17.3.17

PALOS DE VIDENTE

Ali Gulec, Garden Skull Light
Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.
Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.
Federico GARCÍA LORCA
Poeta en Nueva York

Coronada de fogosidades sin artificio la cena en casa de B. donde su compañía sirvió, con diferencia, el bocado más exquisito a un retablo de estímulos destinados a aligerar el ánimo, pensaba en el libro de Lorca que días antes le había regalado cuando este, perfectamente vertebrado en un estante, cayó de su sitio como imantado por una fuerza misteriosa. No creo que un ente sobrenatural tratara de enviarme un mensaje cifrado a través de canales hurtados a los cálculos de la racionalidad ni que mi estado mental se hubiera calibrado por azar para inducir al volumen un impulso telequinésico; mi explicación es a la vez más física y más mística: estoy a una brizna de persuadirme de que algunas personas podemos recordar el futuro, momentos antes de que acontezca, de una forma que vinculamos por hábito a la esfera de los fenómenos subjetivos hasta que el curso de la realidad los confirma como hechos tangibles. Para ilustrar esta conjetura debo añadir que de Lorca estaba recreando la semejanza entre el retrato de su mirada y la mía en el instante previo a que su poemario cambiara la posición erguida por la yacente. Tampoco se me escapa que el origen de este súbito movimiento podría ser imputable a factores en modo alguno superiores a los pedestres aun cuando un análisis pormenorizado los revelaría de todo punto indeterminables: un estremecimiento que hubiera recorrido un lienzo de la estructura del edificio dentro de límites subliminales para los inquilinos y respetuosos con la estabilidad de otros objetos que permanecieron firmes; una turbulencia imperceptible pero lo bastante sostenida como para que la inclinación del ejemplar oscilara hasta hacerlo volcar por el lado menos proclive; o quizá cualquier otra causa fortuita —¿es lícito juntar ambas palabras?— desprovista de mayores significaciones pese a las inverosimilitudes que habría que aportar en defensa de su probabilidad. Tan empapados estamos del materialismo vulgar de las magnitudes mensurables y fácilmente convertibles en valores monetarios, que de ordinario nos desmemoriamos frente al verdadero crecimiento de la percepción, muy requerida de silencios en su síntesis de contenidos y de quietudes no secuestradas por el acto ni sometidas a la necesidad de propaganda para iniciar su floración.

Sonreí con una extraña familiaridad al imprevisto y volví a pensar, por demás, lo que en tantas ocasiones he circundado de andamios conceptuales: mientras bajo el prisma de la causalidad el mundo aparente se presenta como una imparable cascada de entropías donde cada suceso es el nudo y desenlace de otros no siempre contiguos, contemplado desde la casualidad ese mismo mundo empieza a mutar sus elementos caóticos en formas sincronizadas de sentido que coquetean con el devenir. Nos guste o nos asuste, podemos ver en el interior de esas formas como ellas pueden ver en las nuestras cuando atendemos a las irisaciones de las circunstancias sin el vicio de aferrarnos a sus efectos pasajeros, es decir, haciendo entrega del desinterés apropiado para que todo en ellas sea digno de abundancia.

4 comentarios:

  1. Interesante, por decir lo menos. Si sirviese de algo mi interpretación del asunto, y aun corriendo el riesgo de interferir en la cadena racional etiológica a la que no he sido propiamente llamado, osaré apuntar una posibilidad que, no perteneciéndome a mí, nos pertenece a todos, como patrimonio que es de la tradición, tradición parcialmente ocupada en tales disquisiciones provenientes de sublimes gnosis.

    El enigma de la sincronía, la anticipacion y la profecía se explica bastante bien en la idea de que nuestro mundo es ciertamente, más que un habitáculo universal (bhajanaloka), un mundo de seres que crean dicho espacio (sattva-loka). Para el budismo, mente y universo son dos realidades interdependientes o incluso se diría dos ángulos de observar lo mismo. No existe universo sin que una conciencia lo precise kármicamente, lo cual no implica el extremo del idealismo ni el del materialismo, sino la correlación inseparable de ambas perspectivas. El libro de Lorca se cayó para todos los presentes, incluso para quienes leemos ahora la anécdota, pues fue el modo en que el universo/mente se reequilibró a sí mismo por alguna razón. Algo así como una acrobacia cuántica. Tú, quizá por algún vínculo sentimental especial con ese libro o por tu apertura de mente en ese instante en que estabas focalizándote adecuadamente, simplemente percibiste la causación que, de todas formas, creamos todos constantemente (para otros y para nosotros mismos). En verdad que este asunto merece reflexión en cantidades.

    Se diría que hay un resabio -o incluso más que eso- de todo esto en la frase con la que magníficamente cierras la reminiscencia: "... podemos ver en el interior de esas formas como ellas pueden ver en las nuestras cuando atendemos a las irisaciones de las circunstancias sin el vicio de aferrarnos a sus efectos pasajeros, es decir, haciendo entrega del desinterés apropiado para que todo en ellas sea digno de abundancia". Sin duda intuir ciertas verdades sobre la realidad es el universo explicándose a sí mismo a través de uno de sus orificios.

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    1. No te imaginas cuánto agradezco el rayo de luz de tu no por abstracta menos abarcadora visión del continuo cosmos-mente que oteamos a partir de un resquicio anecdótico. Enriquece asimismo tu glosa el soporte de conceptos tomados de una metafísica milenaria que decanta su vigencia cada vez que la ocasión concatena en el orden del suceso su sentido.

      Este monte apartado gana mucho en panorámicas merced a comentarios como el tuyo, que cobijo y valoro como la obra traslapada de quien ha sido mi más sereno y hoy prácticamente único interlocutor en las expediciones de la virtualidad.

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  2. Por invertir la expresión hecha, no des la vida al mensajero. Recordarle a las mentes su naturaleza es como recordar a un rey que lleva una corona; de hecho, es exactamente la misma cosa, sin metáforas.

    No sé si seré prácticamente el único contertulio en este atrio, pero dudo mucho que haya sido el más sereno. Asumo, en cambio, que ése sea mi papel cuando me enfrento a ditirambos fáusticos como los de los existencialistas nacidos en las postrimerías del segundo milenio y también cuando enfrento mis propias costumbres nocivas, y de ahí mis proclamas recurrentes de cuando en cuando en torno a la majestad de la quietud que yace en el fondo de todo ser: en el que se conoce un poco, todo veneno llama a abundancia de antídoto.

    Aprovecho para comunicarte que pretendo tomar prestado -por decirlo de algún modo- el Cristo en el basurero de Tomás Sánchez, con el que ilustrabas tu último opúsculo de centellas. La truculencia de sus connotaciones culturales y cósmicas, unida a mis debates interiores de temporada, se acomodan como nada a palabras que ando rumiando entre febriles exaltaciones.

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    1. Bien retratado me ilustras con tu áulica paleta de aforismos. Ya desde la primera frase, la que previene de entregarse al emisario, su contundencia me impele a confesar el asombro que doy por respuesta inmediata y sincera a la exactitud de tu observación porque, como puedes ver, con el ensayo de antídotos mantenemos activa la búsqueda de fórmulas magistrales en este laboratorio.

      De ti, por el contrario, se dibuja más la flecha en su vuelo decidido hacia el corazón de la infinitud que el arquero que la dispara, aunque al hacerlo sus ademanes presenten al ojo entrenado en la memoria de sus tientos la nobleza de un perfil que ni la distancia, ni el cambio de luces en el vario pulso de la fortuna, podrían emborronar.

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