23.2.07

LOS VERSOS DEL REVERSO

Gárgola fornicadora de la Lonja de la Seda de Valencia.
La verdadera poesía es una función de despertar.
Gaston BACHELARD
El agua y los sueños

No sé escribir poesía, ni siquiera me gusta leer poesía, incluso mis párpados carecen del necesario ritmo. No sé bailar con las palabras sin atropellarlas, no puedo contemplar las formas sin derretirlas, hasta ayer mismo pensaba que los estados de inspiración sobraban como sobra la mediocridad, las uñas de los pies o las dieciséis horas de vigilia recíproca. Y no es que ahora difiera esencialmente de idea tan infame, pero me gusta ponerme peros y destilar cada opinión con el prisma de la duda para quedarme con sus jugos espectrales. Lo cual me acarrea detestables consecuencias, como sucede con las manías más graves, pues en realidad este es un vicio de pulcritud imperialista: escudriñar los residuos de realidad que ningún alma decente osaría mirar. La verdad, me pregunto porque os cuento la verdad. Mi intención no era otra que disfrazarme con un discurso ingenioso, palinodias aparte, pero está comprobado que me traiciono sucesivamente, casi por vocación. Quizá sean los relámpagos de un inconsciente demasiado consciente. Quizá sea mejor cambiar de tema...

Cuando recorro la colecticia de poemas trasegados en las páginas precedentes me sorprende la paciencia que he tenido conmigo para erigir verticalmente lo que, dado mi carácter, era propenso a expresar horizontalmente (los Mugidos son una tentadora excepción).* Analogando, diría que prefiero extraviarme en los enredos de la prosa a fatigarme subiendo la atalaya del verso, aunque existe una tercera posibilidad (bastante dudosa) que consiste en la fusión de ambos conceptos en la geometría estridente de una torre de Babel, proyecto que se ajusta a lo que he pretendido con todo el empeño de mi incompetencia y todo el caudal de mis hemorragias. No soy yo quien debe juzgar la estabilidad del conjunto, entre otros motivos porque de haber estructura estaría hecha de brumas. Tampoco hay que engañarse si algunos peldaños besan el cielo, puesto que en su diseño han intervenido ladrillos cocidos en el infierno. Aun así, puede que esté exagerando; en ese caso, de la experiencia revuelta del Minotauro sólo quedarían ruinas de ensueños interminables, campos devastados por visiones errantes. El desenlace era previsible: para quien está acostumbrado al laberinto el verdadero caos es la salida.

NOTAS
* El sentido de estas líneas se comprenderá mejor si consideramos que su contexto original estaba en el epílogo a mi primer poemario La herida del Minotauro, aún inédito, del que algunas muestras pueden leerse por aquí. Los Mugidos a los que aludo no son sino la ringlera de prosemas incluidos en esa obra, es decir, composiciones breves en las que convergen el sentido lírico y el carácter epigramático del formato como unidad mínima de simbolización. No sería impropio incorporarlos al dominio público en una entrada venidera.

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