23.10.06

MENGUE

Lo feo no es el desierto, sino aquello que oculta desiertos.
Ernst JÜNGER
Acercamientos

En esencia, nada nuevo bajo el sol, ni la idea de que algo nuevo pueda haber bajo el sol es novedosa. Aunque los participantes cambien, el juego sigue siendo el mismo. Viejos monstruos y pesadillas míticas se disfrazan ahora de enfermedades mentales. Es el precio de la civilización y ni el más sabio científico está exento de padecer antiguos miedos. 

Tal vez seas de aquellos que se niegan a creer en el Diablo, actitud que logro entender —humano es defenderse— sin que tu escepticismo deje de revelar otra de sus fecundas manifestaciones, pues el Diablo suele iniciar sus ataques por el territorio yermo de la incredulidad.
Refuta al Diablo y empezarás a cojear. El Diablo es el órgano más arcaico e impenetrable de la conciencia que acecha en el reverso de cada gesto, de cada pensamiento, sugiriendo la realización de los delirios más crueles. No sería un problema si actuara como mera virtualidad, pero al tratarse de un fermento íntimo del ser no hay modo de escamotearlo: siempre reaparece, su estela es indeleble y se nutre de nuestras victorias con el mismo ímpetu que profana nuestros errores. Al Diablo no hay quien lo engañe —y el olvido es la mentira más ostentosa, no lo olvidemos—; trabaja por adelantado, conoce a fondo nuestras reacciones, ha proliferado dentro del yo mucho antes de que nos supiéramos dotados de un yo.
No hay remedio contra el Diablo. Negar sus artificios sólo le devuelve el poder que previamente quería magnificar a costa del rechazo. Nada lo anima tanto como la trilogía de asco, pánico y hastío que componen el talismán de su fuerza sin rival y sin horario, porque el Diablo nunca duerme: su descanso es el castigo intransferible que a menudo hallamos en el sueño, como en la embriaguez y en la voracidad de los placeres intensos. Tampoco es factible la relajación fuera de esos ámbitos, ya que lo cotidiano es susceptible de convertirse en un dechado de perversión: vas conduciendo tranquilamente y el trazado de un planteamiento fugaz te tienta a girar el volante hacia el carril contrario para encontrar la aleación veloz que te devuelva la paz. Es probable que estés fornicando maravillosamente y de repente descubras en su cuerpo un detalle absurdo que te llene el cerebro con la imagen de tu querida madre abriéndose de piernas. O quién sabe si llegarás a dominar tu brazo la próxima vez que piques una verdura y se te ocurra imaginar la angustia que sentirías ante la belleza salvaje de tus dedos mutilados. 
Vecinos suspicaces e inquisitivos tribunales de épocas aún más obstinadas que la nuestra han juzgado posible pactar con el Diablo, aunque hacerlo sea rendirse a cambio de la apariencia de un éxito siempre aplazado, lo cual no facilita otra elección que su furia inagotable si preferimos rehusar los negocios que nos propone. Inútil emprender estrategias cuando el oponente es omnímodo. Y lo peor del Diablo es que nunca llama en vano, aprovecha la oportunidad más propicia para agredir, estirar enredos o explotar hábilmente la debilidad de su huésped tras haberlo convencido de su absoluta autonomía cuando el alma estaba agotada por el abuso de realidad.
Deseo oscuro de Dios somos nosotros, yo y yo, tú y tú: el Diablo.

Fuente: Mecánica del limbo. Inédito. 2000. 

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