No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo.
Henry MILLER
Trópico de Cáncer
Muchos son quienes han tratado de encontrar una explicación satisfactoria al suicidio desde premisas biológicas, pero han tenido que desistir o conformarse con argumentos que pertenecen a lo indemostrable, como el que inserta la automuerte en el tinglado de la eficacia global dándole una interpretación similar a la emitida para encajar homosexualidad, esterilidad voluntaria y otros hábitos de apariencia antinatural en los resquicios de la conducta. A mi juicio, creo el asunto está mal enfocado desde el principio. No es que el instinto de supervivencia pueda admitir excepciones a la voluntad individual, sino que la expresión más elevada de la voluntad, incluso de la voluntad de vivir (quien se mata renuncia a la vida, mas no a la voluntad), conduce a la muerte porque define mejor nuestro perfil que cualquier otro rasgo factual; aun sin quererla, corremos a la extinción como a mirarnos en un espejo panorámico que nos está reservado desde siempre e irradia la fascinación secreta de un enlace exclusivo con el momento total. Para alguien capaz de alzarse sobre la idiotez animal que le imponen sus genes, la decisión de acabar con uno mismo no es tan anómala como perseverar en un destino moribundo que estruja la conciencia en el desajuste insalvable entre los fines colectivos y los propios, entre la sociedad y la soledad. En vez de averiguar las causas de la gente que se suicida, la cuestión que debería intrigarnos es por qué no lo hacemos nosotros...
¡Ay Evelyn! Todas las noches contemplo tu exquisito cadáver, que ilumina la pared de mi estudio, y raro es el día que se va sin haberte dado homenaje con el silencio de la razón. La crónica menciona que Evelyn McHale, de 23 años, saltó al vacío desde el mirador del Empire State el primero de mayo de 1947. A los pocos minutos del impacto sobre un automóvil estacionado, el fotógrafo Robert Wiles inmortalizó la escena que años después el carroñero señor Warhol, también proxeneta de Lou Reed, utilizó para su obra Suicidio. En la cartera de la chica se encontró una nota que decía: «Él está mucho mejor sin mí... Nunca sería una buena esposa para nadie».
¡Hombre fatal! ¡Estoy harta de los discursos derrotistas! ¡Son tan fáciles y, por eso mismo, tan irreverentes! Acepto que cada uno gestione su dolor como buenamente pueda, pero disponer de la vida, que es un regalo precioso, como si fuéramos sus amos y señores me parece un planteamiento ofensivo desde cualquier punto de vista.
ResponderEliminarMagnolia, con tus pataletas consigues despertar mi simpatía y lo mínimo que puedo hacer por alguien que me inspira sentimientos tan gentiles es negarme a entrar en un combate de acusaciones mutuas. Además, tengo la impresión de que eres tan tozuda como yo y sería una pérdida de tiempo intentar convencerte de lo erradas que están tus opiniones. Pese a mi prudencia, es inútil ocultar que tu postura resalta a todas luces como la más derrotista, pues no puede llamarse otra cosa al hecho de renunciar por principio a la decisión personal más importante en beneficio de un supuesto Creador cuya existencia, a lo sumo, se reduce a un aborto mental en el imaginario de quienes prefieren vivir subordinados a un fetiche antes que enfrentarse a la desolación de un mundo sin justificaciones teológicas... ¡palabra de santo!
ResponderEliminarMientras escribía la entrada, tuve el apetito de releer algunos textos clásicos acerca de la muerte voluntaria y no veo mejor forma de rebatir tu defensa de la "vida reverente" que unas palabras tomadas del ensayo Sobre el suicidio de David Hume: "Si el disponer de la vida humana fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso, y fuese un infringimiento del derecho divino el que los hombres dispusieran de sus propias vidas, tan criminal sería que el hombre actuara para conservar la vida, como el que decidiese destruirla".
¿Vale?
Magistral!
ResponderEliminarBien sabes que para mí la libertad es el bien más preciado. Creo firmemente que todos, todos sin excepción, eligimos nuestra propia muerte. Pero esa es harina de un costal que linda más bien con lo místico, así que mejor lo dejo hasta allí.
Retomando tu propuesta, afirmo que hace falta mucha determinación para vivir la vida exactamente como se quiere, también para terminarla exactamente como y cuando se quiere.
Para cerrar y ya que has estado revisado el tema, si tienes tiempo y ganas puedes mirar las similitudes entre los tipos de suicidio planteados por Camus (en El mito de Sísifo -obvio-) y los personajes de Dostoievski. Mi favorito: el suicidio lógico vs. el ideológico.
P.S "El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive" F. Dostoievski.