29.4.14

VOLUTAS

¿No es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?
Alejandra PIZARNIK
Mucho más allá

La risa del demiurgo. Como ningún otro ser de lamento conocido bajo las estrellas, los humanos son propensos a fantasear con mundos organizados según ideales de armonía y plenitud —tan proclives, por eso mismo, a una indefinida explotación política— porque el paraíso sólo es concebible desde el infierno.

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Friabilidad. Exactamente porque interrumpen el sueño de mayor duración donde se interpolan, los sueños contribuyen como ninguna otra ficción a hacernos creer en la autonomía y continuidad de la realidad; mas basta sufrir la fatigosa clausura en el yo que deviene con un insomnio prolongado para que todos los pilares del mundo que antes se zanjaba real queden reducidos a un montón de añicos en los que apenas puede uno revolcarse.

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Llevo en secreto una nube umbilical que voy llenando con los sueños que me hacen despierto y se esfuma siempre que un sonámbulo entra en ellos.

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La realidad es una furcia tan flexible que engulle todas las explicaciones imaginables con las cuales tratamos de concebirla.

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Aun cumpliendo la más abyecta condena o soportando desgracias sin parangón, los mortales tienden a creer cualquier cosa cuando se les anuncia que tienen derecho a ello.

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Nada más absurdo que creer en algo porque tiene sentido; el sentido solamente revela la angustia de la criatura perdida en un territorio que no ha creado.

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Las tonterías sostienen la marcha de la vida que la gravedad de la permanencia en ella vuelve a colocar, incesantemente, en su sitio: el firmamento a ras del suelo.

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Con las arrugas y la experiencia que nos asignamos en su nombre, las ideas no ganan en robustez, como quisiéramos pensar, ni en la claridad que por ventura no soportamos ya: esas son impresiones que producen en el profano los escasos axiomas que quedan en pie dentro de la ruina que somos.

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Dudar de la realidad es la única clave de existencia que podemos atesorar quienes hemos elegido pensar antes que creer, crear antes procrear, inventar antes que imitar, revocar antes que refundar y festejar las nupcias con las antinomias del espíritu antes que aplaudir su expulsión cual inmigrante inadmisible en la tierra prometida de los puercos.

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Las objeciones a la realidad conforman las raíces que sustentan mi fe carente de doctrina.

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Salvo enfermedad o causa análoga que lo agigante, el volumen de un abdomen cebado delata la desnutrición en que se halla el espíritu.

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Conjeturar que Dios pueda ofenderse con nuestros actos resulta tan irrisorio como la fe de quien no es capaz de imaginarlo burlándose soberanamente de sí mismo... y de nosotros, por descontado.

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¿Son los olvidos oclusiones inertes de la experiencia o las líneas costeras que perfilan la geografía del recuerdo original?

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Al ovario de la letra. Incluso cuando se borra, lo escrito se multiplica.

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Heterotelias. El dentista descifra el mundo a través de las bocas que repara o estropea, el informático lo otea desde la programación, el poeta lo mediatiza con las palabras y así sucesivamente según el sesgo dominante particular. Cada uno abigarra su mirada en lo que hace con mayor pasión o reiteración, lo que más le tire, pero nadie escapa nunca de su enfoque, pues las convicciones personales determinan el juicio de tal manera que aun el valor de todo acto realizado por interés se establece en función de las creencias previas sobre dicho interés, a las que debe su disparidad. La economía de las relaciones humanas es un apéndice de la ideología, excepto cuando se cree lo contrario.

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No defiendo ninguna opinión como mía ni hallándome extrapolado en la catadura de sus juicios —juicio que no duda de sí mismo es fallo de ufanía contra el arte de discernir—, pero me bato con cualquiera que castre la libertad para expresarse por malnacida que sea la idea u hostil a mi carácter la parida.

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De las incontables cabezas que diviso por encima de la mía, ¿cuántas de ellas piensan lo que cae fuera de los márgenes su creencias?

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Tipos y prototipos. Si para hacer funcionar los artefactos de uso cotidiano se nos pidiera la talla intelectual del autor que vislumbró su diseño, la mayoría seguiríamos acarreando piedras a hombros, farfullando gruñidos y comiendo carne cruda: males menores comparados con los riesgos que supone tener a tanto imbécil exaltado por el manejo de tecnologías cuyos fundamentos agotan su capacidad de comprensión.

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Quiere lo que puedes y habrás hecho lo que debes.

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Pensar en negro, sentir en blanco y actuar, contra todo pronóstico, en infrarrojos.

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Aceptar la incorregible naturaleza humana es el primer acto para enderezar la propia.

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La victoria más selecta —y la menos patente— a la que uno puede aspirar dentro de la actual brutalidad económica con troquel de democracia se resume en no ultrajar la propia dignidad fuera de los humilladeros por los cuales, sin duda, ha de pasar.

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Carne de medina. El individuo no puede salvarse de los errores de la sociedad ni la sociedad puede protegerlo de sí misma sin someterlo a la terapia de aplanamiento colectivo.

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Los crímenes causados por las debilidades conjuradas de muchos superan con creces los estragos imputables a una fuerza solitaria desatada, aun si procede de un tirano u otro fantoche travestido como condensador circunstancial del hormiguero exasperado.

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De los vetustos altares con pantomima eucarística, la superstición se mudó a las urnas. Para que el dogmático de la soberanía popular descodifique el significado de su implicación en los comicios, los votos tendrían que depositarse en féretros tapizados con avisperos.

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Más vale abrigarse con sombras que ser blanco fácil de la inseguridad ajena por lucir excelencias al desnudo.

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Tan necio es que los vicios de la alta sociedad nos encarezcan las virtudes de los pobres, como privar por completo a los ricos de los defectos demasiado humanos por amplias que sean sus oportunidades para no corromperse.


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Sobremorirse. Ver el suicidio en toda muerte, como si uno mismo se retirase del escenario desde un lugar preexistente donde se actúa más acá de la voluntad.

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Alegrarse por el nacimiento de un niño es celebrar por anticipado sus exequias.

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Desvanecidos. Cuando la huesa sustrae a quienes llama, acaso los vuelve sólo transparentes para los vivos, como secuestrados en un vacío inmediato desde el que ya no logran ser vistos ni aciertan el modo de comunicarse.

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Toda inteligencia balbucea ante la evidencia que la desafía a pergeñar conceptos en cuyas órbitas la opacidad de la apariencia reemplace a la cegadora epifanía de la certidumbre.

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El mesurado pierde la sobriedad confiándose a la alegría de recuperarla; el perdulario, en cambio, desea extraviarse en la ebriedad por el temor a reencontrarse en la encrucijada inicial. La diferencia entre ambos tipos no viene dada por la propensión al vicio —también hay vicio en mantenerse sobrio e incluso una soberbia adicción a la abstinencia—, sino por el camino escogido para desubicar la angustia intrínseca entre la desubicación de los demás.

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El temulento frente al espejo. No me pelearé contigo mientras esté bebido porque pensarías que el alcohol es responsable de esta sincera aversión que sólo he podido acunar en la serenidad.

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Autos de fe. Nada execrable hay en la decisión que conduce al arduo y en verdad lúcido dejamiento a partir de la renuncia a toda esperanza redentora, salvo si el dictamen lo emite quien se resigna a los sortilegios de la acción para transformar la mazmorra del mundo sin desertar de su condición de cautivo. En el primer caso, se procura la desaparición del curso fáctico mediante el desasimiento interior; en el segundo, se fecundan disturbios con embriones de desesperación.

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Sexo platónico. Hacer que los cuerpos hablen con lo que nadie ha dicho para que se entiendan por entero y siempre, de una vez.

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Un fosco principio de amor postula que el amante aniquilado con el pensamiento tendrá larga vida en el sentimiento.

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Zambulléndome en el agujero insaciable de una vagina, los abismos de mi alma descansan durante un intervalo beatífico con el sosiego de saberse impugnados por otro abismo mayor.

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Lo más imperdonable de la plutocracia no es la promoción de desigualdades económicas tan acusadas que llegan a lacerar la sensibilidad del menos dispuesto a la nivelación, sino la indiscriminada forma con que puede elevar a cualquiera, por mediocre que sea, hasta los puestos más prominentes.

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¿Cuántas veces habrá de comprobarse que fabricar soluciones integrales para los problemas recurrentes del ser humano equivale a asesinar su reserva más activa de espiritualidad? El alma palpita en los escollos y desfallece en la lisura.

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La mayor flaqueza cometida por el ateísmo está en haber preferido que los hechos se avengan con la fracción vulgar de una aparente literalidad en detrimento de una ciencia literaria de los mismos. Más que por amor al conocimiento científico, el ateo presenta el origen de las ideas religiosas como una sublimación freudiana de la naturaleza por su falta de criterio para intuir en la trabazón de los procesos naturales la presencia metafórica de una divinidad de la que él mismo está contaminado.

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Génesis por conmoción. Del padre Virus y de la madre Mona, no es de extrañar que naciera el hijo Percance...

El memorable capirotazo de Zhao Fang se titula Fist Power Series 9A.

16.4.14

METAPLASMO

¡Oh, amar lo que no existe, lo que sabe que no existe, lo que sabe que nosotros sabemos que no existe, oh, qué extenuante dulzura!
Giorgio MANGANELLI
La ciénaga definitiva

Por una especie de efecto Coriolis de la premonición, anticipo que la finadera vendrá a buscarme desde su ignota proximidad en una carroza de majestad bituminosa, como tinta coagulada de Kraken, haciéndose encomiar por los bríos sin relinchos de un percherón con seis pares de cascos a las órdenes del jaque muy mate procedente de una inteligencia que dejará una pincelada lacónica de su resuello, perfectamente innecesario, sobre las crines voltaicas de la bestia y el encañonamiento de sus ojos extirpados. ¿Qué ringlera de complicidades esconderá para darme a circunscribir el misterio? ¿A qué alturas pretende proyectarme para hacerme caer? ¿Será una forma de juicio para examinar el peso de mis faltas por la profundidad que produzca el impacto?

Una vez detenida la diligencia, alguna portezuela insinuará por la segunda opacidad de una rendija jubilosa el desfiladero de un horizonte enroscado a una narguile con la máxima suntuosidad que puedan incubar mis futuros desiertos de cenizas. Antes que objeto deflagrador de paraísos sintéticos, el hospitalario artefacto se diría animal de lujos inmundos, un fabuloso anfibio agazapado para contener la enormidad de un volcán contra las nociones usuales del espacio y cuya epidermis salamandrina, sudorosa de petricor y nerolí, envolverá la mixtura justa a la que acudiré en los aliviaderos que habré de germinar entre los asaltos dirigidos a mis pasajeras huríes —¿para qué contarlas si son de cuento?—, hembras de facciones cambiantes a impulsión del deseo que me entregarán la seda de sus telepatías bajo los no menos tersos protocolos de lascivia. Desempeñaré todo el vórtice que un hombre puede sacar de sí para sentirse justificado mientras perpetra el eclipse de las evidencias, y nada me impedirá martajar un sentimiento que estime la nobleza del verdugo inversamente proporcional a la de la víctima hasta que ambos acuerden derretir sus densidades en una cópula autolítica donde, quizá, consagren con sangre el acto de revesar sus agonías en la misma fatalidad.

Eternamente vieja, siempre iterativa, la idea de tales despojamientos me resulta querida: aceptar el destino sin esperanza, sin culpa y sin miedo es hacer propia la libertad que cabe dar por perdida con verdadera ilusión.

Wallpaper de Yusuke Katekari.

13.4.14

LAS REFINADAS

Todo es fantasía, menos la muerte.
Ramón GÓMEZ DE LA SERNA
Los muertos y las muertas

Comenta Alfred Oldshroud, antropólogo especializado en el estudio de los ritos funerarios de los pueblos extintos del Mediterráneo, que las inscripciones pertenecientes a los antiguos tripanos, moradores de lo que después se grabó en la historia con el nombre de Lesbos, revelan tal escasez de mujeres en la isla y regiones cercanas, que se aceptó la práctica de contraer matrimonio con las difuntas de aceptable presencia, a las cuales se sometía a un laborioso proceso de taxidermia mediante ceras, aceites aromáticos y plumas embuchadas de diferentes densidades que conferían flexibilidad a las carnes yertas gracias a una técnica hoy desconocida cuyas bondades, hemos de suponer, permitían gozar de caricias con zurcido a modo de muñecas hinchables. Toda vez que allí se conceptuaba que la muerte exonera al cuerpo carnal de las componendas legales de los vivos, como puedan ser las relativas al estado civil, fueron los familiares directos, y a menudo los propios viudos, quienes negociaron las condiciones de la entrega póstuma al aspirante a cónyuge, operación que revalorizaba contra cualquier frigidez un recurso naturalmente precioso. Según especula el autor mencionado, la decisión de casarse había de estar instituida como un privilegio femenino, pues no se explican entonces las circunstancias que empujaron a establecer duros castigos destinados a frenar el auge de los uxoricidios cometidos por hombres más interesados en acceder a las ventajas de traficar con un cadáver que en retener el calor de su consorte, salvo que estuvieran en el riesgo constante de ser abandonados por las siempre cotizadas esposas.

A punto he estado de escoger Serpentarium de Diana Dihaze, pero como prefiero no reincidir con los artistas, el presente ferrotipo de Ed Ross tiene aquí su estrado.

11.4.14

BOSTEZARIO NICTITANTE

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día.
Franz KAFKA
El silencio de las sirenas

Mis locuras brotan de la saludable reacción que me inspira cualquier manifestación tenaz de normalidad.

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Donde la ley se reblandece ante el abuso, campa la tiranía con la misma desfachatez que donde su génesis y aplicación se han vuelto incuestionables.

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En un mundo gobernado por los peores, los abismos se hunden hacia arriba.

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Todas las verdades a las que podemos conferir un margen de validez se resumen en las fisuras epistemológicas que recusan los procedimientos considerados válidos para la confección de verdades.

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Siempre se podrá alegar el poderoso argumento de la belleza en defensa de aquello que no tiene razón de ser. Privadas de esta hialina apologética, nada explicaría el respeto persistente que consagra a un elevado número de obras artísticas cuando nadie ignora que han servido a fines e idearios feos hasta lo imperdonable.

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Los milagros no existen; el milagro es creer que existimos.

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No hay motivos respetables para que dudar de lo necesario sea innecesario.

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El culatazo. No escondas tus sentimientos cuando la ocasión los avive ni te valgas de sus vehemencias para avasallar. Lo primero es un gesto de loable franqueza; lo segundo, el excedente de una afectación que aborta la oportunidad del trato, salvo la indispensable para ganarse duraderas enemistades.

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Para quienes ejercemos un intenso estímulo de admiración o de aversión, no es extraño que acabemos asimilados a las profusiones de su emotividad como un semidiós o como un semidiablo. Tampoco nuestros progenitores, y desde luego con mayor dificultad aquellos a los que nos unen otros vínculos de parentesco, conocen las proporciones más ajustadas a nuestra arquitectura interior. Sólo los amigos a los que sabemos en recíproca conexión pueden mirarnos como lo que netamente somos tras la máscara indeleble de lo que nos hemos resignado a parecer: ángeles despeñados en el absurdo desde la desmemoria metafísica de nuestros yerros o culminaciones.


A cada cepo su alimaña. La catástrofe es una herida que abre el alma de par en par a cualquiera dispuesto a la bajeza de vulnerarla, un acto no por vil menos frecuente que también es aprovechado por quienes se exhiben desvalidos a la espera de capturar a los desaprensivos que acuden a cebarse en el lamento.

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«La vida es un bosque de símbolos» (Baudelaire), una maleza de sueños donde un anónimo enredador de fantasías parlamenta con el durmiente por medio de signos de invocación que lo sepultan en un más acá lejano del que nadie es capaz de escapar. Los recursos metamórficos de este lenguaje difuso trazan los límites imaginarios de nuestro mundo, en los que un sujeto clarividente llegará a vislumbrar la sintaxis de un modo inteligible no tanto por lo que crea leer, como por su intuición para saber hasta dónde confiar en una gramática que bromea, de verdad, con toda clase de mentiras.

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Efecto bumerán de las pasiones. Quien deja a otra persona nunca la aleja de sí.

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¿Cuál es el pensamiento que te vacía los seminarios de raíz? A él debes dedicarte con esmero hasta que no quede rastro de él, porque de todas las dovelas de tu catedral, ella es la clave que la derriba y no la puedes ocultar.
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Todos, hombres y mujeres, nacemos como violadores de matrices y morimos violados por los matices que se resisten a desaparecer.

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La benevolencia moral depende de la potencia del sentimiento, no de las creencias, que muy al contrario suelen constatar la indigencia de juicio que las respalda.

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No puedo censurar la buena fe de otros sin poner en evidencia las malas intenciones que no poseo.

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Maquiavelo con solideo. La moral que se empeña en oponerse a lo que aprueba la sensibilidad de una época sólo puede triunfar averiándola con una desmesura que favorezca su vocación correctiva.

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Para reacciones consabidas, los alardes de cinismo y doble moral que los católicos esgrimen cuando la mierda los salpica: no les tiembla el pulso en descalificar los hechos históricos como caricaturas, a la vez que conceden valor documental a la literatura bíblica e insisten en buscar en ella pretextos para dotarse de la autoridad intelectual que por soberbia fanática se niegan de entrada a sí mismos.

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La sufrida fe del dudoso, tan inquieta como la del converso, es el foco de actividad del que más debe alejar su confianza el cabal, pues quien sostiene la empresa de sus creencias desde la flaqueza de miras tiende a obstinarse en demostrar, caiga quien caiga, la integridad que le falta.

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Garbo y parresía de la condenación. Si he de ser incinerado a sus ídolos anodinos, habré de esforzarme por conseguir que se me acuse de todo lo que pienso con intachable precisión. ¿Puede alguien proporcionarme una causa más digna para animarse a cuidar de escribir con propiedad?

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La secreta impudicia de los píos. Nunca está de más hacer notar a cuantos se precian de bien pagados por su credo que moralidad significa gobernarse por principios calibrados por uno mismo ateniéndose a ellos como la piel se ciñe a la carne que lustra y guarece, un órgano demasiado desconocido para el moralista que necesita acudir a doctrinas prefabricadas con las cuales cubrir su carencia de valores sentidos como propios o, aún peor, para aportar como moneda fiel su nula voluntad espiritual para labrarlos.

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Aunque el mal uso de la libertad suponga un razonamiento birrioso para desacreditar la soberanía individual, nuestra especie nunca se privará de inquisidores pendientes de la menor infracción a la pauta para elevar en varias octavas las censuras regurgitadas desde su púlpito, sea este la mugrienta barra de una tabernilla de barrio o la flamante columna de un mentidero de gran tirada: abundan los lugares donde los endebles pueden abrir sin escrúpulos la espita de sus miedos fermentados con el deseo, normalmente maquillado, de ponerle cerrojos al campo ajeno. Más les valdría percatarse de que al denunciar contenidos inapropiados incurren en el ridículo de anunciarse a sí mismos como contenedores estrechos, y si lo que anhelan es que la variabilidad de usos que implica la libertad esté prescrita al objeto de impedir los irregulares, molestos, injuriosos o divergentes, conviene advertirles que el diccionario cuenta en su haber con un vocablo adecuado a la medida de sus aspiraciones: despotismo.

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La grandeza de un hombre arrojado a su sino estriba en el nivel con que reencarna los problemas que la condición humana plantea y ninguna existencia puede resolver. Para quien no está llamado a personificar este drama inherente, abandonarse a la ración cotidiana de embrutecimiento resulta tan providencial como una ceguera selectiva.

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La rima no se establece en el verso, sino entre el inconsciente del poeta y el del lector, convertido gracias a este ardid en el segundo autor de sus musas. Para bien o para mal, para recuerdo u olvido, la obra no depende de su creador tanto como él quisiera.

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El escritor pretende que su estilo capte la pureza semántica de las ocurrencias que las palabras mutilan por necesidad, pero así como es necesario recibir poderosas influencias para superarlas, el auténtico ingenio debe aprender a prescindir de la armadura de su elegancia con una gracia mayor.

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Miserias del cripticismo y de la transparencia. Extraordinarios, y en verdad raros, son los autores que no enturbian los cauces de sus ideas para provocar en el público la impresión de ser más profundos y originales de lo que son, pero encuentro más escasos a los que se resisten a trasvasar aguas más puras a sus canales para aclarar el lodo que no pueden despejar con talento.

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Entre lo que uno quiere expresar y lo que realmente da a entender, trisca a sus anchas el genio deturpador de las indeterminaciones.

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Luce mejor mientras dura la lucidez compartida, y si es longevidad lo que no le sobra, tendrá en sus cómplices un vestigio sincero de lo que dio de sí antes de encogerse... tal como sabía.

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A un mismo impulso cognitivo pueden corresponderle múltiples ideas, entre las cuales no es anómalo que se produzcan tensiones y antagonismos. Saber manejarse con ironía es el cortejo que la experiencia entabla con la inteligencia y una actitud crítica sin la cual los pensamientos más dispares que la animan brillarían por su incoherencia.

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Mucho se desvirtúa quien entiende como un defecto volverle la espalda a la sociedad que subsiste a costa de humillarnos por la cara.

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Entraña una pérdida de tiempo indecorosa prestar atención a todo aquel que no pueda renunciar de un tajo a sus promesas; a todo el que no esté vencido para prometer, honestamente, que nunca prometerá.

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Desenterrar el hacha de guerra o enterrarse vivo. La agresividad, hogaño tan enfermiza por la pésima guía, extremada en el negocio bélico, a la que ha dado paso la pérdida de su función civilizadora, ha sido tradicionalmente una bendición para los pueblos que no aceptaban doblegarse al invasor ni a las coerciones de la clase dirigente; gentes que sin ser conscientes de ello la empleaban por instinto como un recurso neguentrópico que ayudaba a mantener su sistema social saneado de violencias innecesarias. No se trata, por tanto, de exacerbar a los habitantes hasta convertirlos en asesinos programados o en pasivos cómplices de pogromos televisados, sino de recuperar la vía para hacer que el soldado que habita en todo hombre se purifique como un guerrero responsable, apto para el reto de soportar adversidades que ahorren estragos a quienes ha jurado proteger y radiante por haber elegido defender con su sangre la libertad irrenunciable que identifica con el espacio que ama.

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Especiales por cuenta ajena. No debería preocuparnos como una merma de autenticidad la ingente cantidad de materiales ajenos que forman parte esencial de nuestro ser. Si se asume que por cultura y por natura, por socialización y por linaje, somos insaciables replicadores, tener personalidad deja de formularse como un ejercicio de ostentación para descifrarse como un proceso creativo que desafía a ir transformando de modo particular las influencias cuyo encanto y utilidad las hagan merecedoras de anidar en nosotros.

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Consuelos de consola. El humano necesita de ficciones loables para encarar con solvencia las verdades incómodas, de eco irreductible, que debe traducir desde la soledad de su conciencia desnuda, desanudada. Lejos de pertenecer a esta categoría, la mayor parte de las ficciones a las que recurre la masa son burdas distracciones que extienden pantallas alrededor del cautivado que se funde en ellas con un sentimiento de satisfacer su exclusividad idéntico al de todos los demás.

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No vive su vida quien no la sentencia a un escrutinio constante; su sentencia es ser vivido por ella.

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El pensamiento suele gestarse como una respuesta inmunológica a una agresión abstracta; cuando no es alumbrado de este modo, se queda en el sarpullido de un cigoto.

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Todo lo que colma, hastía; nada de lo que hastía, colma. Desperdigados entre la inanidad de los propósitos y la eficacia puntillista de la voluntad resuelta en el acto, comprendemos por la escisión del criterio que somos a cada instante un sucedáneo de lo que somos.

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La propia noción de lo fallido hace su pontificado sobre el acierto ajeno.

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Tremendismos. La humana tendencia al absolutismo (en lo político y en lo moral, en lo afectivo y en lo sensorial) solamente puede ser contrarrestada desde otro absolutismo fascinado por la arrogancia de no tomarse en serio a sí mismo.

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Poca estima se reconoce el que estima al otro respetable por lo que tiene de humano y no por aquello que lo distingue como individuo.

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Quien se excusa por lo que hace se rebaja por lo que piensa.

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Es más fácil perderle el respeto a la ternura de quien nos quiere que al insulto de quien nos agravia. Ténganlo presente antes de afirmar concluidos sus coqueteos con la vanidad.

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¿Qué tienen en común la virgen Scheherazade, el viejo profesor Farâma y el misterioso Keyser Söze? Están en graves aprietos, el poder instituido los tiene acorralados y hablan para despertar la fascinación de sus interlocutores porque la astucia constituye su última baza para eludir el cadalso. Pienso en ellos no sin experimentar cierta semejanza de fatalidad por los años que llevo construyendo subterfugios verbales contra mis oponentes, aunque a diferencia de estos avispados personajes yo mismo soy presa y perseguidor, dualidad que me permite combinar los atolladeros del juego con la previsión de una ventaja adicional: si desistiera de darme caza, me abatiría.

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Para el obituario. Sé muchas cosas que no importan a nadie y son más las que ignoro que importan a todo el mundo. Del disparate de la vida puedo corroborar lo mismo que de un compromiso familiar ineludible: no me siento con arrestos para rehusar, pero antes de cumplirlo debo convencerme célula a célula, algo que casi nunca he logrado...


En el enigma, miniatura procedente del manuscrito De rerum naturis de Rabano Mauro, erudito medieval nacido en Maguncia que quiso imitar con su actitud enciclopédica a Isidoro de Sevilla, el autor de las célebres Etimologías.

6.4.14

PALABRA DE DON SUYO

¿Si ya no se tratara de oponer la verdad a la ilusión, sino de percibir la ilusión generalizada como más verdadero que lo verdadero? ¿Si ya no hubiera otro comportamiento posible que el de aprender, irónicamente, a desaparecer? ¿Si ya no hubieran más fracturas, líneas de fuga y rupturas, sino una superficie plena y continua, sin profundidad, ininterrumpida? ¿Y si todo ello no fuera entusiasmante ni desesperante, sino fatal? 
Jean BAUDRILLARD
El otro por sí mismo

No soy lo que escribo ni el que así, por transmisión textual, a ráfagas sintácticas se describe, sin que esta discrepancia elemental suponga menoscabo para promulgar, como ahora, la objeción al orden discursivo que abre y cierra el paréntesis editable de mi elocución; tampoco soy lo que pienso ni estoy sujeto en el acto intercalado a la contingencia del pensar, y cuando dirijo el pensamiento desde su cabeza hasta su cola pronto dejo de discernir si pienso o soy pensado o la sustancia aparente, condensada en el pronombre que acostumbra a precederlo, se disipa conjugando, fuera ya del román paladino de mi madre, una terra incognita donde lo objetable y lo sujetable van uncidos a la función que algunos quisieran limitar al cuerpo coherente de la obra; una obra que puede evaluarse racionalmente como el establecimiento definitivo de un espíritu, y por ende su coartada y desde luego su incriminación, o también, tirando por la marginalidad, como el horizonte improyectivo, exento de teleología, hacia el que una corriente de ensayos y borradores sucesivos, de pruebas y recursos provisionales de identidad, se desarrolla a partir de una perspectiva mutante, ajena a la producción de una verdad que no sea, a la vez, su contrafigura, un punto suspensivo de fuga que entable por mor de entendimiento la disyunción del propio sí mismo. Hay momentos en los que todas las percepciones y certezas aprendidas valen solamente para ser transgredidas: saltos decisivos más allá de la cordura y de la locura mediante los cuales uno necesita traspasar el lienzo de todos los espejos donde se ha mirado para seguir contemplándose.

Poco puedo anunciar hoy desde esta autoría que se desbrida a través de mí como una estructura social autocentrada, permeada por una población de irreductibles singularidades intracraneales con las que, quiéralo o no, me distancio variablemente de los paroxismos culturales a las que por conveniencia moral y demarcación jurídica se le asigna la categoría indivisa —aunque decapitada— de la persona; baste saber que hoy, como no me voy a evitar decir, si la vida tuviera sentido me sentiría terriblemente decepcionado.

A cargo de pincelar sugerencias, Yolanda Dorda con un óleo sin título fechado en 2011.
 
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