han vendido un billete para el mismo naufragio.

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Asumir un papel superior a las propias fuerzas es condenarse a servirlas por debajo de lo razonable.

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Nos queremos dueños en exclusiva de los méritos que podemos alcanzar y aligerados de responsabilidad por nuestros yerros remitiéndolos a un magma común de semejanzas, pero ni somos tan únicos cuando acertamos ni tan iguales cuando fallamos.

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Nadie menos creíble que quien remite a la sinceridad de sus sentimientos para convencernos de la superioridad de sus juicios.

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No hablaría con fingida modestia ni expiaría contrición si dijera, tal vez sin demasiada convicción, que casi no sé nada, o si se quiere, que cuanto sé peor es que no saber por estar envuelto en la bruma del aturdimiento existencial, sólo en excepciones descargado del lastre de la desgana y en permanente  deuda con la generalidad de un mundo no mal hecho, sino hecho con sistemática pericia por y para el mal del que somos trasuntos todos los que aquí seguimos haciendo costra, sin privarnos de descalificar al adversario incluso en los momentos en que pretendemos ser sublimes. Quizá sea solo una marca de fábrica. Quizá, pero no es excusa.

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Qué insensato es dar a la palabra crédito de verdad, sea nuestra palabra o la de otros, cuando ya no puede ocultarse que cuanto decimos debe mucho a la humareda producida por la hoguera donde queremos arrojar la hermandad que tenemos en parentesco los monstruos autodenominados humanos.

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Vivir es un aforismo del morir si no se malversa como una proclama del mero discurrir.

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Tiene por costumbre la vida devolver golpe por golpe pero no favor por favor. Hacernos un favor es prerrogativa de la muerte.

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Así como hacer entrega de un revólver cargado a un chimpancé sería un gesto henchido de perfidia, no puede dignarse a ser llamada sino embaucadora la naturaleza que inocula el tósigo de la fecundidad en los placeres de la unión sexual e impone el inicio de la edad fértil cuando los titulares de cuerpos aptos para reproducirse son aún demasiados inexpertos para evaluar con perspectiva los reveses consustanciales a la existencia.

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Alegrarse de tener prole no es un sentimiento distinto del orgullo agresivo ligado a otros atavismos; fuertemente unido a la territorialidad de quien se quiere propietario de otros para acapararlos como una extensión inferior de su naturaleza, se hace ineludible pensar, y no en su disculpa, si un hábito de perfil tan mezquino, cargado de tan catastróficas consecuencias, gozaría de las mismas posibilidades de materializarse sin la promoción social que recibe el desconocimiento de la humanidad. De entre los muchos beneficios de este desconocimiento, tal vez el más importante sea el de impedir que uno haga un diagnóstico realista de sí mismo.

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La vida del atareado está siempre en otra parte, nunca en lo que tiene entre manos.

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Toda labor descriptiva, cuanto más exacta, más ofensiva.

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Cada uno tiene, en proporción a su tamaño, mano para hacer daño. Todos nos sabemos retratados en algún aspecto con la misma fidelidad que insidiamos a quienes retratamos. Vicios como la calumnia y el rencor, sin olvidarnos de la envidia ni del afán de sojuzgar, son facultades tan nuestras que las consideramos ajenas.

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Publicar es para el autor una liberación por medio de la escritura que los difamadores nunca desaprovechan para atacar haciendo llover sobre él las cadenas de la incriminación. Se comprende al hábil propagandista que fue Mateo, el evangelista, cuando declama: «No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen». En efecto, retraerse de forma selectiva sería lo más prudente allí donde «perros» y «puercos» parecen exactamente lo que son, pero donde la prevención no es posible, frente al tan corriente pago de las obras en bonos de maledicencia, Epicteto aconsejaba una clase de humildad que, sazonada con ironía, resulta indoblegable: «Si alguien te informa de que una persona habla mal de ti, no te defiendas de lo que se haya dicho y respóndele así: “Si sólo ha dicho eso, no conoce todos mis defectos”».

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Ni en la vida ni en el estilo se ha de confundir el tono con el contenido. El tono, desde su carácter apasionado, compone lo literal, pero lo literal es solo la primera capa de lo literario.

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Que uno mismo se incluya en el blanco de sus invectivas puede ser visto como una concesión formal para excusar mejor el uso intensivo de la soberbia. Es más laborioso, sin duda, ver más allá de una actitud altanera la exigencia de expresar lo que pocos se atreven a pensar y mucho menos a decir.

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La verdad está vinculada en su origen a un extraordinario reconocimiento de la conciencia ante el quebranto. De la escritura, en cambio, no podemos decir tanto: históricamente su aparición responde a la necesidad ordinaria de hacer un recuento de bienes; solo su éxito narrativo no hubiera sido el que aún es sin el entusiasmo, asociado a la conciencia, de elaborar un inventario de males.

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No estoy libre de juzgar al prójimo y ese, como ningún otro, es su poder sobre mí. Pero tampoco estoy libre de escrúpulos y ese, a buen recaudo, es el contrapoder más juicioso sobre cualquier veredicto que pueda idear.

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Escritos o leídos, los libros son la siembra de la soledad con las semillas de otras soledades.

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Cuanto más asciende un prócer en la sociedad, más acusado es su descenso en la moralidad. Impunidades y prebendas aparte, la mayor diferencia entre un poderoso y un vulgar bellaco es que el primero causa estragos por todo lo alto y escandaliza poco, mientras que por poco perjuicio que haga el segundo tiene adverado un escándalo de máxima cobertura.

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El deseo de la ley es acabar con la ley del deseo.

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Lo mágico es travieso y escurridizo como lo fueron los dioses extintos. Solo la vulgaridad funda imperios en el seno de reinos en descomposición.

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Hasta la lucha se ha desanimalizado en esta era de culto al artefacto. Al campo de Marte habría que ir armado con la desnudez de Venus.

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Hacer el bien sin concebir el mal carece de mérito; lo tiene, y mucho, abstenerse de hacer el menor mal pese a todo el sufrimiento que se concibe.

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Tener la capacidad de sacrificar la propia vida por otro, sea quien fuere, y al mismo tiempo saberse capaz de fulminarlos a todos si de uno dependiera hacerlo en un instante, el que se trata en concebir la extinción como bondad.

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Si todo puede ser aniquilado, devuelto a la nada, es porque todo procede de ella.

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Después de obligar a poblaciones enteras a cavar trincheras y fosas comunes, a los nacidos en el ataúd se les instó a levantar mortecinas barriadas suburbiales y un tetris de viviendas adosadas que son a todas luces irreprochables en su función de mortajas en vida. Si habitarlas es asumir en gran medida la identidad que ha sido planificada con ellas, adquirirlas supone hacerles entrega del alma al cartel de los especuladores a cambio de varias decenas de metros cuadrados que amueblar, el perímetro perfecto donde pudrirse de tedio sin apestar la vía pública entre los ascos rotativos de la jornada laboral.

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Contra toda evidencia, con una suerte diabólica e ingentes irrigaciones de obnubilación, puede uno creerse afortunado durante las vueltas del desquiciado globo que la peripecia de su hundimiento requiera, pero no renunciar a engreírse de la vida, aun mientras el viaje declina, denota no haberse enterado del drama ni de quién es el finado que lo ilustra.

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Una vez se halla a la divinidad pulverizada en lo humano, el menor temblor echa por tierra toda la confianza que uno tenía en sí mismo como animal capaz de proyectarse a lo divino.

5 comentarios:

  1. Con algo de retraso te felicito el cumpleaños, si he entendido bien que acabas de cumplir y si es que tal cumplimiento no te supone, como pareces hacer notar, el de un esclavo para con su señor, señor que sería en este caso el propio instinto de supervivencia. Por lo demás, leo a ratos tus acideces y las rosas que afloran inesperadamente entre ellas, aquí y allá. No paso a describir para no hacer de mi visión "cuanto más exacta, más ofensiva". Tampoco comento últitamente ni publico mis propias errancias por pulir por falta de tiempo y de calma, pero eso no hace completa mi ausencia. El aplastamiento veraniego permitirá un adelgazamiento de los obstáculos y una mayor celebración de la expresivdad.

    Salud o lo que más se le parezca.

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    1. Muy agradecidas son tus felicitaciones, en especial cuando consignarlas supone abrir un ojal en la trama de tus labores a través de los etcéteras del silencio, cuyos reversos y cometidos no sabría ni lejanamente conjeturar. Sigues siendo tan misterioso entre los desvelos de tus fueros como elocuentes son, por su finura, tus inyecciones de elipsis.

      Elaborar estas colecciones donde las «acideces y las rosas» se dan cita aligera el peso de la enseñoreada supervivencia, menos mandona conmigo de lo que nuestra común natura tiene por media exigir a sus hipotecados en la guerra que mantienen por menudencias. Si acideces son las que reflejan estas vicisitudes, las quisiera en su función detersiva dignas de ser asimiladas como nitidices, si bien el ejercicio de la nitidez no garantiza por sí solo la claridad de conciencia mientras incrementa, hasta un primer plano, la certeza ominosa de la factura del mundo.

      Sin tomar tremendismo alguno por lente absoluta ni engañarme con las filigranas del pensamiento más de lo recomendable para mantener a un ritmo sereno la respiración, me gustaría poder decir, más allá del bisel de la literatura, que mi forma de ser debe menos a la época que se despliega entre mi nacimiento y el presente que a los siglos y enclaves imaginarios donde he situado la prioridad de mis acciones mentales. Si la sociedad me dejó a mí o fui yo quien la dejó en el ínterin, podría ser objeto de un largo e irrelevante debate; lo importante en la casuística que a todos nos atañe como exploradores del alma y no como meros supervivientes es llegar a necesitar de la humanidad menos de lo que sus militantes pretenden. «El alma que no encontré en ninguna parte hizo de todas las partes un alma», anota Porchia. Ya que la humanidad no avanza hacia ninguna parte y cuanto más se afana en sus bucles más se sobrecarga de ilusiones, como un hámster en un simulacro de carrera sin fin, tengo por buen sentido que lo imporante no es superarse, sino desembarazarse.

      Con el cercano presagio de profecías como la que hizo a aseverar a Caraco escenas que hubiera podido escudriñar un Brueghel —«terminaremos por comernos los unos a los otros y nuestros religiosos nos acompañarán en esta barbarie, fuimos teófagos y seremos antropófagos, esto no será más que un logro»—, hoy entono mis otrora destemplados nervios para no extrañarme a mí mismo cuando todo caiga y algún daimón me susurre: «¿De verdad te vas a preocupar por eso?».

      Creo que lo más parecido a la salud es la gracia de olvidarse de ella, señal raras veces equívoca de que se tiene. Salud, amigo.

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    2. Los quehaceres que me roban el tiempo son mundanos acopios de supervivencia y medro, pedestre ambición de sueldo digno y de vacuas titulaciones. Nada especial, creo. Por lo demás, he tenido que dejar reposar mi mente en los dos últimos meses en aras de limpiarla de oscuras culpas y frustraciones por hacer yo, con todos, del mundo el estercolero asesino que es.

      Aunque desembarazarse es el principio y el fin, fortalecer los músculos de virtudes como la generosidad o la disciplina ayuda, empero, a que el desembarazo sea más natural, limpio, rápido y certero. Y tanto es así que incluso percibo que, a pesar de tus insistentes desgarraduras morales, intuyes cada vez más cosas de ese jaez, tales como las que apuntas soberanamente sobre la amistad: "El único modo admirable de destruir a un enemigo es hacerlo amigo"; o "un hombre coronado de amistad, un reino arbolado de amigos". La primera de esas frases me parece la captación insuperable de una de las más finas de las verdades sapienciales, rastreables hasta lúcidos estoicos o altos maestros budistas. Para que veas hasta qué punto considero aromáticas las rosas que regalas tras el ajenjo. Ojalá abunden en el futuro, por tu bien y por el de todos.

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    3. Mucho bien me hacen tus palabras, en las que aprecio una viva muestra de la filosofía de desasimiento que has asumido con la misma estructura de generosidad y disciplina que aciertas a recomendar sin malograr la ocasión de ser amable.

      La eclosión esporádica de mis botones florales solo es un destilado de savia añeja en tráqueas nuevas, como no podía ser de otra forma, y afortunado soy en estos valles, donde ciertamente no escasean los remedios amargos ni las hierbas vesicantes, al recibir el reconocimiento de un experimentado rosalista cuyas obras tengo por enseñanza inequívoca o, si me apuras, por ingrediente indispensable de mis triacas.

      Tu fugaz alusión a la salud en el primer comentario, así como la tensión que escribirlo parecía insinuar desde la primera línea, me hicieron temer por algún decaimiento en tu particular peregrinación por «el estercolero asesino» del mundo. El tono empleado en el siguiente, sin embargo, transmite otra disposición de ánimo, la propia de quien ha de centrar su atención en menesteres más bajos de los que tiene por costumbre metabolizar. Si no anduviera desencaminado, y si además ha habido una disolución de pesares durante el proceso, motivo tendría para celebrar que mi primera impresión haya sido exagerada... La gravedad, plomo de la conciencia, se nos acumula como un tesoro potencial a la espera del arte que sepa convertirlo en oro.

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  2. Lamento haber suscitado la confusión por la hipérbole: en verdad que no soy el que está preocupado por su supervivencia más que lo pueda estar cualquiera con renta baja dentro de los países opulentos que, a pesar de todo, seguimos siendo. La supervivencia auténtica, lamentablemente, se circunscribe a escenarios cotidianos miles de veces más perversos, bien lejos de nuestra vista, o a la mala fortuna que llega acercando su guadaña, prematura o no, para todos los nacidos.

    En mi parrafada sobre la virtud y el desasimiento, olvidé citar la frase de tus mientes que ocasionó la intempestiva reflexión: "Tengo por buen sentido que lo imporante no es superarse, sino desembarazarse".

    Alterando tendenciosamente el lema cenetista, te deseo de nuevo "salud y autarquía".

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