29.8.06

COAUTOR

Nos conviene aprender a narrar porque en el último episodio consciente, en el momento crucial de entregarnos al monopolio del misterio que es la muerte, hemos de proyectarnos el guión de nuestra vida y en función de cómo lo hagamos (téngase en cuenta que todas las fuerzas crepusculares del universo pugnan por deformar la historia en su propio provecho) el trance final se resolverá en un sentido o en otro: cielo, infierno o quizá sólo un purgatorio abstracto por definir.

Fuente: Retablo de pesadillas. Inédito. 2005.

ANTE TODO PARA NADA

Lavinia Fontana, Retrato de Antonietta Gonsalvus
En su correspondencia secreta con el jacobino Marat, que ha sido desclasificada recientemente por un prestigioso servicio de inteligencia tras dos siglos y pico de incomprensible destierro histórico, comenta el erudito de primer orden, polígrafo metido a bandolero, ateo consumado y reo por subversión antiborbónica Francisco Acaso, marqués de Valdenoche, que «hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como le sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín». Pues bien, dos días antes de que llegara a mi poder el documento citado, soñé que pronunciaba un discurso ante una multitud exaltada que concluía con estas palabras: «En definitiva, hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como le sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín». De la asombrosa coincidencia o premonición pasé a una perpleja incredulidad cuando varias semanas después, mientras examinaba unos papeles de mi bisabuelo Román Peregrino, encontré anotada de su puño y letra una postal que, para mayor realce de mi conturbación, reproducía el famoso grabado de Goya donde un durmiente es acosado por los monstruos de la razón mientras por la otra cara se podía leer: «Si algo he aprendido en mis prolongadas vigilias es que hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como le sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín». Sin embargo, el hallazgo más inquietante estaba por venir. Era necesario que ocurriera y así fue: reportaje en televisión que reconstruye algunos pormenores de la vida íntima de Sadam Hussein antes de su caída. De los personajes que son entrevistados, un diplomático pone el acento en un comentario al que era asiduo el tirano derrotado: «En la vida se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como le sucede a la mayoría, se puede nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín».

A veces no es posible resistirse a la idea de que la mano juguetona del destino orienta las situaciones más dispares para dotar de significado las experiencias que, tomadas de forma aislada, resultan banales, nefandas o absurdas. Otras, no es posible deducir la clave de los sucesos que nos involucran en una suerte de espejismo existencial, ni tampoco hay medio de averiguar si nuestros actos están programados para producir simetrías en el tiempo. El marqués de Valdenoche, mi bisabuelo, Sadam, yo y quién sabe cuantos más, ¿formamos parte de un mismo hilo conductor? ¿repetimos sin ser conscientes un mensaje que atraviesa inmutable las edades con rumbo y origen indefinidos? O, por el contrario, ¿existe alguien con capacidad para saltar sobre el curso del tiempo a quien se pueda atribuir la autoría de esta idea, alguien que pueda ser a la vez emisario y receptor de un texto que utiliza vías de transmisión basadas en puentes cerebrales? En tal caso, ¿obedece a este motivo el silencio que se impuso a los escritos del marqués de Valdenoche, la desaparición de mi bisabuelo en circunstancias nunca aclaradas, el tesón en la caza y captura de Sadam Hussein? ¿Qué encubre o cuál es la verdadera relevancia del pensamiento que formulamos como voces pasivas una serie de personas que nunca hemos tenido posibilidad de comunicarnos entre nosotros? Hubo una época en que creí, con Borges, que la historia de todos los hombres correspondía, en realidad, a la biografía de un solo hombre empeñado en poblar de retratos fingidos su soledad inmensa. Posteriormente estuve tentado de extraer ciertas conclusiones -por lo demás, indemostrables- esbozando un método de localización sistemática de fallos en la realidad a partir de datos inconexos que parecían violar los preceptos fundamentales de las leyes físicas y del conocimiento humano. Tal vez por comodidad frente a la acumulación de incertidumbres me habitué a pensar en el sentido metafísico de mis propias fisuras sensoriales. De este modo, si me sorprendía el fogonazo de una reminiscencia o me tropezaba con un presentimiento cumplido, lados ambos de un único fenómeno, me tranquilizaba más o menos así: «No pasa nada, sino que la percepción reproduce la fatiga cósmica que supone acuñar eternamente formas en la materia de la que estamos hechos». Se podría decir que reconciliaba la lucidez y el escepticismo con la flexible apertura a lo inminente desconocido. Me equivocaba, ahora lo sé y, por supuesto, sigo sin poder demostrarlo. No en vano, hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como nos sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín.

Fuente: Retablo de pesadillas. Inédito. 2005.

17.8.06

PEREGRINATIO VITAE (Una historia plurisingular)

Tomás Sánchez, Contemplador del blanco
Iba buscando una primera edición del cómic El sueño de Mastorna porque, en realidad, ya me había resignado a dar por perdido el hallazgo de un libro que me traía descerebrado desde hacía algunos meses: Arcabuz, de fray José de Orozco y Quirón, un esforzado aventurero manchego de la segunda mitad del siglo XVI que llegó a ser el cronista oficial de un corsario japonés autoproclamado Emperador de los Mares del Sur gracias al poderoso argumento de una flota guerrera con más de veinte navíos a su entero capricho. El caso es que entre libros raros, pesquisas infructuosas y piratas envueltos en una atmósfera legendaria, aquella noche la digestión de tan eximio material imaginario tuvo a gala otorgarme uno de los sueños de mayor realce que recordar puedo.

Me gustaría describir quién y por qué, pero en el sueño alguien cuyos rasgos se me borran consiguió inocularme el virus del deseo al mencionar una especie de relato ilustrado de contenido mutante que era preferible no encontrar en prevención de su poder para mimetizar al lector con la trama de lo narrado. ¿Estaba ante un síndrome hipnótico inducido a través de una fusión magistral de palabras e imágenes o inmerso, por el contrario, en la gestación de una futura leyenda urbana? Del título, autor y características de la impresión nada supo decirme, salvo que quienes estaban al tanto lo llamaban Soy real articulando un susurro casi reverencial. Como es natural, automáticamente quise rastrear los hechos relacionados y llegar a despejar el presunto misterio lanzándome al abismo si lo hubiera. No descarté la posibilidad de que todo se limitara a una sibilina operación de mercadotecnia para estimular las ventas de un producto editorial, de la misma manera que tampoco pasé por alto el apetito de vana trascendencia que suele ser responsable de los apasionados cortejos entre realidad y ficción, como en su día ocurrió con el resbaladizo Necronomicón de Lovecraft, e incluso con el descabellado Holy Writ - Bombay donde se decantaron las infinitas páginas que Borges metamorfoseó en libro de arena.

A continuación... no lo sé. Mi memoria es de una exactitud siempre irregular y mi imaginación, últimamente, más torpe que perezosa para compensar las carencias de aquélla. Demos, pues, un pequeño salto en el sueño y situémonos en el interior de una mansión habitada por una vieja pareja de guardeses cuyo conocimiento del propietario se limita al nada roñoso giro postal que puntualmente les envía recordándoles su única obligación: «Mantengan limpia la casa. Bajo ningún concepto abran la puerta de acceso al ala izquierda del edificio. Gracias por su fidelidad». En tales circunstancias, lo que el dueño del inmueble esperaba es que abrieran esa puerta a toda costa. Por alguna oscura razón, le interesaba provocar una irrupción de curiosos en la zona prescrita de la casa sin mermar el tacto furtivo de la acción. Lo que quizá no estaba previsto es que los guardeses, habiendo desentrañado durante la primera incursión los propósitos brumosos de su jefe, decidieran intervenir de un modo nada previsible en la historia para darle, no sé si por encima de sus propias expectativas, un rumbo completamente surrealista. Encerraron en las múltiples habitaciones y saloncitos del ala izquierda a un pobre demente que recibió el curioso apelativo de El Merodeador. Nadie, salvo ellos, conocía la existencia de tan infausto secuestrado, a quien mantuvieron aislado durante varios años con una alimentación indigna en la que no faltaban frecuentes dosis de poderosos psicomiméticos. Poco después, hicieron circular el rumor por los cauces de sugestión adecuados y los morbosos visitantes no tardaron en acudir al reclamo de los pánicos, ramillete de billetes en mano, para presenciar lo que suponían un espectáculo atroz cuyo desarrollo, en cambio, terminaba por convertirlos en protagonistas súbitos de la matanza. El dinero mudaba presto de siervos y los testigos desaparecían profiriendo gritos inaudibles de auxilio, con lo cual también mejoraba el aporte proteico suministrado al cautivo. Y es aquí donde entro yo propulsado por un soplo de intuición que identificaba al inquilino paranoico o Merodeador con el encargado de custodiar un volumen de Soy real, mi tentación motriz.

Si saben lo que es el miedo en estado puro, comprenderán que evite trasegar detalles. Atravesé el umbral de la puerta. La primera impresión estaba dominada por un hedor acre que alimentaba asociaciones perturbadoras. La luz era escasa y la temperatura del lugar demasiado caldeada para poder pensar con fluidez. El mobiliario parecía estar en orden y cubierto de polvo como única nota discordante. Sospeché que El Merodeador era un señuelo de los guardeses, verdaderos artífices del macabro negocio. Fue entonces cuando lo oí al otro lado del tabique, en el recinto contiguo. Coagulado hasta el tuétano, sentí el pronunciamiento de mi sentencia de muerte al tiempo que me enredaba con el hilo de la percepción. Era probable que me hubieran drogado. Quizá estuvieran grabando las escenas preliminares de una snack movie. Busqué cámaras ocultas en vano. Una pintada escrita con heces me inundó la vista YO SOY EL DUEÑO multiplicándose por paredes y techos. Debí suponerlo. ¿Estaría dispuesto a cooperar? No me entretuve en averiguarlo. Ventanas cerradas a cal y canto. Pasillos rebosantes de materia en descomposición. La escalera de una buhardilla. Logré escapar. No quieran saber de qué manera, pero la fuga me costó la amputación parcial de una pierna y una lesión permanente en el brazo. Aligero el verbo por no estragar el gusto, que más aprovecha la idea en su justa porción que un enfadoso pormenor dilatado. Por cierto, el ejemplar de Soy real no estaba allí; me lo proporcionó, sin embargo, uno de los enfermeros que me atendió en urgencias. No tuve fuerzas para interrogarlo. Entre el aturdimiento y la recuperación, dejé pasar varias semanas hasta que me atreví a emprender la lectura. La historia, compuesta según el patrón de un guión gráfico, daba comienzo el día que pretendía consolar con El sueño de Mastorna la dificultad de hallar Arcabuz, y concluía con una viñeta que mostraba el instante preciso en que abría las páginas de Soy real reclinado en la cama del hospital. Nada de lo descrito se iba a mimetizar con los hechos porque todo sucedió como estaba previsto.

Fuente: Retablo de pesadillas

CARNE POR PUNTOS

Alfonso Ponce de León, Autorretrato (accidente)
Así es, carne, que no carné, por puntos. Carne computable en cunetas y recuentos estadísticos, en camas de hospital y partes de accidente. Carne recurrente, difundida y celebrada en la victoria mediática de los telediarios y las campañas en plan Pilatos de la Dirección General de Tráfico con su «no podemos conducir por ti». Carne maltrecha y suculenta en las cifras crecientes de las entidades financieras y en la morgue instrumental de la probabilidad más tozuda.

La velocidad de crucero en los desplazamientos, antaño viajes, por las carreteras españolas ha disminuido significativamente en lo que va de verano desde la entrada en vigor del carné, que no carne, por puntos; los voceros del régimen nos aseguran que son muchos menos los caídos en la guerra absurda por llegar cuanto antes al lugar de trabajo o de vacaciones, que hoy día vienen a ser categorías de una misma entelequia. Lo significativo, sin embargo, es que nadie se encarga de divulgar el hecho de que al haber más coches matriculados en circulación la frecuencia de accidentes es mayor, aunque tomado el resultado final arroje menos sentenciados a muerte por la crudeza elocuente de los errores matemáticamente previsibles. Como es obvio, al reducir uno de los principales factores de riesgo, la velocidad, también lo hace la mortandad neta. Pero esa no es la cuestión digna de ser diseccionada por un examen crítico, pues si los poderes públicos quisieran realmente aminorar los daños producidos por los siniestros in itinere disponen de sobrados recursos para imponer a las factorías automovilísticas la implantación en serie de unas cuantas medidas preventivas, eso que los expertos y profanos reconocen como elementos de seguridad pasiva: abs, tracción integral, airbag, refuerzo del habitáculo y, lo más importante, limitador de velocidad a la máxima permitida. En profundidad, debería cuestionarse nuestro actual modelo de transporte, que en sí mismo corresponde a un estilo de vida vertiginoso y sincopado, señalando la necesidad de prescindir de algunos valores consagrados por la tradición económica occidental a cambio de un ocio mejor concebido. Como ello supondría oponerse a los reclamos de la lógica del mercado, que exige siempre márgenes más amplios para el incremento constante de la producción y, en consecuencia, de su eterno títere el consumo, los coches, al igual que las personas, deben romperse a conciencia para que un largo repertorio de industrias asociadas puedan seguir prosperando, pero deben romperse bajo la exclusiva responsabilidad del usuario, que para eso va esposado al volante y a los pedales. De persona a conductor, por tanto, ha tenido lugar un descenso de nivel: se ha pasado de ser presuntamente inocente a ser un culpable virtual, esto es, próximamente culpable o culpable potencial mientras no se demuestre lo contrario; un sujeto no ya de derechos, sino de conducta sospechosa que lo convierte en objeto permanente de interrogatorio y análisis, incluso sanguíneo. ¿A quién beneficia esta situación además de las grandes empresas del motor, de los conglomerados sanitarios y de las compañías aseguradoras? Afán recaudatorio por parte del Estado, cuyo volumen de ingresos en concepto de sanciones no es nada desdeñable, así como mantener un clima de intimidación social en las zonas despobladas, es decir, en la inmensidad de territorios de paso entre los núcleos de población mediante dispositivos de control de carácter marcial: cámaras ocultas, radares, helicópteros de rastreo y la omnipresencia de soldados leales a la Guardia Civil, cuya proporción en relación a la masa de habitantes no ha dejado de aumentar de manera evidente en los últimos años.

Carne y carné por puntos; puntos que apuntan a todo lo que despunta: ¿quiénes son los verdugos?, ¿quiénes los condenados?

16.8.06

NOTAS PARA DIVIDIR LA HUMANIDAD



MORAL DE SIERVOS

1. Entiende el sufrimiento como un castigo y lo exhibe para suscitar pena.

2. Teme en privado a la autoridad y en público la venera.

3. Prefiere delegar sus decisiones en otro y, en su ausencia, las remite a la norma.

4. Mantiene los hábitos que le han inculcado.

5. Su seguridad depende del orden establecido.

6. Se acomoda a la rutina y huye de lo desconocido.

7. Siente deseos de mandar para vengarse de sus rivales.

8. Se valora a sí mismo según lo útil que pueda ser a los demás.

9. Necesita estar acompañado para tener estímulos.

10. Todo le angustia porque siempre tiene miedo.

11. Insomnio.

12. Productor de vítores y aplausos.

13. Se cree grande cuando forma parte de algo multitudinario.

14. Vive para trabajar.

15. Considera sus actos como un juicio constante.

16. Asume que los derechos son regalos y los deberes sagrados.

17. No sabe qué hacer con su tiempo libre y, en consecuencia, lo condena como agente de corrupción.

18. Odia estar parado porque le obliga a pensar.

19. Religioso, tendencia al fanatismo.

20. Ve en las diferencias una amenaza.



MORAL DE VIVIDORES

1. Sufre con orgullo en la intimidad.

2. Cuando no puede ignorar la autoridad, trata de escamotearla con ingenio.

3. Decisiones inspiradas en gustos personales.

4. Crea costumbres.

5. Gana seguridad a medida que se distancia de la sociedad.

6. Mediante las excepciones pone a prueba el temple de su carácter.

7. No necesita ejercer poder sobre otros para ser poderoso.

8. Sabe valorar a los demás porque se conoce bien a sí mismo.

9. La soledad lo incentiva.

10. No se preocupa por nada porque es dueño de su conciencia.

11. Bostezo.

12. Dispensador de ironías y carcajadas.

13. Se siente grande cuando no forma parte de nada aunque ello suponga estar enfrentado a la mayoría.

14. Trabaja (si no hay más remedio) para vivir.

15. Contempla sus actos como el curso de un sueño.

16. Piensa que los derechos se conquistan y los deberes son tributos.

17. Busca el ocio para hacer lo que le place y, en consecuencia, lo exalta como medio necesario para cultivarse.

18. Le gusta detenerse para saborear la inmensidad del instante.

19. Explorador, tendencia a la aventura.

20. Aprovecha las diferencias con curiosidad.

Fuente: A todo trance. Propuestas para salvar la divagación pura y dura. Inédito. 2004.

ANTÍDOTO ANTITODO

Noyatótem
Critico, y no me rindo, la naturaleza humana;
con ello, ya le brindo, el más sincero respeto
que puedo, y no rinde, sino gastos que procuran
tener, si no rendido, al enemigo entretenido.

Fuente: Malogrario. Inédito. 2001.

LA FÁBRICA

August Brömse, Dance
Sobre una cinta transportadora instalada en una cadena de montaje circulan manos amputadas. Numerosos operarios atornillados al suelo por los pies las separan aleatoriamente para pintarles las uñas con alquitrán, pero como tienen el rostro en la nuca no pueden ver lo que hacen y terminan por embadurnarlas. Interviene entonces una cuadrilla de guardianes que unidos por esposas forman un círculo inseparable. Todos tienen las bocas cosidas con manojos de lombrices y, al no poder comunicarse entre sí, sus movimientos comienzan siendo incoherentes, aunque pronto logran coordinarse en el proceso de retirar a los operarios negligentes para conducirlos, sin apenas resistencia, hasta una hilera de bañeras en las que proceden a cortarles las manos. Los cuerpos de los operarios son cubiertos con restos de uñas mientras se desangran; las manos, enviadas a la cadena de montaje.

Fuente: Retablo de pesadillas. Inédito. 2005.

PREMÁTICA CONTRA CRISTIANOS

Algis Griskevicius

A J. A. Millán, para reavivar la costumbre de tantas pláticas incendiarias

La religión cristiana tiene cierto parentesco con la insensatez, sin que tenga nada que ver con la sabiduría. Si queréis pruebas de ello, observad cómo niños, ancianos, mujeres y personas simples, son los que más gozan con las ceremonias sagradas y religiosas, y cómo están siempre lo más próximos a los altares, elevados, sin duda, por el simple impulso natural. Veréis después que los primeros pilares de la religión, amigos de la simplicidad, fueron acérrimos enemigos de las ciencias. Finalmente, no hay locos más rematados que aquellos que están poseídos por el ardor de la piedad: entregan lo que tienen, olvidan las injurias, se dejan engañar, no distinguen entre amigos y enemigos, aborrecen los placeres, abundan en ayunos, vigilias, lágrimas, sufrimientos y desprecios; desprecian la vida y sólo ansían la muerte. En una palabra: parecen haber perdido el sentido común, como si su espíritu viviera en otra parte y no en el cuerpo. ¿Y qué es esto más que locura?
Erasmo de ROTTERDAM
Elogio de la locura

Providencias cuya adopción recomendamos a todo gobierno que se quiera leal a la nación en vez de fiel abastecedor de valimientos a la obstrucción mental que representa el cristianismo en las sociedades que lo padecen:

1. El reconocimiento de la libertad de culto como un atributo individual se circunscribe al ámbito de las acciones íntimas, por lo que el legítimo derecho a constituirse, reunirse y organizarse como iglesia, secta o entidad religiosa de ningún modo se extenderá al de manifestarse como tales públicamente.

2. Rescindir de inmediato los canales de financiación a costa de las arcas públicas que el enemigo infiltrado mantiene a título de privilegio es una medida de choque que de poco servirá si no se le frena que haga cuna de sus tradiciones para prolongar el embobamiento social al que debe la fuerza de su anclaje popular. En atención a este principio, se resolverá la prohibición absoluta de inscribir a menores en organizaciones de índole religiosa y similares con independencia de si aducen labores educativas, recreativas o de otro tipo. Asimismo, se declarará la nulidad con efectos retroactivos de todas las actas bautismales de quienes no hayan confirmado su fe tras haber alcanzado la mayoría de edad legal. Los afectados por la entrada en vigor de este último precepto gozarán de la consideración de apóstatas pasivos, quedando así restituida la integridad civil menoscabada cuando fueron incorporados en la infancia al rebaño de Dios. El valor testimonial de los registros parroquiales no podrá utilizarse, bajo ningún concepto, como argumento estadístico para consolidar prerrogativas o tratar de recibirlas.

3. Con objeto de impedir que los fanáticos lleguen a constituir una fuerza política relevante, se vetará el derecho al voto a todos los católicos confirmados y, por extensión, a todos quienes se hallen inscritos en una entidad religiosa. Este obstáculo en la participación de los asuntos públicos no debería suponer una gran pérdida para una mentalidad entregada a obras espirituales, sino más bien un estímulo de buena fe para todos los que predican el desprecio de los bienes terrenales como una virtud encaminada a la salvación del alma.

4. Se crearán y activarán las condiciones oportunas para eliminar todo residuo dogmático de la enseñanza pública. En este sentido, las disposiciones iniciales contemplarán los siguientes apartados:

— Extirpación de las asignaturas relacionadas con la doctrina cristiana, así como de sus perniciosos vástagos morales camuflados con el nombre de ética, educación en valores o eufemismos análogos.

— Proscribir de la docencia, sin eximentes, a los miembros del clero.

— Pruebas de revalidación de la titulación académica obtenida en colegios, liceos y universidades regidos por organizaciones cristianas.

5. Prohibición de legar o donar capital y bienes inmuebles a cualquier iglesia, secta u orden religiosa. 

6. Obligación de declarar al erario el patrimonio eclesiástico sin posibilidad de desgravación fiscal.

7. Instauración de un impuesto de lujo sobre todos los artículos, actividades y espectáculos relacionados con la difusión del credo cristiano que lleven a efecto sus organismos y entidades.

8. Habilitación de un cepillo único en los templos existentes con una tarifa mínima que deberán abonar todos los feligreses que deseen franquear el paso. La recaudación correrá a cargo de inspectores nombrados por el Estado y será invertida en usos que mejoren las infraestructuras y servicios públicos.

9. Prohibición de desfilar y concentrarse en la vía pública por motivos religiosos. La colocación en la misma de imágenes destinadas a la idolatría, así como cualquier celebración litúrgica fuera de recintos privados, se castigará con la correspondiente sanción económica y pena de arresto mayor para sus líderes de congregación según la gravedad del caso.

10. Creación de un departamento policial contra la injerencia teológica en la sociedad civil que, entre otras funciones defensivas, podrá servir de foro para dar volumen a las quejas y agilizar las denuncias que puedan presentar quienes hayan sido agraviados por actos imputables a alguna bandería religiosa. La estructura interna de esta unidad especializada se someterá a las auditorias y supervisiones pertinentes con el propósito de habilitar los mecanismos necesarios para garantizar, en todo momento, la neutralidad ideológica frente a derivas totalitarias y abusos de poder más propios de un sistema inquisitorial.

POROSIDAD

Fuerza centrífuga

No me lleva la corriente
ni en vano la combato;
dejo que me atraviese
mientras remuevo el fondo.

Fuente: La herida del Minotauro. Inédito. 1999.

DESARTICULACIONES (Si no me sigues, te persigo)

Haruo Takino
Just Do It!
Lema publicitario (algunos preferirán la palabreja eslogan) de una poderosa marca

Regido por una simetría cartesiana, día sí, día no, vuelvo a ponerme frente al espejo para afeitarme. El minucioso silencio que acompaña a la operación incorpora un duplicado de sinceridad donde se rasuran cuestiones más delicadas...

CONTRA UNO. Desde que usas razón, siempre te has estado haciendo la vida imposible.

POR UNO. Sólo he tratado de vivir sin culpa, hazaña que equivale en el ámbito mental a despojarse de la gravedad en el físico... aunque sólo haya conseguido infectarme con una culpa de mayor calibre.

CONTRA UNO. Eso te pasa porque nunca paras de buscar, porque tu búsqueda es una forma de huir hacia dentro.

POR UNO. Es una forma de salvarme.

CONTRA UNO. De salvarte del encuentro con tu propia búsqueda.

POR UNO. De salvarme de mí. De mí tal como soy cuando estoy entre otros.

CONTRA UNO. Entonces son los otros quienes te atormentan. Quiero decir que pretendes redimirte culpando a los demás de los peligros de tu sombra.

POR UNO. El problema son los demás, pero es un problema cuyas incógnitas se formulan en uno mismo. No se puede prescindir del factor humano.

CONTRA UNO. Luego los culpas.

POR UNO. No culpo. La culpa es una trampa posterior al acto que aparece como una verruga en un cuerpo sano: no sirve de nada y lo afea. Es cierto que la presión social me obliga a tomar conciencia de lo bajo que estoy de mí mediante su entramado de hábitos gregarios acorazados de moral, pero sólo trato de esclarecer el componente extraño que se infiltra en mi destino con la rotundidad de un freno o de un castigo.

CONTRA UNO. ¿Tú me hablas de castigo?

POR UNO. El castigo de la conciencia que sufre porque se siente sobre la conciencia. El castigo de experimentar tanto interés por lo que no comprendo como desidia ante la comprensión lograda que me aleja de los actos, o que más bien les añade un peso incomprensible.

CONTRA UNO. Pero eso no te impide seguir actuando y establecer compromisos.

POR UNO. No me sirve de consuelo: sé que puedo y no puedo dejar de poder saberlo, con lo cual me genero un imperativo categórico. Aun así, procuro relativizar el valor de los hechos cultivando otros campos igualmente vitales pero más discretos. No puedo librarme de lo que hago, sobre todo de no hacer nada, pero soy mucho más de lo que hago y pienso que pensar es tanto como actuar, del mismo modo que actuar es una forma de pensar a través de las consecuencias. No existe fractura entre actividad cerebral y factual, ambos tipos de acción permiten imprimir los deseos más elaborados en la carne del tiempo. Por supuesto, puedo estar equivocado, pero hay algo en el culto a la acción que levanta sospechas. Para mí una gran acción es la que concede el privilegio de la autosuficiencia, es decir, una acción que se contempla sin la premura de enmarcarla en la fugacidad del devenir ni la obstinación de convertirla en una industria.

CONTRA UNO. Tú lo has dicho: los actos te persiguen. Y lo único que puede atenuarlo es el sacrificio del aislamiento total o una fuente inagotable de dinero que preserve tus peculiaridades en el seno de un mundo hostil.

POR UNO. También el alquimista se ve forzado a fabricar oro mineral para comprar su derecho a transmutarse sin ser molestado.

CONTRA UNO. El dinero demuestra lo desamparados que estamos, especialmente cuando uno tiene que involucrarse en el dinamismo colectivo y la sensibilidad excede los cauces ordinarios. Para bien y para mal, el brillo del oro enardece la oscuridad del ánimo.

POR UNO. Lo que padezco es una tremenda falta de sincronización con un dinamismo externo que ofende mi dinamismo particular. Exige movilizar ingentes cantidades de energía en una dirección que me separa de lo que quiero ser. La maestría de una intervención en el sistema de relaciones humanas consistiría en empeñar un mínimo impulso para obtener la máxima potencia. Vivir tiene mucho de arte, y el arte es una expresión de la guerra contra la materia. Lo difícil es saber ser creador sabiendo que se es materia, puesto que la materia es vulnerable y puede servir de presa a otros jugadores.

CONTRA UNO. Pero sin materia no podrías plantearte la actitud autocinética del creador.

POR UNO. Y no has pensado que quizá lo haga a pesar de la materia... tan arcana como el miedo, tan convincente como una pesadilla.

CONTRA UNO. ¿Me estás sugiriendo la perogrullada de que la materia es sólo un obstáculo para la ilusión?

POR UNO. Te estoy sugiriendo que la materia podría ser sólo una mascarada y, si así fuera, no habría modo de averiguarlo: ese es el obstáculo. Me haría falta penetrar en otro nivel de ilusión para saberlo.

CONTRA UNO. O acabar comiéndote el cerebro y después el del vecino. Sería un salto cualitativo: de brujo a inquisidor.

POR UNO. Para seguir siendo mago.

CONTRA UNO. A costa de estar expuesto a un dolor sin horizonte.

POR UNO. Que a menudo se ve compensado.

CONTRA UNO. ¿Compensado? ¿Por la deificación de la soledad?

POR UNO. Por el poder que crece en la amplitud de espíritu.

CONTRA UNO. Muy romántico.

POR UNO. Y muy trágico en el fondo. Trágico porque es un poder inestable que nunca deja de templarse. En el fondo porque carece de fondo.

CONTRA UNO. Como el miedo.

POR UNO. Como la realidad.

CONTRA UNO. Ya. El verdadero miedo es miedo a la realidad.

POR UNO. Y la verdad es todo lo que desconocemos.

CONTRA UNO. Creo que empiezo a entenderte.

POR UNO. Pues por mi parte estoy empezando a confundirme.

CONTRA UNO. No tanto, no tanto.

POR UNO. Tanto como sé.

Fuente: Mecánica del limbo. Inédito. 2000.

INTOXICOLÓGICAS (Apuntes de sobriedad en la ebriedad)


Joos van Craesbeeck, La tentación de San Antonio
Puede haber quien, con sólo ver la pisada de cualquiera en el suelo, es decir, un rastro suyo, sin que tal persona esté presente, sea capaz de saber si esa huella es la de un Bendito o la de un Condenado.
Ibn ARABI
De la perspicacia fisiognómica y sus arcanos

El estilo conciso y libre de ambages que ensambla estos fragmentos no obedece a un carácter propagandístico del contenido. Sería erróneo considerarme portavoz de movimiento alguno, salvo el que tiene lugar a esta orilla de mi piel; soy más bien un catador rodeado de insinuantes pruebas en las que puede ocultarse un enjambre de trampas. Y aunque no siempre he podido evitar sus picaduras, ellas tampoco esquivaron mis tretas.


I

Mi conciencia es huidiza, blanda y bastante torpe cuando quiero utilizarla para inducirme estados fisiológicos, de modo que recurro a un amplio pero bien escogido repertorio de drogas para atajar por el camino inverso yendo de la bioquímica a la conciencia.

II

Con el café me deleito. Es imprescindible en mi dieta diaria para mantener el tono de fondo. No resulta agradable sobredosificarse de cafeína, pero cuando sucede me gusta conservar el impulso de actuación en suspenso, sin objeto, y sólo mucho más tarde, al claudicar las ganas de permanecer con ganas, materializo esa energía difusa concretando alguna acción. El resto de estimulantes, desde la efedrina a los preparados anfetamínicos, son demasiado intensos para ser gozosos en sí mismos. De hecho, me provoca una pereza aplastante el simple pensamiento de verme sometido a sus particulares reservas de frenesí.

III

La cocaína (siendo de una pureza aceptable, claro está) es sustancia bienvenida si las circunstancias exigen estar al acecho y el organismo no responde con la vitalidad habitual. Se trata, por tanto, de un remiendo psíquico. Su peligro, hacernos creer que siempre estamos por debajo del umbral de motivación requerido mediante alegrías efímeras que nacen de pura melancolía. De ahí la voracidad que puede movilizar. ¿No sería más propicio atomizar esta sed de droga, cambiar su dirección y hacer que rebote en el ánimo como estímulo autosuficiente? Me temo que esta alquimia endógena necesitaría la intervención de otro elemento para ser operativa... ¿otra droga tal vez?

IV

Hace años que estoy cansado del cannabis, así que sólo fumo cuando más cansado estoy de mí. No es vicio lo que me impele a indagar una y otra vez los laberintos abstractos del humo, sino la temeridad de querer trazar la geometría delirante de mis abismos. Manejarse al otro lado del espejo es un sacrificio que demuestra el respeto que merece el cannabis; un respeto que puede darse desde los resortes de la familiaridad sin burlar, por supuesto, los enigmas corrosivos de la tentación. Si del vino puede decirse que es el depósito de la verdad (o de la llana sinceridad, que las lenguas calienta), a las florecillas resinosas habría que reconocerles maestría en la agudeza y arte del engaño. Y digo bien, porque los enredos de la imaginación son el privilegio de quien previamente se molestó en conocer los rigores de la verdad. No en vano, el cannabis hace del fumador asiduo un Atlas pálido y ojeroso: a medida que el mundo exterior se relativiza, su soledad se magnifica hasta adquirir proporciones cósmicas. Baudelaire ya mencionó con mejores palabras el peligroso juego donde lo importante se vuelve ridículo y lo insignificante monstruoso. La óptica cambia y, con ella, también contra ella, la realidad. Pocas caladas bastan para mostrar itinerarios allende la frontera, pero irrumpen con tal fuerza que se borran los pasos.

Creo que el uso del cannabis es moralmente polémico porque nadie, ni siquiera el más avezado explorador de sinestesias, sabe hasta dónde puede llegar el pensamiento que se contempla a sí mismo hundiendo las raíces en un cielo no censado ni consagrado, germinado en la ambivalencia de cada ocasión. Pero esto, remotos lectores, es otro cantar...

V

Debido a los incómodos efectos secundarios del alcohol, es preferible dejar de frecuentarlo. En mi caso, los exiguos momentos de alegría no compensan las tediosas horas de resaca. El espíritu que se enciende mediante alcoholes termina hecho ceniza. Sin embargo, tal vez sea posible hacer un uso racional de esta sustancia si nos atenemos a la medida justa para incrementar el nivel de efusividad y autoconfianza sin llegar a disipar la conciencia del temperamento que uno siente cuando está sereno. Aunque los preludios gratos de la borrachera inciten a ello, nunca hay que soltar el Hilo de Ariadna que nos mantiene unidos a la claridad. Dosis leves de alcohol, especialmente si el formato es una buena añada de vino tinto, pueden ser útiles en tanto potencian los rasgos del yo que en la vida ordinaria permanecen ensombrecidos por el miedo a comunicarse o por fobias arraigadas donde gravita el eclipse de la vergüenza, que es el afecto más absurdo y destructor experimentable por un humano. Se me objetará que la euforia proporcionada por esta droga es fatua, ya que no proviene de una transformación radical de los criterios negativos que uno tiene acerca de sí mismo y de sus circunstancias, lo cual es cierto; pero no es menos veraz lo fácilmente que exageramos la crudeza de la realidad cuando algo falla y nos falta energía para reconstruirnos. A veces el alcohol invita a restarle importancia al castillo de tragedias que obstaculiza la travesía; otras, sólo favorece el tuteo con la fealdad inmediata.

Es un hecho común que algunas personas se pudren a causa de ficciones que levantan como lápidas sobre sus propias cabezas. Para esto no hace falta probar ni una gota de alcohol: nadie escapa de la intensificación o depreciación de lo que percibe. Toda observación, todo análisis, equivale a un juicio de valor. La objetividad es un mito necesario como salvavidas intelectual, pero mito en definitiva, porque valorar constituye nuestra manera de relacionarnos con el mundo y ningún enfoque nos preserva de los riesgos que implica manipular la información contradictoria que absorbemos (y que nos absorbe). También la sobriedad se compone de creencias, a menudo infundadas, sobre la eficacia de nuestras capacidades. Un poco de alcohol puede ayudar a desenmascarar al lobo que llevamos dentro o al ángel que por defectos en nuestra historia personal sigue temiendo despegar.

VI

Es improbable que quien ha probado el éxtasis (MDMA y no vulgares sucedáneos) lo denigre. La vida cotidiana es demasiado lacerante para dejar pasar la ocasión de rebosar bondad desde la comprensión reparadora que tenemos de nosotros mismos y no desde un opaco atontamiento mutuo. Sospecho que el éxtasis nos impregna de este bienestar lúcido que anima al goce compartido porque tiene la prodigiosa facultad de borrar el miedo. Y lo que sentimos por el mero hecho de existir cuando el miedo se desvanece es, por decirlo religiosamente, la gloria de la salvación. La mirada ajena, antes símbolo del infierno e inquisición carnívora, se torna invitación a la aventura. No es extraño que vacilemos al sentirnos recorridos por esta dimensión amigable del ser. Nuestra naturaleza es tan propensa al temor, que cuando la empatía planea sobre las trincheras del yo disparamos contra ella confundiéndola con un espía; sólo tras dejar exangüe la artillería de la suspicacia, nuestro arranque de furia se cubre descubriéndose aliviado por un suave manto de pétalos cristalinos. Si esta radiación sentimental fuera un atributo innato, tal vez no hubiéramos prosperado en este mundo de imperativos salvajes donde al cerebro le crecen garras, pero sin duda habríamos alcanzado un grado superior de calidad social ensanchando los horizontes afectivos y estrechando los desiertos, minados de malentendidos, que nos separan de los demás. Me parece elocuente que el éxtasis sea una droga sintetizada en el mismo siglo que sirvió de escenario a las mayores convulsiones que registra la historia humana. ¿Casualidad? No hay nada casual en el tiempo porque todo lo que se genera en su seno está relacionado: quizá este ambiguo diseño químico surgió para enseñarnos a paliar el dolor del aislamiento en la multitud, matriz de no pocos desastres, brindándonos la fruición de una convivencia más fluida. O quizá sólo sea la especulación de un soñador solitario. En cualquier caso, el éxtasis es un medio perfecto para aprender, sin intermediarios ni traductores, lo que significa sentir y lo que sentimos pensando.

Fuente: El otro hado. Inédito. 2000.

15.8.06

DON QUIJOTE DIVERGENTE

Caravaggio, La captura de Cristo
Todo está en el orden natural de las cosas, ya que los hombres fuimos creados para atormentarnos los unos a los otros.
Fedor DOSTOYEVSKI
El idiota

Dicen que en el abismo de las desgracias que a uno pueden ocurrirle está la de no saberse quién es, y no lo niego, pero en cuestión de infiernos la ventaja es de aquél donde los otros se obstinan en definir por uno lo que uno es. El problema parece ser que no se puede ser ni muchos ni ninguno, quizá porque tanto la ausencia como la diversidad inspiran apariencia de irrealidad hacia lo que creemos ser. Que a menudo la realidad supera la ficción es ya un tópico; que la ficción sólo culmina en la realidad, todavía conmociona por más que haya ejemplos por doquier. Consideremos a tal objeto la ambivalencia esencial de don Quijote, que por un lado sobrevive inmutable palabra por palabra en las dos dimensiones del papel y, por otro, está sometido a una evolución real, más real incluso que la huella histórica de su autor, en el imaginario de quienes lo conocen, pese a que con demasiada frecuencia muchos no sepan qué hacer con ese acervo donde se insinúa, a mi juicio, un horizonte revelador, pues del mismo modo que se comenta profusamente el impacto que tiene sobre la realidad una ficción de la talla del Quijote, bien podríamos ser glosados como personajes de una novela mayor que, absortos en los aspectos fabulosos de la narración, apenas llegan a percibir el cuento en el que se han convertido y cuyo argumento, mediante una curiosa simetría, se ve reflejado en la composición de sus personajes, quienes viven a su vez encerrados en la ficción pero urgidos a trascenderla, como don Quijote. La versión oficial, que con los años va tirando a mezquina, prefiere hacer del Quijote un remedo de bufón itinerante o embajador internacional, lo mismo me da, olvidando que don Alonso, si su cervantina quijotidad no me traiciona, fue un divergente, un divergente tenaz, acaso el más laberíntico ejemplar de divergente que la literatura registra. Está de moda rescatar de su semblanza aquellos rasgos que sin duda encajan más fácilmente en los índices de audiencia, cuando no traer a colación los nunca bien comprendidos ímpetus del ingenioso hidalgo, aunque eso sí, analizados hasta el exceso –huelga añadir hasta la arcada- por los peritos en el arte de exhumar entramados psicológicos; está de moda, decía, degradar lo alucinante hasta lo alucinado, pero no en mi caso. Don Quijote es divergente porque en primer lugar no se presta, no consiente, ser encasillado en las categorías que tanto eruditos como divulgadores suelen usar, ya por vicio o por servicio, al encararse con el ilustre artificio de Cervantes, cuya peor fortuna es la ironía de haber pasado de ser el Caballero de la Triste Figura a un triste mentecato desfigurado por el moderno sacramento de la opinión pública, que no es sino democracia en sentido figurado.

Elijo el epígrafe de divergente porque a nadie se le escapa que la divergencia supone discrepancia de opiniones, gustos y actitudes, es decir, un desacuerdo radical con los valores y costumbres predominantes. Emparentada con este concepto está la desviación, otro de los mitos contemporáneos, que en psiquiatría toma un significado análogo al de aberración por diferir de lo considerado saludable y normal, una evaluación que implica la existencia de un patrón de identidad universalmente correcto frente al resto de las opciones, lo cual es una manifiesta falacia. Don Quijote, en consecuencia, puede ser despachado como un desviado patológico según la doctrina seguida por los apóstoles de la normalidad, o ser sometido a un criterio más flexible y realista que lo calificaría de divergente haciendo una alusión neutral al proceso de distanciamiento personal del conjunto de limitaciones que la sociedad, de natural temerosa, celebra como mentalmente aceptable. Que el divergente está obligado a pelear solo es una terrible verdad que pone precio a su independencia. En cambio, la integración social debe gran parte de su éxito al hecho de que se comparte el peligro, virtual o real, frente a los extraños. El fundamento de la identidad social, por tanto, está asociado a la noción de refugio: la comunidad en el miedo, fortaleza erigida en tierra de nadie. Don Quijote, una vez más, se nos muestra como un raro espécimen decidido a romper moldes que se echa al mundo no precisamente para buscar el consuelo, la piedad o la comprensión del rebaño humano, sino para dar guerra a sus propios fantasmas. Prueba de ello es que los desmanes aparejados a esta clase de fuerza visionaria han sido domesticados en el término quijotada, que traduce en clave despectiva al lenguaje corriente lo que moralmente podría ser inadmisible o, peor aún, lo que si no fuera burlado sería de espanto. Don Quijote, en determinadas circunstancias, también es un ser peligroso, una leyenda viva, una quimera: urge escarnecerlo entre chanzas a fin de ahuyentar los malos espíritus representados por su presencia anómala, por su misión inaudita, por su descarada divergencia. No en vano la irrisión es el exorcismo de los seglares.

Que lo dicho no es nuevo, ya lo adelanto; no tanto lo que por decir queda, pues don Quijote también diverge en sentidos poco esclarecidos. Para empezar, todo en él constituye una inversión de la trayectoria vital de un individuo normal, de modo que sus actos tienden a extraviarse en la frontera de la imposibilidad; me refiero a que la parte activa de su experiencia va precedida de la fase pasiva, del aprendizaje intelectual y libresco, cuando lo habitual es que la acción vaya declinando con los años en la reconstrucción contemplativa de lo vivido que la capilaridad introspectiva de la ilusión suple o completa. Don Quijote, tras haber saciado su etapa inicial como devorador de vivencias por delegación, se propone con voluntad recia emprender por su cuenta y riesgo la prolongación de un mundo creado con la sustancia ensoñadora de su aislamiento. Y así, desde esta perspectiva, don Quijote se nos presenta como un intento tardío de lograr la metamorfosis capaz de transmutar una vida desarrollada en la crisálida de las lecturas en la eclosión de un ser puro, virtuoso en su perfección y destinado a templar su coraje enmendando abusos, poniendo un orden apolíneo en el caos. La realidad, sin embargo, no le escatima resistencias estructuradas en función de códigos menos obvios donde la ferocidad puede desatarse sin culpa por otros cauces, como ocurre con la malicia que nobles y villanos excretan por igual ridiculizando al descastado viejo que tiene la osadía de inventarse un papel a la medida de su caletre. Es en este punto crucial de fricción perturbadora con los demás donde puede indagarse la cualidad divergente del Quijote, su condición privilegiada de ingeniero de sí, de héroe autógeno que se ha diseñado a su entero capricho en el laboratorio de su biblioteca con elementos procedentes de una multitud azarosa de relatos, fantasías y referencias anacrónicas: don Quijote nos sorprende como un tecnólogo del yo que a guisa de collage intempestivo aglutina, no sabemos hasta qué punto engañándose a sí mismo, los paradigmas que le hubiera gustado ser. Siendo un hacedor de la obra más abstracta e inestable que uno pueda atribuirse, el propio mundo, la secuencia lógica en la historia de don Quijote es poner a prueba el simulacro de su identidad enfrentándola a esa otra labor de simulación intersubjetiva que la mayoría siente como el mundo real. Pero el desenlace, a semejanza de una tragedia griega, no podría ser más cruel: don Quijote, resignado en el que ha de ser su lecho de muerte, reconoce haber sido víctima de las tentaciones que su ingenio descarriado le ofrecía. Realmente, no puede imaginarse una derrota más criminal por cuanto halla su sazón en un triunfo cabal de la razón de Estado, ejercida esta vez por el tabú de la infamia y la política chismosa del vecindario. Cabe sospechar, no obstante, que don Quijote se guardó un as en la manga y en el último momento quiso mentir llevándose consigo el placer de un secreto no revelado. Bien pudo alcanzar un nivel superior de conciencia y jugar deliberadamente el recurso más inteligente del acorralado: la hipocresía; no la hipocresía negra que Covarrubias ilustra en su Tesoro de la Lengua con el ejemplo de quien «en lo exterior quiere parecer santo, y es malo y perverso, que cubierto con la piel blanda y cándida del cordero es dentro un lobo carnizero», sino la estrategia de poder fingir ser como los demás para prevenir el descrédito que causaría la exhibición de una divergencia contumaz de juicio y temperamento. Don Quijote actor, detective y psicoanalista merced al hábil manejo de su estigma. Su hipocresía en la hora crepuscular, si es que la hubo, fue un gesto mimético y defensivo contra las intrigas ajenas. Y si Cervantes dispuso la vuelta al redil del Quijote pensando tal vez en la hibris clásica, que es atentado contra los dioses por desmesura o emulación, la penitencia que el manchego hubo de purgar no es otra que haber rivalizado con las potencias divinas ciertos conocimientos prohibidos a los mortales, quienes deben conformarse con ser simples criaturas y castigar con el oprobio de la locura al creador; especialmente al creador de mundos alternativos, paralelos o divergentes repletos de enseñanzas. Pero como suele suceder con todos los ajustes de cuentas que llevan la rúbrica celeste, puede entreverse un interés humano, demasiado humano, en la utilidad del castigo: la excentricidad debe ser controlada como una amenaza dirigida contra la tranquilidad de la tribu, como un desplante que resiente su vínculo con la homogeneidad.

Don Quijote divergente, el que sabe rechazar con ostentación la conducta prevista por la sociedad, no puede ser reducido a una vulgar atracción turística ni servir de gancho comercial a las operaciones financieras de esos piratas que en lugar de trabucos se pertrechan con palos de golf. Don Quijote, hoy más que nunca, no puede ser declarado con tanta desfachatez patrimonio de la humanidad por la caterva pomposa de mercaderes analfabetos en busca de un pretexto con solera que incremente el prestigio de sus trapicheos. Don Quijote, insisto, no necesita ser reivindicado ni rehabilitado, pues si algo le sobran son apologistas y detractores. Y ya puestos a precisar, precisa cómplices, no escaparates. Atañe el Quijote a quienes saben entenderlo a su manera sin el filtro de los estereotipos, con un ánimo desintoxicado de los convencionalismos que impregnan, lamentablemente, las interpretaciones conformistas de la cultura.
 
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